9. Un nuevo amanecer

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Sus ojos iban del reloj a la puerta

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Sus ojos iban del reloj a la puerta. Ya eran las cuatro de la mañana, y él aún no aparecía. Se suponía que ese día celebrarían su boda, pero sabía bien que ya no podría ser. Desde el día de aquella discusión casi no habían intercambiado palabras, ni miradas; pero tampoco habían mencionado nada sobre el futuro de su relación. Aquella última semana había sido de tensión total, y cada día era como atravesar por una pesadilla. Miró largamente su anillo, y después de darle varias vueltas en el dedo, lo sacó y colocó en la mesita de noche. Finalmente se decidió a salir. Si él no estaba, ella no tenía nada que hacer allí.

Se dedicó a caminar sin rumbo fijo por la orilla de la playa. El cielo todavía estaba oscuro, pero se notaba que pronto los primeros rayos del sol comenzarían a asomar. No se escuchaba ningún sonido, salvo el golpe de las olas que a esas horas era más bien una caricia. Llevó la vista al frente y se detuvo al verlo allí, sentado sobre la arena, mirando fijamente al horizonte. Pensó en dar marcha atrás, pero creyó que sería mejor seguir y romper de una vez el silencio que había durado tanto.

— No creí que estuvieses por aquí—le dijo para ver si le sacaba unas palabras, pero al no escuchar respuesta, continuó hablando—A esta hora el mar está muy hermoso, ¿no?

— Lo está.

— Se suponía que hoy nos casaríamos…Debería llamar y decir que todo se ha cancelado. Se sorprenderán mucho…y luego vendrán los chismes, ¿pero qué más da? De todos modos, solo quiero decirte que los años que estuvimos juntos fueron los mejores de mi vida. Aunque no lo creas, me sentía más feliz a tu lado que dando los conciertos. Pero eso no significa que la música no me importe, de hecho, lo hace mucho. Sabes perfectamente que desde niña este siempre fue mi sueño, y me sentía feliz al creer que tú lo entendías, pero veo que no era así. Hablamos de eso antes de iniciar nuestra relación… Tú sabías cómo sería todo antes de pedirme matrimonio, entonces, ¿por qué lo hiciste? Si no lo hubieras hecho… habrías evitado todo este sufrimiento…

— ¿Dónde está tu anillo?

— Lo dejé en la habitación del hotel. Verás, pensaba escaparme y que cuando volvieras supieras que me había ido para siempre al ver allí el anillo, y así hubieras estado feliz. A fin de cuentas, querías terminar, ¿no?

— ¡Te equivocas!

Ella lo miró con sorpresa. No esperaba escuchar aquello. Él puso sus manos sobre las de ella, y se colocó de rodillas, inclinándose como para pedirle perdón. Se quedó así por un largo rato, hasta que levantó la cabeza, dejando mostrar sus ojos enrojecidos y el rostro empapado de lágrimas.

— ¡Lo siento mucho, Mayumi! ¡Lo siento por todo! Lo que te dije aquel día fue horrible. Tan solo me dejé llevar por los celos…por la rabia. Estaba realmente herido…pero siempre intenté no pensar lo peor, pero mis propias ilusiones llenaron mi cabeza. La verdad es que no quiero terminar contigo…Sin ti, yo no soy nada. Solo dije eso porque creí que tú no me querías…Porque creí que te iría mejor sin mí. Tan solo…no me considero digno de tu amor…Yo soy tan solo un idiota…La verdad no sé qué viste en mí…

— Sí, eres un completo idiota. Eres tan estúpido que ni siquiera te das cuenta de lo especial que eres para mí. Pero adivina qué, ¡eres mi idiota favorito! Y no te atrevas a pensar que no eres digno de mí. De hecho, estoy segura de que eres la única persona que me merece, y la única que yo quiero…

— ¿Entonces me perdonas?

— Claro, pero solo si tú me perdonas a mí. Tenías razón cuando dijiste que casi no pasaba tiempo a tu lado. Es cierto que el mundo del espectáculo es mi sueño, pero tú complementas ese sueño. Sin ti, mi vida está incompleta…

— Entonces te perdono. Dime… ¿volverás a usar el anillo?

— Solo si te me propones otra vez…

Él se puso de pie y la tomó de la mano, acercándola a su cuerpo. La miró fijamente a los ojos, y se puso de rodillas frente a ella, quien le sonreía con vergüenza y alegría.

— Señorita Yamamoto Mayumi, ¿me haría usted el honor de ser mi esposa, para reír y llorar, jugar y pelear, y sobre todas las cosas, amarnos, hasta que la muerte nos separe?

— Acepto…Pero te aseguro que ni siquiera la muerte nos separará, Masahiro. Si yo muero primero que tú, mi fantasma irá a atormentarte todas las noches…

— Y yo te aseguro que no lo harás. El día que tú mueras…yo también moriré.

Se quedaron mirando el uno al otro durante un tiempo que no supieron determinar, hasta que un beso selló aquellos votos que habrían de repetir unas horas después. En ese preciosísimo instante no les importaba nada aparte de sus cuerpos que de a poco se fundían en uno. La aurora rompía en el horizonte, tornando el cielo de un rosa intenso, que se degradaba hacia el violeta claro y el celeste. Las nubes tornasoladas se desvanecían con el viento, y el cielo y el mar volvían a hacerse uno en aquella mañana del último día de agosto.

La quinta estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora