5. Conociéndote

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Sabía que estaba mal, pero ya estaba hecho y no había forma de que diese vuelta atrás

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Sabía que estaba mal, pero ya estaba hecho y no había forma de que diese vuelta atrás. Lo pensó mucho antes de hacerlo, por toda una semana, pero al final sus ganas de acercarse a ella lo vencieron. Leyendo las páginas de ese diario, había descubierto más de Hayami Haru que si se hubiesen conocido de niños, y cada hoja que pasaba tan solo lograba incrementar el amor que sentía hacia ella.

Le gustaba dibujar, y lo hacía muy bien, de hecho; en cada esquina libre de la hoja tenía pintada alguna flor, o algún rostro, o cualquier cosa que cupiera en el reducido espacio que dejaban sus palabras. Su color preferido era el violeta, y tenía gran afición por los dulces de crema y las bolas de arroz. Disfrutaba de la lectura, sobre todo poesía tradicional, gusto que había sido propiciado por Shiori, su amiga de la infancia, y también de novelas, principalmente japonesas. Era alérgica a los mariscos, y una vez casi se ahoga por comer una salsa de camarones en un plato al curry. Oía mucha música, y su canción preferida era “For my dear…”, de Hamasaki Ayumi.

Así, día tras día, iba aprendiendo un poco más de aquella chica. Se reía con las alegrías plasmadas en las hojas, sentía como si fuesen de él los sufrimientos y angustias, y se maravillaba con la profundidad de sus pensamientos. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el hecho de que ella no conocía el amor, nunca se había enamorado. Le parecía imposible que una joven tan hermosa como ella nunca hubiese tenido alguien que le hiciera sentir mariposas en el estómago.

Aquel mediodía todo transcurría sin ningún cambio. Él, después de terminar su almuerzo bajo los cerezos en flor (porque adoraba ir a almorzar al patio de cerezos, era ese, sin dudas, su lugar preferido de la escuela), regresó al aula. Ella estaba allí, como de costumbre, rodeada por dos chicas que al parecer se habían hecho sus amigas. Se sentó en su puesto y se quedó mirándola discretamente. Disfrutaba el verla comer.

—¡Haru-chan, abre la boca y cierra los ojos!

—¿Para qué?

—¡Es una sorpresa! Anda, ¡di ahhh!

—¡Detente!

Las tres chicas se le quedaron mirando con ojos y bocas abiertas, y también el resto de la clase. Él, dándose cuenta de lo que acababa de hacer, y ante la presión de la mirada asustada y confundida de Haru, logró balbucear algunas palabras.

—Es…es que tú le ibas a dar un camarón…y no puedes hacerlo… Quiero decir…ella es alérgica…Bueno, puede que sea alérgica…No puedes darle comida a alguien sin saber si le puede hacer daño…Quiero decir…yo…esto…

—Tiene razón —ella habló de repente, salvándolo a él de continuar haciendo el ridículo—.Yo soy alérgica a los mariscos… ¿Cómo lo supiste, Tanzawa-kun?

—¡Lo siento mucho!

Él inclinó su cuerpo lo más que pudo, y se marchó del aula sin decir nada más. Fue corriendo hasta salir al patio de cerezos, y se sentó en uno de los bancos de madera, en el más apartado que halló. ¿Qué acababa de hacer? En su cabeza solo aparecía la imagen de Haru, mirándolo con aquellos ojos llenos de desconcierto. Podía haber hecho otra cosa, pero no gritarles de esa forma, como un maldito demente. ¿Ahora cómo se iba a aparecer en la clase? ¿Con qué vergüenza? Tomó una gran bocanada de aire y cerró los ojos por unos segundos.

—¿Tanzawa-kun?

Aquellas palabras lo hicieron volver en sí. Al abrir los párpados, la imagen que se alzaba frente a él lo dejó sin habla. Era ella, que lo miraba con ese brillo inocente del día del examen, y en su rostro se dibujaba la misma sonrisa tímida.

—¿Por qué te fuiste corriendo? No me diste tiempo a agradecerte.

—¿Agradecerme? —preguntó él bajando el rostro, pues notó que los colores se le habían subido un poco cuando ella se sentó a su lado sin siquiera preguntar.

—Sí, por haberme salvado la vida. Miyagi-san se puso a llorar en cuanto te fuiste, pidiéndome perdón. ¿Cómo sabías que era alérgica?

—No lo sabía…Solo dije que podías serlo…

—Es cierto, discúlpame. Pero, ¿por qué te fuiste?

—Me dio vergüenza, por mi actitud. No debí haberles gritado…Me miraste con una expresión tan…confundida. Seguro pensaste que me había vuelto loco…

—¡No, claro que no! Es solo que te veías muy diferente a lo habitual. Siempre estás callado, y cuando hablas lo haces muy bajo, por eso me sorprendió el verte así. ¿En serio te apenó? Eres muy tierno, Tanzawa-kun. Recuerdo el día del examen de ingreso, cuando se te cayó el lápiz…Te veías muy cómico intentando disimular lo que estuviste a punto de decir…

—¿Me recuerdas de ese día? Creí que no te acordarías de mí…

—Claro, ¿cómo iba a olvidarme del chico que me miraba con cara de bobo cuando le alcancé el lápiz? Además… tus ojos tienen un color muy bonito. El violeta es mi color preferido, ¿sabías? No te hablaba porque creía que tú no te acordabas de mí… No se me ocurrió pensar que tú no me hablabas por la misma causa…

Él la escuchaba atentamente, sin embargo, no podía creer lo que estaba pasando. Ella sí lo recordaba…por el color de sus ojos. ¿Por qué no mencionaba eso en su diario? Cierto… aún no llegaba al final, todavía iba por inicios de marzo y el examen había sido a la mitad del mes. ¿Pero eso qué importancia tenía ahora? Ella le estaba hablando, acercándose a él sin que hubiese tenido que hacer ningún esfuerzo. Le sonreía, le contaba sobre su vida que él ya conocía, y sin darse cuenta, entró en su mundo.

La quinta estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora