I Lost You, Luna Ackerman

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1. La llegada

*2 años después*

Anne salió disparada de Tejas Verdes. Ese día llegaba tarde, el gallo no había cantado y se había quedado dormida.

Cogió sus cosas al vuelo, una botella de leche, una manzana y unas tostadas para comerlas de camino a la escuela. Corrió lo más deprisa que pudo, casi tropezándose con sus propios pies.

Llegó justo a tiempo, en cuanto pisó la tarima de la escuela, la campana sonó iniciando un nuevo día lectivo. Saludó en bajito a Diana, Ruby y Luna y tomó asiento.

Las dos primeras clases terminaron, y las cuatro chicas salieron afuera a descansar bajo la sombra del árbol donde Luna se había subido dos años atrás, y de dónde Gilbert la había rescatado.

—¿Cómo es que has llegado tarde, Anne? Siempre eres la primera en llegar y Luna la última —comentó Diana riendo.

—Hoy se han cambiado las tornas —comentó la pelinegra apoyándose en el tronco del árbol.

—Ese estúpido gallo no ha cantado —dijo enfurruñada la chica—. ¡Maldita sea! Casi llego tarde.

Las cuatro jovencitas comenzaron a reír y a hablar sobre las próximas clases. Luna no les había contado sobre lo sucedido momentos antes de la marcha de Gilbert, y ellas no habían insistido en saberlo.

Se notaba que era algo que afectaba a la muchacha, pues desde ese día que no había vuelto a ser la misma niñita alegre y risueña. Parecía que, todas sus historias de amor y sus sueños, habían muerto de la noche a la mañana.

La jornada terminó con la última clase y cada una de las chicas volvió a su casa. La vida de Luna había sufrido un brusco cambio: Charlotte había muerto un año atrás por neumonía, y Luna se tenía que hacer cargo de toda la casa. Cuidaba de los caballos y los animales, de la casa y algunos días trabajaba como ayudante de Jeannie en su boutique.
De vez en cuando, también limpiaba la casa de Gilbert.

Ese día le tocaba trabajar y, tras comer un poco y hacer sus deberes, a las cuatro salió hacia la ciudad.

Posó un pie sobre el muelle, observando con cautela su alrededor. No había cambiado nada desde que se fue. Dos años no eran suficientes para cambiar una ciudad, pero a una persona sí.

—Vamos, Bash —dijo el chico, echándose la maleta al hombro—. Antes de ir a casa tenemos que pasar por algunos sitios.

Sebastián, Bash para los amigos, era un hombre que Gilbert había conocido en su travesía como trabajador en el barco. Se hicieron muy buenos amigos y, podríamos decir, que era como una familia para el joven.

Pasaron por la tienda de comida, y dieron un breve paseo por las calles para rememorarlas. Al cruzar la calle, Gilbert chocó con una apurada muchacha. El golpe provocó que a la chica se le cayesen las cosas que traía.

—¡Lo siento! —exclamó mientras se agachaba rápidamente a por sus cosas.

—No, no te preocupes...

La joven cogió todas sus cosas y de prosiguió su apurado paso, haciendo ondear su castaño cabello. Gilbert se quedó mirando a la chica unos momentos más, quedándose absorto en sus pensamientos.

«¿Podría ser ella?» Se preguntó.

Pero la muchacha se marchó, y Gilbert no la paró. Siguieron su paseo hasta que una aguda voz le llamó.

—¡Gilbert! —oyó gritar desde lejos.

Era Anne, quien desde lejos agitaba su mano felizmente y daba saltitos, tratando de que el muchacho la viera. Gilbert hizo una señal a Bash para que se acercaran a ella.

I Found You, Gilbert Blythe »Gilbert Blythe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora