Capítulo 11

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Mi pequeña llevaba ya un día entero en mi casa recuperándose del secuestro, aunque la marca en su mejilla me cabreaba, pero seguramente la incomodara ese moratón y evitaba decirla nada.

Hace unas horas, el jefe Swan vino a avisarme de la muerte de su abuelo y el estado crítico de sus matones, me daban ganas de ir al hospital y matar a esos desgraciados, pero mi lobo estaba tan nervioso y alerta que no podía dejar salir a mi pequeña del cuarto hasta que estuviera totalmente recuperada, esta tarde estuvieron Tom, Karen, Jared y Kim visitándola, pero cada vez que intentaban abrazarla o tocarla, me salía un gruñido, pero no podía evitarlo, mi lobo estaría así de ansioso hasta que mi pequeña estuviera completamente recuperada.

—Lisa, te he dejado las toallas sobre la taza. —Dije mientras veía la silueta de mi pequeña totalmente desnuda duchándose, solo viéndola tras la cortina ya estaba totalmente pasmado admirando sus curvas, no quería imaginar que pasaría cuando la viera sin una cortina en medio. Estuve un rato admirando su cuerpo hasta que vi que estaba a punto de terminar y salí del baño rápidamente y en silencio para que no me pillara siendo un total pervertido.

Mi pequeña salió vistiendo solo una de mis camisetas negras dejándola totalmente perfecta y hermosa.

—Pequeña, ¿no te han traído pijama? —Pregunté con cara de estúpido, totalmente pasmado, admirándola con descaro haciendo que se sonrojara. —Ven, que te seco el pelo.

Cogí el secador y mientras ella curioseaba en mi móvil comencé a secarla el pelo, realmente tenía muchísimo, pero era demasiado bonito y brillaba mucho; nunca había pensado en el pelo de una chica y esto era raro, pero claro, mi pequeña era especial.

—Lis, he estado pensando en que nunca te he pedido una cita, y me preguntaba si querrías ir al cine conmigo mañana, ¿te gustaría? —Pregunté jodidamente nervioso, si mi pequeña me rechazaba me daría un puto ataque.

—Sí, me gustaría. —Respondió sorprendiéndome, en las últimas horas habló poco, pero siempre cuando no me lo esperaba. Cuando les conté a los demás que hablaba estuvieron intentando que hablase con ellos, pero ella sólo habla conmigo cuando sabe que nadie más aparte de yo la escucha.

Aún no estaba segura de hablar y teníamos mucho trabajo que hacer hasta que volviera a hablar como una persona normal.

—Estupendo, pequeña, mañana saldremos sobre las siete de la tarde, y así cenamos por ahí. —Hablé mientras guardaba el secador y cogía en brazos a mi pequeña para bajar a la cocina, las pizzas tendrían que llegar pronto.

Senté a Lisa en la isla de la cocina y me puse entre sus piernas, la abracé con fuerza y observé como aun sentada sobre la isla su cabeza quedaba sobre mi pecho de lo pequeña que es.

Lisa levantó su cara dándome besos desde el pecho hasta el cuello, y para facilitarla el trabajo me agaché un poco y unimos nuestros labios. Mi pequeña profundizó el beso y nuestras lenguas empezaron a jugar conociéndose, esto era jodidamente perfecto, desde que conocía a Lisa sufría el mal del adolescente calentón.

Abracé con más fuerza a mi pequeña pegándola aún más contra mi cuerpo y Lisa al mismo tiempo me acariciaba desde los brazos hasta mi cuello poniéndome la piel erizada ante su dulce toque. Seguimos entre besos y caricias un buen tiempo haciendo que me pusiera totalmente duro con solo unos besos, pero es que tenía a mi pequeña vestida solo con una camiseta y claro, con sus perfectas piernas en mis manos... ¿Cómo no iba a excitarme?

Mientras estábamos besándonos el timbre sonó y fui con una enorme erección a por las pizzas, cuando abrí la puerta el tío se quedó mirándome avergonzado hasta que pasó mi pequeña por detrás para ir al salón, lo supe por la cara de pervertido que puso el imbécil.

—Aquí tienes el puto dinero. —Gruñí con el ceño fruncido mientras el tío con miedo me daba mi vuelta, iba a cerrar la puerta en su puta cara, pero el imbécil preguntó:

—¿No tengo propina? —Me reí en su cara ante la pregunta tan estúpida.

—Tu propina ha sido comerte con los ojos a mi chica. —Gruñí mientras le cerraba la puerta en la cara y llevaba las pizzas al salón, donde mi pequeña estaba poniendo una película al azar.

—Eres un lobo celoso. -—Susurró divertida mientras subía a mi regazo y cenábamos.

—No soy un celoso, ¿no tienes suficiente con un pervertido? —Pregunté divertido mientras pensaba en mañana y en como pedirla que fuera mi novia, estaba jodidamente nervioso por si me rechazaba. 

CURA MIS HERIDAS |PAUL LAHOTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora