El alma azul de Quinn
Nueva York; La Tierra
«Neeva, tuve que salir y probablemente volveré por la tarde. Tienes comida en la heladera y hay un pedazo de tarta en el microondas. Puedes tomar prestados cualquiera de mis libros para entretenerte, la estufa en la sala se prenderá automáticamente y el control del televisor está debajo de los cojines. Dejé las puertas abiertas, no voy a encerrarte como lo hicieron durante toda tu vida, pero necesito que te cuides. Necesito que confíes en mí. »
H P.
Eso era lo que decía una pequeña nota adhesiva en su mesa de luz.
Neeva no comprobó si las puertas estaban bajo llave, sabía que él decía la verdad y luego de haber pasado la tarde anterior hablando de su pasado y aclarando las dudas que tenía, supuso que tenía que obedecer su pedido. Por lo menos hasta que volviera a su anterior normalidad.
Ni bien se levantó, guardó la nota amarilla en su bolsillo y salió de la pequeña recámara para hacerse el desayuno. Eran las once de la mañana, pero su estómago se encontraba rugiendo. Como Hiraeth había dicho, un pedazo de tarta esperaba por ser recalentada dentro de la caja eléctrica junto al horno, pero Neeva prefería dejarla para el almuerzo. Sacó entonces, de una bolsa marrón algo manchada por los restos de manteca, algunos bollos saborizados de Dolly's y un contenedor con té helado, justo como le gustaba beber la mayoría de sus mañanas incluso cuando hacía algo de frío.
Se acomodó en la sala, donde los rayos del sol reinaban y el calor era un poco más amable. Su reflejo se proyectaba en el ventanal del balcón, su rostro lavado anteriormente con agua fría se mostraba igual de cansado, pálido y los ojos celestes apenas destellaban como solían. Los cabellos castaños recorrían sus hombros, pero hacía tanto que había dejado de preocuparse por ellos que se habían vuelto una maraña desaliñada.
Neeva terminó su desayuno y se levantó en busca de la mochila que Hiraeth había dejado en el perchero colgando cerca de la puerta, cerca de la funda que contenía la espada de su madre. Sus dedos se introdujeron en la bolsa, quitando mudas de ropa, un extraño colgante de metal de punta afilada y una cuerda de cuero marrón, un manojo de plumas de plata y un botiquín con distintos frascos llenos de pócimas de colores oscuros como las que podría tener una bruja.
Neeva se preguntó de dónde habría podido sacar aquello alguien como Hiraeth, pero la duda no la entretuvo, siguió buscando hasta que llegó al fondo, justo donde descansaban algunas remeras viejas que extrañamente le recordaban a Joanie, un diario con las páginas impregnadas por un extraño aroma y por último, un espejo con marco dorado.
Exactamente el que Quinn le había regalado cuando eran pequeños.
Algo en el corazón de Neeva estalló, pero aunque su entorno se convirtió en un parpadeo en cámara lenta, no dejó que el disco resbalara de sus dedos como estaba a punto de suceder. Lo aferró contra su pecho y las lágrimas se acumularon en sus ojos que se iban tornando en órbitas azules.
Neeva hizo un recuento de todo lo que Hiraeth le había dicho la noche anterior y el primer día que se encontraron. Hasta ahora, todo lo que sabía era que él había borrado el rastro del portal que había hecho en Silvery, lo había hecho para protegerla de una amenaza mayor como los Khillins y los Goowts. Hiraeth sabía que ella elegiría caer en Nueva York, sabía que sería secuestrada por la mujer de mirada retorcida y que deseaba quitarle todo su poder. Neeva se preguntaba por qué quería ayudarla, por qué estaba haciendo todo esto por ella y cómo se había colado en el complejo de Silvery para recuperar sus cosas más importantes.
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HEART |2|
Fantasía[SEGUNDO LIBRO] "Atlory colocó su corazón palpitante dentro del cofre, lo guardó bajo llave donde nadie más pudiera encontrarlo y entonces, la guerra oscura comenzó." Neeva ha alterado el curso de todo lo que sus enemigos tenían planeado, pero como...