Un chillido repentino hizo que abriera los ojos, rojos por el no dormir, y se dirigiera como una flecha a la pequeña cuna donde la bebita gritaba sin parar. La revisó por todos lados para asegurarse de que no tuviera nada malo; le tocó el pañal y cercioró de que definitivamente no era un dolor de barriga; la tomó en sus brazos y le acercó un biberón, que rechazó pues claramente no tenía hambre. Quizás había sido una pesadilla la causa de su llanto. La meció en sus brazos, tarareando una canción de cuna, hasta que volvió a cerrar los ojos y quedó completamente dormida. Tan solo habían pasado tres días desde que la había traído a casa, y le parecía que llevaba cuidándola por una eternidad. La volvió a acostar en la cuna, y se quedó mirándola por largo rato, hasta que no pudo más y volvió a la cama.
Por suerte no hubieron más interrupciones nocturnas, y la mañana llegó más fría que de costumbre. Ya casi era diciembre, y la temperatura descendía con cada minuto que pasaba. Cuando se despertó, vio que ella ya tenía abiertos los grandes ojos verdes, y lo miraba curiosa con una sonrisa sin dientes.
— ¿Mirabas a papá dormir, pequeña traviesa? Dime, ¿ya tienes hambre? ¡Te espera un delicioso biberón!
La tomó en brazos y la alimentó poco a poco, disfrutando cada segundo de esa tarea. La aseó con rapidez y la arropó. Le encantaba tenerla cargada, hablándole de cualquier cosa y gozando de sus sonrisas espontáneas.
— Mira, Mei, ya casi se han caído todas las hojas de los árboles. Pronto llegará el invierno. Vas a ver la nieve. Es muy blanca y fría, de seguro te va a gustar. Cuando crezcas un poquito más, te llevaré al parque y te enseñaré a patinar. Ya verás cómo pronto te harás mejor que yo. ¡De seguro serás la mejor patinadora en todo Japón!... ¿Eso te da risa? Hablo muy en serio. Pero bueno, si no quieres ser patinadora puedes ser lo que tú quieras. Doctora, maestra, ingeniera, científica, pintora, escritora… Siempre y cuando ames lo que haces, tendrás todo mi apoyo. Te prometo, Mei, que haré todo lo que esté en mis manos para hacerte feliz, y para protegerte. No dejaré que nada malo te ocurra… Y entonces, crecerás, y espero que te sientas orgullosa de tu padre, porque yo estaré orgulloso de ti. Seguro te parecerás a tu madre, fuerte y luchadora, amable y dulce con todos. Ya lo verás, serás una mujer maravillosa como ella, mi pequeña princesita. Te amo, Mei, desde antes de nacer, siempre te he amado…
Ella lo miraba fijamente, como si de veras comprendiera el significado de esas palabras, y luego una pequeña risa apareció en su rostro. Él le dio un pequeño golpecito en la nariz, y ella agarró el enorme dedo y se puso a juguetear. El viento seco del otoño que decía adiós terminaba de arrancar las últimas hojas que aún no habían caído al suelo, y se las llevaba a algún sitio desconocido donde descansarían para siempre.
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La quinta estación
Romans(NOVELA EN EDICIÓN) Primavera, verano, otoño, invierno. Cuatro estaciones, cuatro historias. Primavera... Un amor que nace puro como el cielo... Verano... Sentimientos nublados por la distancia... Otoño... Lágrimas como lluvia al dejar ir lo que es...