CAPÍTULO XV

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Las promesas son como las llaves

Nueva York; La Tierra

Hiraeth estaba sentado en las escaleras del edificio con los codos apoyados en sus rodillas, una mochila tras la espalda y los nudillos sosteniendo su mentón. Cuando oyó los pasos de Neeva bajando los escalones como una campanita sonando detrás de él, se volteó para dejarla pasar.

La princesa se detuvo dos pasos antes con la mirada puesta encima de él y una expresión seria de molestia, o mejor dicho, una gran cantidad de asombro y confusión.

—¿Qué...? —Pero Hiraeth no tuvo que preguntar nada más cuando vio que entre sus brazos cargaba con un ejemplar de Oscar Wilde, "El retrato de Dorian Gray", que por tanto tiempo había guardado para ella—. ¿Estabas husmeando en mi habitación?

Le quitó cuidadosamente el libro de las manos y lo abrió justo donde estaba la nota que le había hecho para su cumpleaños número dieciocho. Neeva puso sus brazos rígidos a los costados de su cuerpo y lo fulminó silenciosamente mientras asentía con una ceja alzada. No tenía por qué darle explicaciones, esta vez sólo dejaría que él se ahogara en lo que realmente debía decirle: toda la verdad.

—Puedo explicártelo si prometes dejar de mirarme de esa manera —expresó Hiraeth, que había comenzado a caminar con el libro viejo y desgastado en una de sus manos mientras que despeinaba sus rulos cobrizos con sus dedos libres.

Llevaba unos jeans claros y su campera impermeable extremadamente grande cuya capucha colocó en su cabeza para que el frío no le rozara la nuca. Se veía despreocupado, tranquilo y tan relajado que Neeva le tuvo envidia.

¿Por qué era siempre ella la que nunca estaba al tanto de nada?

—No me parece un chiste, Hiraeth. —Neeva lo siguió, protegiéndose los brazos de la brisa helada ya que, con la prisa, se había olvidado de tomar algún abrigo más protector que un simple suéter de color vino y unas leggins que iban demasiado flojas—. Nunca fui tu cliente, nunca fui tu vecina... ¿Por qué escribiste esa carta? ¿Para despistarme? ¿Para bromear?

—Me sorprende que no te hayas dado cuenta luego de tantos meses internándote en Tony Booms.

Hiraeth, como Neeva se había dado cuenta en el paso de esos días, era el dueño de todo el edificio, ese que ambos ya habían dejado varias cuadras atrás y estaba escondido por varios árboles altos y enredaderas que se iban metiendo entre el cemento. Cuando el vigilante de Vairendorf no estaba cerca, tenía contactos entre sus vecinos que cuidaban el lugar y aseguraban que todo estuviera perfecto para cuando él volviera. Su hogar quedaba en las afueras del centro, un barrio tranquilo que estaba muy lejos del descuidado pueblucho donde Joanie había ocultado a Neeva cuando ella aún no sabía nada de Lightworld.

Los vehículos apenas eran frecuentes ya que la gente solía salir a caminar u optar por manejarse en bicicletas, algo que a Hiraeth le encantaba además de que la mayoría de sus vecinos fuera gentil, servicial y muy amable.

Por lo general, allí no existían los delitos, hurtos o grandes crímenes como en otras zonas. Los edificios se trataban de grandes casonas con dos o tres plantas que se parecían más a posadas que departamentos normales. Siempre iban decorados con arbustos en las entradas, floreados y llenos de hojas verdes bien cuidadas; a veces ponían estatuas o faroles con detalles negros que mantenían las noches iluminadas para la gente que salía a tomar aire.

Hiraeth no recordaba haber vivido en un lugar semejante ya que, gracias a la guerra, los pueblos de su mundo se habían degradado a simples refugios para proteger a los sobrevivientes. No le gustaba abandonar esa parte de Nueva York, pero era un hogar provisorio en el que nunca se quedaba más de un mes.

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