Aquella tarde de enero, fría como ninguna otra, sintió por primera vez como un nudo se le cerraba en la garganta. Era el miedo en su máxima expresión, y no solo eso. Sentía que algo realmente malo estaba pasando con él. Al no verlo en la sala del club, fue corriendo hasta su salón, y allí lo encontró. Estaba recostado sobre la mesa, sosteniendo con una mano las gafas y la otra sirviéndole de almohada. El cabello cenizo le caía sobre los ojos, que en lugar de turquí parecían grises por las lágrimas. No sabía qué hacer. Solo se quedó mirándolo, intentando comprender el motivo de su llanto. Era como si toda la tristeza que había acumulado día tras día finalmente se derramara. Al parecer él se dio cuenta de su presencia, enderezó el cuerpo y enjugó las lágrimas. Ella apretó los puños, y deseando encontrar las palabras para reconfortarlo, fue a su lado.
— Senpai… ¿por qué estaba llorando? ¿Se siente mal?
— No te preocupes, no era nada. Déjame solo…
— ¡No lo pienso dejar solo! Dígame por qué estaba así… ¡Si hay algo que yo pueda hacer…!
— ¡Ya te dije que te vayas!
— ¡No lo voy a hacer! ¡No me iré hasta que me diga por qué lloraba!
— ¡Está bien, si no te vas tú me iré yo! ¡Ya deja de ser tan entrometida! Entiende que simplemente no puedes meterte en la vida de los demás ¡Y por favor, no vayas tras de mí! Solo quiero estar solo…
Él tomó sus cosas y salió rápidamente del aula. Ella estaba atónita. Nunca antes había visto esa faceta suya: su rostro de enojo, de furia, pero mezclado con tristeza, miedo, inseguridad, impotencia. Pero, a pesar de todo, no se sintió intimidada por sus palabras, y tampoco pensó en obedecerlas. Fue tras él sin que se diera cuenta, siguiéndolo en silencio. Llegó al lado este de la ciudad, tomando por un camino que nunca había transitado. Se sentía algo insegura, pero no iba a desistir. Finalmente, sus pasos la llevaron hasta la entrada del cementerio. ¿Qué traería a Wataru hasta aquel sitio? ¿Acaso alguien de su familia había muerto y él no había dicho nada? ¿Era ese el motivo de su cambio; la razón de sus lágrimas?
Sus pensamientos la extrajeron por unos segundos de la realidad, y al volver en sí se dio cuenta de que lo había perdido de vista. Respiró hondo y comenzó a caminar muy despacio, mirando a su alrededor para ver si lo encontraba. Caminó unos cuantos metros, hasta que lo halló arrodillado frente a una lápida. Se acercó y se colocó detrás de él, sin decir nada. Leyó la inscripción de la losa:
“Watanabe Fumie, 4 de marzo del 2001-15 de enero del 2016”.
Sintió su corazón temblar. ¿Quién era aquella chica que había muerto tan prematuramente? Como si hubiera escuchado las interrogantes que iban y venían en su mente, él comenzó a hablar.
— Ella era realmente hermosa. Su cabello y sus ojos eran negros, como las plumas de los cuervos, y su piel blanca como la nieve que cae ahora sobre nosotros. Siempre estaba sonriendo. Le gustaba hablar de poesía, de esa poesía antigua que ya casi nadie lee. Nunca vi una lágrima asomar a sus ojos… Se parecía a ti, ¿sabes? Pero ya nunca la oiré reír, ni me veré en el reflejo de sus ojos. Todo fue mi culpa… ¡todo! Se suponía que ella no debía estar allí… Pero fue por mí, porque yo se lo dije. Esa mañana era nuestro aniversario. Habíamos empezado a salir en primero de Secundaria. La llamé por teléfono y le dije que me encontrara en Fushimi Inari, que le tenía una sorpresa. Ella iba de camino, me estaba diciendo que pronto llegaría, cuando de pronto dejé de escuchar su voz. No supe qué había pasado. Me alarmé y empecé a correr. Cuando llegué a la vía principal vi una gran aglomeración de autos y personas, y el sonido de sirenas me atormentaba. Me escabullí entre la multitud y lo que vi hizo que se me helara la sangre. Ella estaba allí, tirada en medio del suelo. Su cabello negro desparramado, sus ojos negros sin brillo. Quería lanzarme a abrazarla, a ver si lograba despertarla. Quizás solo estaba dormida… Pero me detuvieron. Dijeron que al conductor le había dado un infarto, que se había saltado la luz roja, que no había sido culpa de nadie… ¡Mentira! Era todo culpa mía… Yo la maté. Si no hubiera hablado conmigo… Pero ya pasó. Ya no puedo hacer nada. Solo me resta cargar con su muerte… Este dolor que siento es mi castigo…
— Senpai… Yo… Lo sien…
— No lo sientas, es culpa mía, no tuya. ¿Querías saber el secreto de mis lágrimas, verdad? Pues, ahí lo tienes. Ahora déjame solo, ¿sí?
Él se puso de pie y salió del cementerio, dejándola sola. Sin darse cuenta, las lágrimas ya se arrastraban por sus mejillas. Sentía que el aire se le escapaba. Era demasiado dolor. Él, tan frío ante los ojos de los demás, cargaba con la cruz más pesada de todas. Sin embargo, no podía dejar que cargara con la culpa de la muerte de esa chica. Sabía lo que debía hacer. Ya no lo podía dejar solo, nunca más.
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La quinta estación
Romance(NOVELA EN EDICIÓN) Primavera, verano, otoño, invierno. Cuatro estaciones, cuatro historias. Primavera... Un amor que nace puro como el cielo... Verano... Sentimientos nublados por la distancia... Otoño... Lágrimas como lluvia al dejar ir lo que es...