La supervisora de servicios escolares sólo atendía casos excepcionales. El mío lo era. —Otra vez quieres cambiarte —expresó exenta de todo fervor, casi con hastío—. ¿Y ahora, por qué? —Bueno, profesora, mire, he pensado mucho en mi vocación. Creo que no soy bueno para las matemáticas. Aunque si uno se esfuerza, claro, pues todo se puede ¿verdad? Tampoco, ya lo pensé bien, me atrae aprender de memoria los códigos legislativos. Eso es aburrido. Necesito algo más moderno que me permita interactuar con gente y sobre todo, ayudar. Eso es lo que busco. Ayudar. —¿Cómo? —¡Quiero ser cirujano plástico! —Ajá… —se llevó una mano a la cabeza y usó los dedos como peine improvisado para acomodarse el cabello—. Te inscribiste en la Facultad para cursar ingeniería, a los seis meses solicitaste cambio al área de leyes. Ahora quieres ser médico. ¿Mañana aspirarás viajar al centro de la Tierra? —No se burle. He pensado que convertirme en cirujano plástico sería prestigioso y lucrativo. —¿De verdad? ¿Lo viste en televisión? Enrojecí. En efecto. Me había hecho asiduo a una nueva serie cuyos personajes se volvieron ricos gracias a la usanza de mujeres, aunque hombres también, que invertían grandes sumas sometiéndose a operaciones de embellecimiento. Desde la lona traté de dar mis últimas patadas. —Elegir carrera es una decisión crucial. ¡Debe hacerse con cuidado! —Sin duda alguna, Uziel. Sin duda alguna. Por eso no voy a autorizarte otro cambio hasta que hagas el análisis fundamental. Eso te dará un panorama más completo y podrás considerar pros y contras para que estés bien seguro. —Ya tomé el curso donde se hace ese análisis. —Pues vuelve a tomarlo y hazlo de nuevo, ahora a conciencia. Déjame llamar a la profesora encargada. Espera. —No hace falta. Si quiere yo voy a verla. —Prefiero evitar el riesgo de que lo olvides. Levantó su teléfono y dijo cosas que no escuché. Habló en voz alta, pero yo desconecté los hilos de mi atención. ¿Quién se creía esa mujer? ¿Por qué no seguía mis instrucciones y punto? Era yo, no ella, quien decretaba sobre los derroteros de mi vida. Viendo esa escena en retrospectiva detecto que mi verdadero problema era de actitud. Nada
19. me satisfacía porque tenía baja autoestima y pésima disposición para esforzarme. A los pocos minutos entró una profesora de piel rojiza y mejillas muy abultadas. Ambas mujeres charlaron. Sólo oí las conclusiones. —A este joven le negaré el cambio que solicita en tanto usted, profesora, no me haga llegar una carta aprobatoria de la decisión; guíelo en el análisis fundamental. La mujer carirredonda me llevó a su oficina. Sus mejillas eran singulares. Parecía como si se hubiese injertado dos pelotas de esponja debajo de los ojos. —Soy la maestra Lola. Puedes tutearme. Vamos a trabajar juntos. La observé sin interés. Sus enormes mofletes la hacían parecer obesa sin que lo fuera. Me entregó un material impreso para que lo estudiara. Eché un vistazo a las hojas. Demasiada información. —¡Qué flojera. Lola! —¿Cómo dices? —Me dijo que podía tutearla. —Sí, eso no me molesta, pero ¿por qué dices «qué flojera»? —¡Son muchas opciones! ¿Cómo voy a elegir entre tantas? —Descartando por grupos, como cuando vas a un restaurante en el que hay muchísimos platillos. Primero te preguntas si apeteces carne, pescado, pollo o vegetales, eliges un grupo y de ese un subgrupo, y así hasta llegar al platillo ideal. Hojeé el material. Revisé los grupos de mi interés. Ingeniería, leyes y medicina. Eran dispares. Cada uno exploraba perspectivas casi opuestas. ¿Y si buscaba otro? Total, si no me gustaba podría volver a cambiarme después. Se lo insinué a Lola y ella esbozó una sonrisa entre irónica y vanidosa que la hizo parecer más esférica. Comenzó un discurso que no quise atender. —Necesitas desarrollar una cualidad importantísima de la que careces. Se llama conciencia de elección definitiva. Elige lo mejor que puedas y después ve hacia delante hasta las últimas consecuencias. La carrera es como un matrimonio. Cuando alguien se casa pensando en divorciarse, seguro lo hará. Convéncete de que tu decisión profesional es para siempre. —¿Y si de todas formas me doy cuenta que lo mejor es divorciarme —enseñé los dientes en una caricatura de sonrisa—, de mi carrera, quiero decir? —Si te divorcias, de tu carrera, también quiero decir —ella no sonrió—, podrás seguir dos caminos: buscar otra a la que eventualmente también hallarás defectos y de la que querrás separarte de nuevo; y segundo, quedarte sin carrera para siempre. ¿Cuál te gusta? —Pues me gustaría —insistí con chocante mordacidad—, ¡buscar hasta hallar a mi media naranja! —¿Aunque para entonces ya seas abuelo? —Claro ¿eso qué importa? —No, Uziel. Hay decisiones cruciales que tienen un tiempo límite. Estás en el punto crítico de tu vida, no puedes darte el lujo de distraerte. Elegir con quién casarse, dónde vivir, qué carrera estudiar, dónde trabajar y muchas otras cosas importantes, debe hacerse con cuidado y método. Si sigues, negligente, dando tumbos, tu vida llegará a un estado de caos. Además, los antecedentes de inestabilidad profesional son muy mal vistos. Pocos empresarios quieren contratar a un joven que hizo dos años de arquitectura, dos de música y uno de cocina sin terminar algo.
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Decision Crucial
Teen FictionMediante una novela hipnótica, el lector podrá vislumbrar nuevos planes de vida para llegar a “hacer lo que le gusta y que le paguen por ello”. Contiene también un análisis de profesiones y GUÍA DE ESTUDIO.Siempre quiso ser profesionista, pero todo...