Mujeres

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Capítulo XVI

Mujeres

{O de cómo ellas están un paso adelante.}

Fue una coincidencia. Hermione no podía describir el inicio de su amistad con Harry de otra manera. La primera vez que lo vio, pequeño, con la piel blanca pegada a los huesos, con los anteojos demasiado grandes y el cabello revuelto como si acabara de levantarse, pensó que aquel niño no era nada más que un compañero de clases que dentro de cinco o seis años se volvería un desconocido. Con una presentación anormal, con una voz suave que se perdía en los ruidos de fondo, ojos brillantes y una extraña cicatriz en la frente, Harry Potter no fue nada más que una inconsistencia de la realidad, una radiante alucinación que pronto desaparecería.

Meses después descubrió, sin disgusto, que Harry era tangible y que su llegada no era producto de su imaginación. Él había venido para quedarse en su vida. Si existían las almas gemelas, las dos partes de una naranja o el amor a segunda vista, Harry era todo eso para ella. Y ni siquiera fue de una forma romántica, aunque sonara de esa manera.

Hermione supo en algún momento que Harry siempre iba a ser el hombre de su vida, su otra mitad, aquel que la hacía mejor persona, mejor humano, mejor todo. Harry siempre sería el individuo que le tendería una mano en las buenas y en las malas; él bailaría con ella, él le diría que se relajara, que sonriera, que llorara, que no se diera por vencida.

El cariño que sentía por su mejor amigo nunca se transformaría en algo más. Nunca se querrían como lo hacían los amantes. Ellos habían venido al mundo para estar tomados de la mano, para estar abrazados y para estar lado a lado, pero nunca para matarse lentamente con el intenso amor que caracterizaba a la pasión de los que se querían hasta las entrañas, hasta los huesos, hasta la misma médula.

Hermione siempre encontró extraño a Harry. Su alma gemela fue una cosa caprichosa. Nunca lo consideró un chico malo, sin embargo, lo vio como un individuo vicioso cuando se olvidaba de que existían reglas o se sentía en peligro.

Intentó comprender, en más de una ocasión, la razón por la que Harry alcanzaba estados de absoluta euforia y crueldad. La primera vez que vio los ojos verdes resplandecer con el deseo de hacer daño no supo qué sentir. Harry era tan diminuto... (tan frágil, ¿tan poco comía? ¿Estaba demasiado restringido de alimentos en aquel orfanato o era su genética?) y, sin embargo, era tan fuerte a su manera. (Violento. Era violento. Esa era la palabra correcta, no obstante, le gustaba creer que era fuerza).

Hermione nunca hizo comentarios respecto a la venenosa belladona que Harry resguardaba con celo en su interior. ¿Para qué invocar aquello que no quiere ser invocado? Los días tranquilos debían de ser apreciados. Era un error manchar la calma con inquietudes.

Luego llegaron a Hogwarts y Harry Potter se volvió carbón, fuego, cenizas, escamas, plumas, tinta, joya del horror, destino triste, se volvió el todo, fue todo al mismo tiempo.

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(Mujeres)

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El maullido de Crookshanks la sacó de su ensoñación. El gato se removió en su regazo, estiró sus patas y enseguida amasó la tela de su vestido. Después de unos momentos el felino decidió que era suficiente y que podía volver a su siesta, por lo que acomodó su cabeza entre sus patas y cerró los ojos.

Encantador de serpientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora