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No veía nada.

Escuchó el ruido de cadenas siendo arrastradas por el suelo, las escuchaba chocando entre sí, como si alguien si las hubiera colgado de un techo, poniéndolas muy juntas para luego hacer que chocasen.

Tenía mucho calor, ya no soportaba el hecho de tener cubierta su cara, poniéndolo ansioso por no ver nada. La capucha lo estaba mareando, lo peor de todo era que, no podía quitársela porque sus manos estaban atadas a su espalda.

Tenía sed.

Su garganta estaba completamente seca y dudaba de que sí podía hablar o no.

Unas manos tomaron su cuerpo, haciéndolo sobresaltar. Lo único que supo era que, fue puesto en una silla. Desataron sus manos para atarlas alrededor de la silla, dejándolo inmóvil, también desataron sus pies para ponerlos en las patas de la silla, no pudo evitar sollozar de dolor al sentir el gran tirón que sintió en ambos pies, las cuerdas están tan apretadas.

Trató de decir algo, pero su garganta estaba tan seca que ni un solo sonido salió de ella, podía jurar que tenía un día así.

Su estómago rugió de hambre, gimoteó porque no sabía si le iban a dar algo de comer, aunque fuese un trozo de pan. En verdad tenía muchas ganas de llorar y de salir de ese lugar, pero no podía, no podía porque tenía sus manos y sus pies atados con mucha fuerza.

—¿Quieres que te quite la capucha?— logró oír el tono de su voz, aunque ahora era un poco diferente,— lo admito, esa fue una pregunta estúpida.

Tomó la capucha y la jaló lejos de su cara.

Tuvo que parpadear un par de veces para acostumbrar a la luz que había —no era tanta, tan solo unos cuantos destellos—. Ahí estaba parada esa persona, en una postura rígida y que la hacía ver como alguien importante y de mucho dinero, lastima que no sea así.

Le acercó la boquilla de una botella de agua, asegurándose de no empinarla mucho para evitar que Louis se ahogara.

—Es suficiente, lo menos que quiero es llevarte al baño para que orines — puso la botella en una mesa de hierro, haciendo eco por todo el lugar.

—¿Donde...estoy?— tosió. Su voz muy apenas fue escuchaba, era débil y daba mucha lástima, era como si estuviera hablando por primera vez.

—Estás justo donde yo quiero que estés, nadie va a encontrarte.

Bajó su mirada al suelo, no querría verle la cara, al menos no por ahora.

—No bajes tu mirada, me harás sentir mal, y tú no quieres hacerme sentir mal — le pareció una amenaza.— Levanta la cara y obsérvame fijamente.

Lo hizo. Alzó su mirada, despacio. Frunció su ceño algo igual que sus labios, arrugó su nariz, al final lo que ella vio fue una mirada llena de odio. No pudo evitar reír al ver la cara que Louis le estaba dando, simplemente le daba gracia y vaya que sí se estaba luciendo con su risa.

—Dándome esa mirada no ganarás nada, quita esa cara antes de que te la arruine.

—¿Vas a golpearme?— tosió.

—O puedo cortarte la cara, con cicatrices te verás más lindo.

—Tú te verás linda con cicatrices en la cara.

—¿Planeas cortarme la cara?— tomó una silla para sentarse justo en frente de Louis, le dio su mejor sonrisa, burlona, claro.— ¿Con que? Tienes las manos atadas, pero...si te las corto no podrás hacer nada.

Sé susto por eso. Su cara tomó un color blanco, casi parecía un maldito muerto a punto de ser enterrado.

—Pero no haré eso, me gustan que tengan manos.

El Cortejo De Los OmegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora