CAPÍTULO VI

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Les daremos una batalla que no podrán pelear

Mortem Ville; Ciudad Nocturna

Jared se mordió la lengua hasta el punto de sentir unas gotitas de sangre mezclarse con su saliva. Se obligó a detener su relato, las palabras se arremolinaron en su garganta y respiró forzosamente para calmar su cansancio.

—Había olvidado cuánto disfruté de tu ausencia por estos largos años. —Atlory no lamentó haber usado su manera frívola de desenvolverse cuando los ojos de Jared la miraron como si sus palabras lo hubieran afectado realmente. No obstante, ella sabía lo que causaba en el blando corazón de su más leal sirviente—. Tu voz me produce un terrible dolor de cabeza, siempre fue así.

El cabello de Jared Chainstone caía por su frente en varios desordenados mechones blancos que iban opacos por la mugre y pegados los unos entre los otros. Su pañuelo verde con la insignia de los Khillins iba amarrado a su cuello; su espada enfundada en el estuche de su espalda y sabía de sobra que tendría que quitarse la capucha antes de ingresar a la sala privada de su Reina para mostrarle respeto.

Mantuvo los labios apretados cuando la vio acercarse hacia él en su vestido negro que dejaba al descubierto un sector de su abdomen. Su corona iba intacta sobre su cabeza y los brazos enroscados sobre su pecho repleto de detalles verdes que simulaban ser serpientes en movimiento.

Por más que hubiese estado fuera del palacio para cumplir las órdenes de Atlory, Jared sonrió al ver su forma intimidante de caminar, no había olvidado el irresistible cotoneo que pegaban sus caderas, una secuela de la severa enfermedad que había sufrido varias décadas atrás. Sin embargo, se movía como si supiera que lo tenía asegurado debajo de sus garras y su mirada oscura eran las puertas del mismísimo infierno.

—No importa —volvió a pronunciar Atlory sin dejar de acercarse y gesticulando sutilmente con una de sus manos—, realmente ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi atravesar La Frontera y por lo que noto, tienes cosas que contarme.

La sala era un aposento circular donde sólo había un trono de huesos esmaltado que descansaba sobre un suelo que parecía estar diseñado con la mortal arena negra, un cristal que solamente crecía en las costas del Océano de Cásperger. Las paredes estaban revestidas por un terciopelo verde oscuro donde, por diferentes sectores, se ubicaban largas ventanas que permitían a la Reina observar los alrededores de la Ciudad Nocturna. Junto a las ventanas, sobresalían figuras como serpientes con sus colmillos a la vista; las cabezas de los Woerhabers con sus cuernos en punta y algunas de las otras criaturas que ella misma había diseñado con el fin de acabar con la luz de la dimensión. Todas ellas eran horripilantes, aterradoras y cada una tenía una característica diferente que las hacía especiales.

Las favoritas de Atlory eran los Woerhabers porque su maldad era natural, su sed de sangre era inevitable y sus manías por cazar personas inofensivas excedían las expectativas de la Reina. Estos monstruos ya habitaban Lightworld mucho antes de que ella apareciera y sólo habían bastado unos pocos acuerdos entre ellos para que la ayudaran a apoderarse de una pequeña montaña que colindaba entre la tundra de Silvery y el rocoso ambiente de Allow.

Hace unos ocho años atrás y con un poco de esfuerzo y trabajo de varias noches de insomnio, nació la Ciudad Nocturna bajo la sangre, el sudor y las lágrimas de Atlory. Allí, donde los pastizales son tan altos que pueden devorarse a una persona, donde todo muere y agoniza. Luego surgió Stroghor para que todo el enjambre de horrendas bestias reclutadas y creadas por ella pudieran establecerse.

Mortem Ville, la última y más importante región, se dictaminó como la capital de la Corte de Atlory. En ese lugar nunca habita la luz más que los rayos verdes de las tormentas de Atlory que se descargan sobre la punta más alta del único solo árbol tan enorme con el tamaño de un edificio y que permanece achicharrado desde que Atlory comenzó a acumular su oscura energía. Por lo general, las diarias tormentas significaban que algo en sus planes estaba yendo de maravilla, pero al principio de todo, cuando sus criaturas no sobrepasaban las tres cifras, los fuertes relámpagos que salían de sus dedos representaban su lamento, su dolor y frustración. Algo que desde hace décadas no abandonaba su cuerpo.

HEART  |2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora