12.El aroma del rector Causas del subdesarrollo

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Chiquito y yo solíamos escondernos afuera de las distribuidoras de materiales para construcción y seguíamos a los camiones cargados de grava, cemento o varilla. Siempre nos llevaban a un constructor. Aquel día, el materialista nos condujo hasta mi antigua universidad. ¡Estaban remodelando algunas aulas! Buscamos al responsable de los trabajos. Muy a mi pesar, llegamos hasta la oficina del mismísimo rector. —Somos del departamento de obras públicas —me anuncié con su secretaria—. Venimos a suspender las labores de construcción que están haciendo en el edificio sur. La asistente no tuvo que anunciarle a su jefe nuestra presencia. De alguna forma, él escuchó, (después me di cuenta que podía ver la recepción y otras áreas de la escuela a través de cámaras conectadas a un monitor). Salió a recibirnos. —Pasen por favor. Su despacho era amplio y provenzal. Tapizado con madera color caoba. De inmediato detecté un aroma a cítricos y especias, demasiado suave para provenir de incienso, y muy intenso para tratarse de una loción personal. Chiquito y yo le explicamos el porqué de la visita. Pidió ver nuestras credenciales. Se las mostramos. Guardé la respiración unos segundos. Exhalé cuando comprobé con alivio que no me había reconocido. —Muéstrenos los papeles de su remodelación —exigió Chiquito—, y comenzó a recitar la lista. El rector enseñó varios documentos, pero no todos. Mi compañero se comportó excesivamente puntilloso. Yo me limité a cruzarme de brazos y a mover la cabeza como diciendo «¡qué mal, muy mal!». Chiquito me dejó dar la última estocada. Usando mi autoridad señalé los papeles faltantes y enumeré las multas a las que la universidad se haría merecedora. El rector no lo podía creer. Dijo como pensando en voz alta: —Esto es una exageración. Sólo estamos pintando y resanando salones deteriorados. Lo hacemos cada año. Es por el bien de los estudiantes. Vamos a la mitad del proceso. Permítanos terminar. Interpreté su solicitud como la puerta de una negociación. Me apresuré a insinuarle que debía darnos dinero a cambio de que nos hiciéramos de la vista gorda. Creo que fui evidente y tosco en mi comentario (estaba muy nervioso), porque todo me salió al revés. El rector se enfureció, pero respiró despacio y mantuvo la compostura. —De modo que quieren un soborno… Chiquito quiso corregir y habló denotando sus amaneramientos como le ocurría siempre que se ponía tenso. —A ver, amiguito. Te faltan muchas cosas. Licencia de remodelación, permiso de la comunidad educativa, controles de seguridad.

55. En ese momento entró una mujer a la oficina. Se excusó. —Rector, aquí están los nuevos exámenes de admisión que me pidió con carácter de urgente. Reconocí la voz. Agaché la cara e incluso creo que traté de taparme el perfil con una mano. El rector leyó mi gesto evasivo y preguntó. —Profesora, Lola, ¿usted conoce a este joven? Ella se inclinó para mirarme. —¡Claro! ¿Uziel, cómo estás? —sus enormes mejillas sonrosadas y redondas me acusaban—. ¿Por qué ya no volviste al seminario de orientación vocacional? ¡Te estuve esperando! Cuando pregunté por ti me dijeron que te habías dado de baja temporalmente. —Sí. Maestra Lola. Me metí a trabajar. —¿A dónde? —Prefiero platicar con usted otro día. —Gracias profesora —dijo el rector—, puede retirarse. Ella detectó la hostilidad en el aire y salió sin hacer más comentarios. El rector asintió repetidas veces, cruzó la pierna y sacó una caja de habanos. Tomó un puro y jugueteó con él. Se lo llevó a la boca sin encenderlo, como para sentir el placer del tabaco en sus labios. Luego lo guardó y oprimió el atomizador de una botellita de perfume. El aroma cítrico se propagó. Entendí que escondía su vicio detrás de fragancias artificiales. —De modo que eras nuestro alumno. ¿Y qué estudiabas? —Eso no importa. Ahora trabajo. —¿A sí? ¿Yde vez en cuando, una vocecilla interna no te dice que tu trabajo es deshonesto?, ¡robas, y en vez de pistola usas una credencial! ¿Sabes lo que es un ladrón con licencia? Mírate al espejo. Dejaste morir tus sueños profesionales a cambio de dinero fácil. Pues aquí no lo obtendrás. Suspenderemos los trabajos de remodelación de inmediato y le diré a nuestros abogados que vayan a tus oficinas para seguir todos los procedimientos burocráticos que nos marquen. No importa que tardemos años. Los únicos perjudicados serán los estudiantes. —Podemos reconsiderar. No me escuchó. —Ustedes dos son parte de una cultura que ha arrastrado miseria mental, generación tras generación. —Pe… pero —quise conciliar—, no es para tanto. Usted nos malinterpretó. —Esta conversación ha terminado —señaló la salida—. ¿Caballeros? Háganme favor. Chiquito y yo abandonamos la oficina como perros apaleados, con el rabo entre las patas. Caminamos por los pasillos sin hablar. Luego mi compañero se sentó en una banca y lloriqueó. —Eso fue muy horrible. —Sí —coincidí—. Voy a hablar con Fugeiro para que me cambie de zona y horario. Voy a preguntarle si puedo trabajar en la noche, inspeccionando antros; así volveré a estudiar en las mañanas. Chiquito se limpió la nariz con un pañuelo café muy arrugado que sacó de su pantalón, luego me advirtió. —No se te ocurra, Uziel. Fugeiro protege negocios de giro negro. Los dueños son mafiosos. Le dan una gratificación mensual para operar en condiciones ilegales y hasta para vender droga.

56. Fugeiro es un hombre peligroso. Tiene nexos con traficantes. Mejor sigue donde estás. —¿De veras? Algunos viejos compañeros de clases pasaron frente a nosotros. Me saludaron. Preguntaron por qué hacía varios meses que no me veían. Contesté con evasivas. En cuanto pude me puse de pie y corrí. Tiempo después hallé en un artículo escrito por el perfumado rector de la universidad que se titulaba Las tres causas del subdesarrollo. Lo parafraseo: Todos los países de Latinoamérica tienen problemas similares. Les cuesta despegar por tres razones. 1 . RECHAZO A LA LEGALIDAD. Históricamente los jefes religiosos de pueblos prehispánicos dominaban a la gente infundiéndoles temor. Sus dioses exigían sacrificios humanos. Miles de personas perdían la vida en ceremonias de inmolación. Cuando llegaron los conquistadores europeos, las cosas no mejoraron: Ocurrieron alianzas simuladas, promesas falsas, destrucción, esclavitud e imposición de nuevas doctrinas controladoras. Durante siglos, los latinoamericanos hemos sido oprimidos por nuestros gobernantes. Una y otra vez los líderes se han enriquecido traicionando la confianza de la gente. Por eso, los hispanos creemos que las leyes se hicieron para romperse. Decimos: «El legalismo produce estancamiento». «Para ganar hay que hacer trampa». «Es mejor pedir perdón que permiso». «Preferible sobornar a la autoridad que seguir las reglas». Esta primera ancla al subdesarrollo ocasiona que muchos jóvenes estudiantes se rebelen, hagan mítines, organicen huelgas, dañen instalaciones, roben exámenes, paguen respuestas, compren diplomas, maleen a compañeros, cometan sobornos. Para vivir el verdadero progreso profesional, es imperativo cancelar esta tendencia. El desarrollo de cualquier pueblo está necesariamente sustentado en el respeto a las normas y a las autoridades. 2. ENVIDIA. En la cultura hispanoamericana priva la frustración por injusticias pasadas. Históricamente el personaje sobresaliente era mafioso, tramposo, o contaba con la ayuda secreta de alguna autoridad corrupta. Tal estereotipo heredado se instaló perniciosamente en nuestro inconsciente colectivo y hoy pensamos lo mismo de todo el que triunfa. Hay un coraje escondido contra el compañero destacado; todos hablan mal de él y quieren derribarlo. Por otro lado quien llega alto suele llenarse de soberbia y trata mal a los que van detrás de él. (Cuando un latino logra cierto poder en el extranjero no suele ser solidario con los de su misma raza). La mayoría se burla de quien hace bien las cosas. Entre estudiantes, nadie quiere ser calificado como «nerd», «matado», o «teto». Así, los alumnos hacen estudios mediocres; al que sobresale lo tratan de desprestigiar y el que sobrevive, se vuelve desconfiado y agresivo. La envidia reina en nuestras relaciones y genera un ambiente de rivalidad malsana. A ninguno le da gusto cuando ven al prójimo triunfar. Los unos quieren perjudicar a los otros. No existe verdadero trabajo en equipo. Envidia es la segunda ancla al subdesarrollo que debemos romper para alcanzar el progreso profesional.

57. 3. CONFORMISMO. A los latinos de América no nos gusta sufrir más de lo que ya hemos sufrido; evadimos todo lo que nos cause dolor, esto incluye trabajo, ejercicio y estudio. Rechazamos la disciplina, porque es incómoda. Aunque tenemos grandes deseos de mejorar y damos inicio a muchos planes, cuando las cosas se ponen difíciles, abandonamos los proyectos y ponemos excusas. Somos maestros para urdir pretextos. Las familias de nuestra cultura viven encerradas en una continua justificación de sus errores. Al papá borracho se le soporta, al hijo desobligado se le defiende (pobrecito) a la hija grosera se le disculpa. Eso sí todos hablan mal del pariente o vecino rico (envidia). Como somos recelosos y ariscos, preferimos conformarnos con poco. «Mejor dejemos las cosas como están», y como no confiamos en nadie, preferimos tener bajo perfil, llamar poco la atención. Por causa de este tercer grillete, los jóvenes se obstinan en elegir carreras fáciles. No se exigen. No dan lo mejor de sí mismos. Tratan de esforzarse lo menos posible y si las cosas se ponen difíciles, buscan otra carrera, otra universidad o se dan de baja, (temporalmente, por supuesto), sólo para eliminar el estrés. Tú eres latinoamericano, pero no aceptes estas anclas que te esclavizarán a la miseria. El rechazo a la legalidad se entrelaza con la envidia y el conformismo, formando un todo ideológico de esclavitud moral. No lo permitas. ¡Puedes romper la herencia malsana de tu pasado cultural!

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