3. Caen lágrimas

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Cuando se despertó, la luz le pareció tan brillante que tuvo que cerrar los ojos

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Cuando se despertó, la luz le pareció tan brillante que tuvo que cerrar los ojos. De a poco, y con mucho esfuerzo, logró que sus pupilas se adaptaran a la claridad. El ambiente del lugar le era familiar, y recordó por qué había terminado en aquella cama. Sin dudas su enfermedad ya le estaba cobrando la cuenta, los desmayos se hacían cada vez más frecuentes y la debilidad la atacaba con más fuerza. Un sutil aroma de violetas  le llegó prontamente, y se alegró de tener algo que la hiciera transportarse, al menos en su mente, a otro lugar. Por el cristal de la puerta logró ver, con algo de dificultad, la cabeza de Takuro. Al parecer conversaba con el doctor, y aunque no los podía escuchar, sabía que hablaban de ella.

Sacaba las manos sudorosas de los bolsillos, las frotaba compulsivamente, miraba fijamente la manecilla detenida en aquel minuto eterno, y las volvía a meter

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Sacaba las manos sudorosas de los bolsillos, las frotaba compulsivamente, miraba fijamente la manecilla detenida en aquel minuto eterno, y las volvía a meter. Cuando vio a aquel hombre de bata blanca salir de la habitación, con aquella expresión en el rostro, sintió el corazón dar un salto como si quisiera salírsele del pecho.

— Ella ya está mejor y el bebé no sufrió daños, pero el pronóstico no es bueno, Okazaki-san.

— ¿Qué quiere decir?

— Usted conoce que por su enfermedad, ella no debería tener hijos.

— Lo sé, usted me lo explicó. Pero ese era su sueño…

— Pero le costará la vida. Podemos asegurar que el bebé estará a salvo, pero ella, sin embargo…

— Hábleme claro, por favor.

— Tenemos pronosticado que no sobreviva al parto. Ese es un proceso que lleva mucho esfuerzo de su parte, y la hemoglobina caería a niveles críticos. Sé que es duro de escuchar, pero ya le había hablado de esa posibilidad a ambos…

Takuro había dejado de escuchar desde hacía un tiempo. Hasta ese momento había tenido claro que el embarazo iba a ser duro para Tomoe, que por su enfermedad no tendría mucho tiempo de vida, pero tenía la esperanza de que los partes médicos se equivocaran. El pensamiento de que la tendría a su lado por solo dos meses más lo hicieron entrar en un estado de suspensión. Se sentía aislado de todos, solo rodeado de sombras. El golpe era demasiado duro como para retener esas lágrimas que había contenido  por tanto tiempo. La realidad lo golpeaba a puño limpio, lo noqueaba en medio del combate. Sin posibilidad de devolver el daño, dejó que el llanto apareciera y se llevara un poco el amargo sabor de la derrota. Aunque le doliera, sabía que en algún momento tendría que entrar y verla, y sonreírle como si nada hubiese pasado.

La quinta estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora