Capítulo 8

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Una vez que Terry cruzara la puerta, Candy se acercó a ella para cerrarla por haberla dejado abierta él. Pero conforme lo hacía, ella lo veía alejarse con maletín en mano y toparse en el camino con Grisela, la cual, —al ir en busca de la señora Greenham—, un adiós y un guiño de ojo el hombre le regaló.

Con sumo cuidado, la pronta a visitar cerró la puerta para regresarse por la otra y ser encontrada como si nada en su habitación cuando en sí, —aprovechando que la empleada se tomaba su tiempo en llegar—, Candy se sentó en el borde de la cama habiendo metido antes sus unidas manos entre sus piernas y controlar así la alborotada excitación.

Posteriormente, y un tanto relajada, la mujer se llevó las manos al rostro para tallárselo, y no tanto por la angustia en que la dejaran, sino...

El llamado a la puerta la hizo mirar en esa dirección.

— Adelante — autorizó Candy poniéndose de pie en lo que se daban acceso.

— Disculpe, señora —, ésta fue a sentarse en el banquillo de su elegante coqueta o tocador, y desde ahí prestaba atención: — Vengo a preguntarle si se le preparará algo en especial para comer durante el tiempo que los señores estén ausentes.

— No, Grisela, en este momento no tengo pensado nada, sino llamar a mi amiga Anita; y si me atiende, saldré con ella. Así que, dejaré todo a tu consideración.

— Será como ordene, señora — se dijo haciéndose una ligera inclinación de cabeza. — ¿Le dispongo alguna ropa en particular?

— Solo que sea bonito y casual, ya que, si llegase a obtener una negativa por parte de mi amiga, aun así saldré a la calle.

— ¿Aguardará por el chófer?

— ¡Oh es cierto! —, Candy se llevó una mano a la frente reconociendo: — Douglas los está llevando al aeropuerto. Lo olvidé por completo. Bueno, de todos modos, alístame la ropa, y después me ayudas a peinar el cabello.

— Está bien, señora.

Grisela se encaminó hacia uno de los dos clósets; y dentro de éste, eligió la sección donde estaba el tipo de vestimenta que Candy indicara.

Con tres ganchos, la empleada apareció. Uno sostenía un vestido de simples tirantes y falda holgada de tres cuartos de largo. El otro era un conjunto formado por blusa pantalón; y el tercero...

— Ese deberías sacarlo —: otro vestido de bonito estampado y diseño, pero era corto.

— ¿Acaso ya no le queda?

— ¿No te parece muy corto para mis años? — preguntó la señora Greenham yendo adonde su empleada que sonriente exclamaba:

— ¡Ay señora!

— ¿Qué, Gris? — sonaron con inocencia al mirar que su albornoz estaba igual de diminuto, por ende:

— ¿De cuándo acá le preocupa eso?

— Vieras que desde hace dos días que mi marido dijo que su sobrino viviría con nosotros —, y que en dos ocasiones se lo topara por un aposento.

— Pero será temporal. No veo la necesidad de que se deshaga de él.

— ¿Del sobrino o del vestido?

Candy bromeó; y Grisela, conforme reía, observaba:

— No le cae bien, ¿verdad?

— Ni tampoco me cae mal, solo... fue algo inesperada su llegada. Pero ya me acostumbraré a la presencia de... un hijo de 47 años.

El costo de una infidelidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora