17.Los perros del Dire Impulsividad

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Mi cosmos se desplomó. No había extorsión ni coerción hacia ella. Estaba ahí por su propia voluntad. —¿Festejan? —Uziel, sal de aquí. —Eres amante de este señor —no estaba preguntando. —Tú siempre con tus cosas. —¡Me has manipulado! Me dijiste «celoso, obsesivo y machista» para que no me metiera en tus porquerías, ni investigara. Qué asco. Yusted Dire ¿no se avergüenza de la foto familiar que tiene sobre ese nicho? —Cálmate —se adelantó Lucy—, estás en un error. Te voy a explicar. —No necesito explicaciones. Todo está clarísimo. En pocos días me he enterado de los manejos políticos. Usted —me dirigí al director—, fue candidato de su partido para ocupar la presidencia municipal, pero perdió las elecciones internas. Ahora, con la caída del presidente actual, subirá como la espuma; le ha prometido a Lucy un buen puesto. ¿No es cierto? ¿Cómo pude ser tan ciego? —mi mente estaba digiriendo el pastel de un solo tirón—, ayer usted usó mi grabadora para comprometer al presidente. Por eso se salió y lo dejó solo. Qué casualidad. ¡Él lo va a deducir! Usted siempre lo acompaña en los grandes negocios ¿y ahora no? ¡Qué casualidad! Después por la tarde, Lucy y usted estuvieron analizando la grabación y la copiaron. ¡Pero se les cayó el teatro! La prensa está buscando información. Voy a ir a la televisora para platicar la verdad. Además, sé otras cosas sobre las que va a tener que dar explicaciones. El silencio se volvió como una masa invisible que hizo nuestros movimientos lentos. El director se acercó muy despacio. —¿A qué te refieres? Vi a mi novia detrás de él, reflejando en su rostro la confusión de una Venus que ha perdido sus encantos. ¿Cómo pudo corromperse? Mi rabia se acrecentó. —Sé que protege negocios de giro negro y hace alianzas con narcotraficantes para vender droga. Fugeiro respiró de forma sonora. Enrojeció, y por unos segundos se quedó muy quieto. Lucy tenía la boca abierta en una mueca de asombro extremo. «Ese hombre se está posicionando políticamente y cada vez tiene más poder. Puede aplastarnos con un dedo». Salí de las oficinas a toda prisa. Lucy me siguió. —¿Por qué dijiste eso? —me preguntó en el patio—. Acabas de meterte en un problema muy

74. grave. —Tú me metiste en él. Seguí caminando. —Uziel, no seas tonto. ¡Yo te quiero! —Cállate. Eres una golfa, por no decir más. Amante de un hombre casado. Él nunca te acosó. Fuiste tú quien lo sedujiste. Igual que a mí. ¿Por un mejor puesto y mayor sueldo? ¿A eso te referías cuando me diste la cátedra de que estabas haciendo una carrera laboral? Por tu culpa me salí de la universidad. —Espera. Piensa. Si no te quisiera, jamás te hubiese traído a trabajar aquí. Eres mi novio desde hace cinco años. No tienes dinero. Manejas mi propio auto. No me ofreces nada, excepto cariño. Valoro eso. Si fuera tan mala como dices, hace mucho tiempo te habría dejado, pero me interesas; mi relación con Fugeiro es sólo de conveniencia. Era un juego de poder. Al final tú y yo íbamos a salir ganando, pero lo echaste todo a perder. —Qué asco me das. —Uziel, regresa y pide una disculpa. Tal vez estés a tiempo. Dile a Fugeiro que no tienes ninguna prueba en contra de él, ni intenciones de hablar con ningún periodista. —Eso sería humillante. —¡Pues humíllate, pero salva el maldito pellejo! —¡No! Tú me dijiste ayer que si le cortábamos la cabeza a la víbora, se acaba el mal. Te referías al presidente; yo creo que Fugeiro es la víbora. Dijiste «vayamos con todo hasta las últimas consecuencias», es lo que voy a hacer, caiga quien caiga, incluyéndote a ti. Llegamos al auto de Lucy, abrí la cajuela, saqué mi portafolios y le entregué las llaves. Justo en ese instante detecté que dos hombres vestidos con traje oscuro se acercaban sigilosamente por ambos costados. Hablaban a través de enormes walkie talkies y ostentaban armas enfundadas a la cintura. Lucy me previno: —Son los perros del Dire. Eché a correr y ellos lo hicieron detrás de mí. De pronto me vi envuelto en una huida irritante y febril. Atravesé la avenida toreando a los autos que no disminuyeron la velocidad. Se escucharon groseros claxonazos. Llegué al lado opuesto del camellón y quise subirme a un colectivo, pero el más cercano parecía aún lejano. Corrí en sentido contrario de la vía. Los agentes de seguridad ya cruzaban la avenida a toda prisa. Parecían exasperados, dispuestos a lo que fuera por alcanzarme. Tenían instrucciones precisas y recientes de algún superior de envergadura. Yo significaba un grave riesgo para el cerebro que tan finamente había desprestigiado a la máxima autoridad de nuestro pueblo. Las escenas de Lucy que provocaron mi celo, el Chiquito poniéndome al tanto de la peligrosidad y los malos manejos del Dire, el tejido de sucesos perfectos para despertar mi indignación… todo parecía encajar como un rompecabezas premeditado. ¿Lucy, mi querida Lucy tramó con su jefe la búsqueda y reclutamiento de un cándido impulsivo dispuesto a soltar golpes al aire para desprestigiar los métodos que el presidente avalaba? ¿Lucy había sembrado en mi ánimo la semilla de una venganza ingenua? ¿De verdad ella y su asqueroso amante anticiparon que mis patadas de ahogado, iban a beneficiarlos? ¿O simplemente improvisaron como lo hacen los buenos músicos cuando pierden la partitura? ¡Al fin! Un minibús se detuvo frente a mí y abrió su puerta. Pude saltar al interior, pero no lo

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