8. Fronteras que se desvanecen

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Había llegado el día

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Había llegado el día. En la escuela completa había un ambiente diferente. San Valentín siempre hacía florecer sonrisas y llenar corazones. Sus amigas hablaban de los chocolates que habían preparado, y de cómo los entregarían. Ella no había preparado ningún dulce. Sabía que sus palabras serían suficientes. Esperó toda la mañana, y cuando al fin llegó la tarde fue a buscarlo al salón del club. Él no estaba allí. Cobarde. Seguro había huido de ella. Miró las escaleras que llevaban a la azotea. No supo qué, pero algo en su interior le dijo que él estaba allá arriba.

Abrió la puerta y un paisaje blanco se extendió frente a sus ojos. En medio se alzaba la alta figura de un chico de cabello cenizo y ojos de mar en tormenta que miraba los copos caer. Ella sonrío levemente, y con pasos cortos y lentos se fue acercando a él.

— Me encontraste… Se suponía que no debías buscarme…

— Suzumura Wataru-senpai, yo te amo. Desde el fondo de mi corazón, y con todas mis fuerzas, te amo…

— No digas esas cosas tan a la ligera…

— Tú sabes que te amo, y sabes que tú también…

— ¡No!

— Sí. Me amas y no lo puedes negar más.   

— ¡Claro que no! ¡Ya para, por favor!

— Me amas, y no tiene nada de malo. Ya no tiene sentido que lo sigas negando.

Ella llegó al fin a donde estaba él. Lo sostuvo suavemente por el abrigo, y recostó la cabeza sobre la espalada. Escuchó cómo un ligero sollozo dio paso a las lágrimas, y ella siguió hablando, intentando contener el llanto.

— Todo va a estar bien. No tienes que cargar solo con todo. Yo estoy aquí, y no te dejaré nunca…

— ¡No puedes… yo no puedo! No puedo dejar que te condenes. Solo te voy a hacer daño…

— Soy más fuerte de lo que crees…

— Pero, ¿acaso no entiendes que yo la maté?

— Tú no tienes la culpa de nada. Nadie tuvo la culpa de lo que pasó. No podemos creer que tenemos control sobre todo lo que sucede en nuestra vida, ya para eso está Dios… Nosotros debemos aprender a afrontar las dificultades y superar los obstáculos, y seguir adelante…

— ¿Pero no tienes miedo de salir lastimada?

— Si hubiera tenido miedo, nunca me hubiera acercado a ti.

— Pero… ¿por qué yo? ¿Qué fue lo que viste en mí?

— Vi un muchacho que se sentía solo y triste por alguna razón, y yo solo deseaba poder verlo sonreír. 

— Pero…

— Ya déjate de peros… ¿por qué simplemente no me lo dices?

— No me mires…

— ¿Qué?

— Yamawara Shiori-san, yo te amo. Desde el fondo de mi corazón, y con todas mis fuerzas, te amo.

Ella soltó sus manos del abrigo. Caminó hasta quedar frente a él, y vio como entre las lágrimas se dibujaba una sonrisa. Su corazón dio un salto, y una lágrima recorrió su mejilla. Él levantó la vista, y su rostro se tornó de un leve rojo.

— Te dije que no me miraras. Ahora me da vergüenza…

— Al fin lo conseguí… Senpai… Tienes la sonrisa más hermosa de todas…

Él la tomó por el brazo y la llevó contra su cuerpo. Sus mejillas se habían vuelto de un rojo aún más encarnado, y no quería que lo viera de ese modo. Sentía como todo su ser se llenaba de calor, como si un incendio se hubiera desatado en su interior. Ese fuego que ella alimentaba lo estaba quemando todo: sus miedos, sus culpas, sus recuerdos manchados de sangre, las fronteras que lo habían mantenido del otro lado de la felicidad.

La quinta estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora