16.El tic de Gertrudis Personalidad

471 7 0
                                    

Al día siguiente no fui a trabajar. Había descubierto mi incapacidad para ejercer el empleo que con tanta ilusión me consiguió mi novia. Ahora sólo pensaba en estudiar. Qué ironía. Llegué a la universidad y fui a sentarme a una banca del patio. Ahí reflexioné sobre mi costumbre de abandonar todos los proyectos que comenzaba. Como estudiante, siempre despotriqué contra profesores y juzgué de ineficientes los planes académicos, cualesquiera que fueran. Acabé resolviendo que yo merecía más. Pero lo verdaderamente preocupante era que como empleado hice lo mismo. No supe someterme, desprestigié el sistema, insulté a mis compañeros y decidí, arrebatado, que yo merecía más. Eso significaba que el problema era yo. —Hola, Uziel, ¿qué haces aquí? La maestra Lola con su cara redonda, me había descubierto hablando solo. —Nada. Mejor dicho. Pienso. —¿Todavía estás trabajando? —No. Voy a regresar a la universidad el siguiente semestre. —¿Te gustaría venir de oyente a mi clase de planeación profesional? Nos miramos con cierta tristeza. Volvíamos al origen de mis devaneos. Al punto donde me desvié. No hacían falta regaños ni muestras de arrepentimiento. Lo hecho, hecho estaba. —Sí, maestra, gracias. En esa sesión ella habló del autoconocimiento y escuché por primera vez sobre la importancia de elegir una ocupación acorde a nuestra personalidad. Nos explicó previamente. «Personalidad» es la suma de características psicológicas que nos hacen reaccionar y relacionarnos con el medio de formas determinadas. La personalidad tiene dos partes: el «temperamento» cuyo origen se asienta en la herencia genética y el «carácter» que se genera durante la vida gracias a experiencias y hábitos. Hice un test con la maestra Lola en el que aprendí cómo mi personalidad se amoldaba mejor a determinadas ocupaciones. Quedé fascinado. Si la ciencia moderna ofrece respuestas para todo, ¿por qué tomamos decisiones tan cruciales sin acudir a ella? Analicé el cuadernillo con el análisis fundamental, y valoré el tesoro que estaba en mis manos. Cierto es que ya lo conocía y nunca lo estimé. Ahora mi sensibilidad me permitía darme cuenta de lo importante y trascendental que era. Apreciar o despreciar un vaso con agua fresca depende de una sola cosa: La sed. Y yo tenía sed. Consideré ese Análisis como extraordinario. Consistía en sólo tres ejercicios. El primero la redacción de un pequeño ensayo para conocernos a nosotros mismos, el segundo la realización de un test de personalidad (que realicé en esa clase), y el tercero en el

70. estudio y calificación de las setenta y cinco carreras básicas que existen. Salí esperanzado de aquella sesión, con intenciones de darme otra oportunidad. No podía estar destinado a fracasar. Ignoraba, sin embargo, que la vida me deparaba sorpresas desquiciantes. Apenas subí al auto de Lucy, encendí la radio y me quedé petrificado. El locutor de noticieros relataba: —Esta mañana hemos recibido una grabación de procedencia anónima; como contiene declaraciones delicadas, quisimos reservarnos el derecho de difundirla hasta investigar su legitimidad; sin embargo nos enteramos que otras estaciones de radio también la recibieron. Hace unos minutos fue transmitida en dos fuentes más, por ello creemos conveniente que usted, amable radioescucha esté enterado de los pormenores. La grabación parece contener el diálogo privado entre nuestro presidente municipal y un empresario que pretende construir centros comerciales. Ellos mismos dan los datos precisos de su identidad y localización. Aparentemente lo hacen sin saber que alguien los está grabando. En el diálogo se oye cómo ambas personas negocian para llegar a un jugosísimo acuerdo económico ilegal. Sin duda, este archivo será sometido a pruebas y peritajes para determinar si es veraz o no, por lo pronto, es nuestra obligación darlo a conocer tal como lo recibimos, reiterando que la fuente es desconocida. Por mi parte, ésta que seguramente será una explotadísima noticia, me provoca sentimientos de tristeza y enojo. Si se comprueba que nuestro presidente municipal es un hombre deshonesto, esta pequeña ciudad turística se verá seriamente afectada en su prestigio. Por lo pronto, y dejando a un lado mis opiniones personales, como periodista, debo informar… La grabación comenzó a correr. Cerré los ojos. Quise que me tragara la tierra. Eso no podía estar sucediendo. Se escucharon sólo partes seleccionadas del diálogo. ¿Quién las copió, y envió a los medios? ¡La grabación original estaba en mi poder! Lucy me la dio ayer. Dudé. Busqué en mi portafolios. No la hallé. Cuando papá nos sorprendió la noche anterior haciendo planes, la grabadora estaba sobre la mesa. Como salimos de ahí casi de inmediato, quizá la olvidamos por descuido. Agité la cabeza. Eso era muy poco probable. ¡Tuve que haberla echado a la bolsa de mi camisa! Hice memoria. En la mañana cuando pasé por Lucy para llevarla al trabajo, no hablamos del tema. Iban a dar las tres de la tarde. ¿Y si Lucy se quedó con el material, le sacó copias y lo mandó a los medios en apenas unas cuantas horas? ¡No era razonable! El locutor dijo que transmitiría la grabación tal como la recibió, pero la original era mucho más larga. ¡Alguien tuvo que editarla! Manejé a gran velocidad. Mi casa estaba camino al Ayuntamiento, así que iría primero ahí, a buscar la grabadora. Durante el trayecto cambié la sintonía de radio varias veces y en dos estaciones más escuché que se estaba reproduciendo la misma noticia. Llegué a mi casa. Dejé la portezuela del auto abierta y corrí como enloquecido. Busqué en mi ropa sucia del día anterior. La grabadora no estaba. Volví al auto. Al cerrar la portezuela detecté el compartimiento lateral en el que solía poner todo lo que me estorbaba. Busqué. La sangre se heló en mis venas. La grabadora portátil se encontraba encajada en la coyuntura del forro. ¿Qué significaba? ¿Estuvo en mi poder todo este tiempo? La encendí. El marcador de batería indicaba tres cuartas partes. Regresé la nota al principio y reproduje. Luego fui avanzando a velocidad rápida. Era esa. La detuve en los puntos álgidos. Tenía en mis manos la fuente original de la noticia que estaba saliendo en los medios. ¡Lucy me había engañado! Me

71. dijo que estuvo toda la tarde en los archivos municipales fingiendo que hacía un trabajo. Aseguró que hasta la noche, minutos antes de encontrarse conmigo, recuperó la grabadora. ¡Pero no era verdad! Ella tuvo el material mucho tiempo antes y lo copió. Quizá se lo dio a alguien para editarlo. Tuvo que ser así. Entendí por qué subió al auto tan entusiasmada y segura. Yo fui quien le dije que no podíamos cantar victoria hasta oír lo que había en el aparato, pero ella se veía triunfante con anticipación. La razón era simple: Ya había escuchado el material. Me dirigí a toda prisa al Ayuntamiento. Iba nervioso, preocupado. Guardé la grabadora en mi portafolios y éste lo escondí en la cajuela. Descendí del auto tratando de controlar el furor. Sacudí mi ropa y me concentré en parecer impróvido, incauto, como si no supiera lo que estaba sucediendo. Entré a las oficinas. No encontré a nadie en su lugar. Los empleados caminaban de un lado a otro con rostro desencajado. La noticia se había corrido por los pasillos. El escritorio de Lucy se hallaba intacto, limpio, parecía que no había ido a trabajar esa mañana. Gertrudis, a un lado, de pie tomaba un hato de carpetas y las alineaba una y otra vez, sin percatarse que desde hacía mucho tiempo estaban perfectamente alineadas. Vi que se sacudía de manera intermitente. —¿Dónde está Lucy? —le pregunté. Volteó. Meneaba la cabeza como si estuviera prisionera de minúsculas descargas eléctricas involuntarias. En otras ocasiones le había notado ese tic, pero nunca tan acentuado. —Tú sabrás —contestó displicente. —Si te estoy preguntando dónde está, es porque no lo sé. —Huye mientras puedas —el tic de su cabeza le invadió los brazos. —Tranquilízate, Gertrudis. ¿Qué te pasa? ¿Por qué tiemblas así? —No sé. Me sucede a veces —respiró hondo y controló sus convulsiones—. Lo que hizo tu novia afecta a muchos. Estamos luchando por limpiar el buen nombre de los funcionarios públicos y ella nos aplasta por puritita ambición. El presidente municipal nos representa a todos en esta oficina. A ti también, Uziel, aunque seas un trabajador inestable. —Gertrudis, deja de temblar. ¿Tú estabas enterada de la reunión que hubo en la sala de juntas ayer? ¿Lucy te contó? —¿Cuál junta? —Con el empresario. En la que estuvo el presidente. —Ayer no hubo ninguna reunión en la sala de juntas, ni el presidente bajó para nada. Estuvo en su despacho todo el día. Allí recibió a la gente. —¿Y Lucy no subió a las oficinas muy temprano? —No, amigo. El que subió unos minutos fue el Dire Fugeiro. Tu novia estuvo aquí, toda la mañana tronándose los dedos. Pero, luego, a medio día se fue con el Dire, no sé adónde. Uziel. ¡Abre los ojos! Me resistí a pensar que mi Lucy formara parte de alguna confabulación. Ella era inteligente. No se metería en problemas. Además, me amaba. Al menos manifestaba gran pasión al besarme y mostraba interés de querer ayudarme; desde hacía años me prestaba dinero y me daba consejos; ella consiguió el puesto que ahora tenía y desde que trabajábamos juntos me prestaba su auto de forma permanente. Tal vez estaba siendo presionada o hasta extorsionada.

72. Caminé a la oficina del Dire. Giré la chapa con sigilo. Cerrada. Entonces toqué tres veces cortésmente. La voz de un hombre preguntó desde adentro. —¿Quién es? Hablé con suavidad, fingiendo indiferencia. —Traigo expedientes a firma. Es urgente. La puerta se abrió despacio. Las bisagras rechinaron como queriendo gritar un sinfín de secretos. Empujé con fuerza. Lucy iba a la mitad de una carcajada cuando me vio. Quiso ocultar su diversión pero el eco de la risa iniciada resonó en las paredes. Estaba vestida con una blusa de seda holgada, sostenida apenas por dos tirantitos. La tela rasa apenas velaba el fulgor de su piel turgente. En la mesa había una botella de champaña y dos copas.

Decision CrucialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora