El único hospital público de la ciudad estaba, como siempre, atiborrado. Las ambulancias llegaban y se iban, los médicos recibían nuevos pacientes en camillas rodantes y corrían con ellos. Familiares ojerosos deambulaban por los pasillos, incrédulos por algún inesperado accidente y encrespados por sus impredecibles consecuencias. Fuimos eximidos de hacer antesala. Agradecí a las circunstancias. No hubiera podido sentarme junto a mi padre a charlar. Incluso en el auto, él encendió la radio a todo volumen y yo le di la espalda para mirar por la ventana opuesta. —Pasen —nos dijo el médico de guardia—. La señorita Rosa aceptó hablar con ustedes. Pero está muy débil. No la presionen. Seguimos al doctor por corredores límpidos que emitían un fuerte aroma antiséptico. Subimos al elevador. Rosa estaba sentada sobre una cama que había sido plegada en forma de sillón. Tenía el pelo grasoso adherido al cráneo, como quien ha dormido por horas, el tronco vendado, los ojos amoratados y la cara asimétrica levantada por el efecto de un collarín rígido. Junto a ella, dos adultos serios (después nos enteramos que eran sus padres). —Hola —dijo la chica—. ¿Ustedes son familiares de Saira? —Sí —me apresuré—. ¿Dónde está? —Tomen asiento —nos invitó el hombre junto a la cama—, Rosita nos estaba platicando lo que sucedió. Cariño ¿quieres volver a empezar? —¡Pero no te esfuerces! —acotó la mujer—. Ni te angusties. Mi padre y yo nos sentamos despacio en dos sillas vacías que parecían haber sido puestas para nosotros. Rosa recomenzó su relato. Como hizo gesticulaciones más abiertas, dejó al descubierto una de las secuelas más aparatosas del accidente que sufrió. Perdió los dientes delanteros. Incisivos centrales y laterales. Sólo le quedaban los caninos. Me hizo recordar a esos simpáticos niños que están mudando su dentadura primaria, a quienes les sobresalen los colmillos. Casi no hizo pausas al hablar. Como si quisiera deshacerse de una carga a toda prisa. —Habíamos tomado demasiado. Pero Paul dijo, «los voy a llevar a un hotelito campirano para que la sigamos». Le contestamos «está bien». Paul era el hijo del dueño del bar. Un chavo alto con brazos tatuados. Novio de Saira. Paul murió. Eso me dijeron. Qué terrible. De hecho no sé cómo es que yo, caramba, todavía estoy viva —Rosa se detuvo un segundo y trató de llevarse la mano a la cara, pero la manguerilla del suero se lo impidió. —Tranquila, hija. Si quieres, luego nos platicas. —De una vez. Tengo que echarlo fuera.
47. —Adelante. —Nos detuvimos en una tienda a comprar cervezas. Pusimos la música a todo volumen y nos lanzamos a la carretera. Íbamos riendo. Cantando. Saira sacaba la cabeza por el quemacocos y Paul aprovechaba para acariciarle las piernas con una mano. Manejaba con la otra, pero le costaba trabajo mantener el volante firme. La carretera era de doble sentido, había muchas curvas y zanjas. Saira bailaba. Yo me puse de pie y la acompañé; saqué la cabeza por el capote. En el carrito traíamos nuestra fiesta. Pero comenzó a llover. Las luces de los autos nos deslumbraban. Un camionero se dejó venir contra nosotros y Paul se descontroló. Dio un volantazo. Chocamos con la barda de contención. Estuvimos a punto de volcarnos. Paul aceleró a tiempo. El coche se enderezó. Fue el primer aviso. Saira y yo regresamos a los asientos. Estábamos asustadas. Paul frenó. Saira se bajó del coche y comenzó a decir «eres un imbécil, casi nos matas, yo me voy caminando», pero Paul le contestó «perdóname, no vuelve a suceder». Ella regresó, le dio un golpe en el hombro con la botella de cerveza y el contenido se le volcó. Paul dijo «maldición». Todos reímos. Paul aceleró otra vez. Saira estaba como ida. Volvió a ponerse de pie sacando medio cuerpo por la capota y derramó, a propósito, lo poco que quedaba de cerveza en la cabeza de Paul. Él dijo «ya déjame en paz» y ella contestó «pues fíjate cómo manejas». Paul le pellizcó una pierna. Perdonen que lo platique con todo detalle, pero es la verdad. Ella lo pateó. Les dijimos «esténse quietos, es peligroso». Entonces yo me estiré para bajarle el volumen a la música. Dije «ya Saira, métete, porque nos estamos mojando con la lluvia». Paul opinó «déjala, que haga lo que quiera, es bailarina». Volvió a subir el volumen. Entonces sonó el celular de Paul. Lo buscó. Su coordinación era torpe. El teléfono se le cayó cerca de los pedales. Seguía sonando. Se agachó para recuperarlo. Miró la pantallita. Dijo «en la madre, es mi papá, de seguro ya le fueron con el chisme de que dejé el negocio solo». Fue lo último que habló antes del accidente. Nos habíamos salido del carril. La luz del autobús estaba en frente de nosotros. Paul dio un volantazo horrible. Nuestro coche giró en la curva. Se oyó un grito muy feo no sé si de Saira. Como que todo se puso en cámara lenta. Escuché el ruido de los metales aplastándose y los vidrios estallando en mil pedazos. De ahí no recuerdo nada más. Sólo de pensar en lo que pasó, siento ganas de salir corriendo —cerró los ojos—. Ya mejor no quiero acordarme de nada. Tanto la locuacidad de Rosa como su repentina decisión de desconectarse no parecieron normales. Me enteré después que al volver en sí, su cerebro comenzó a trabajar con rachas de alto voltaje intermitentes. Incluso por primera vez tuvo ataques epilépticos que la acompañarían por el resto de su vida. —Rosa —quise corroborar—, antes de que te duermas, ¿estás segura de que Saira iba con ustedes cuando pasó el accidente? El asentimiento de su cabeza fue apenas notorio. El collarín le estorbaba. —¿Y dónde está? No quiso decir más. Quedó con la boca abierta como quien tiene la nariz tapada. Se le veían las puntas de los colmillos. Parecía una vampiresa a punto de echarse a dormir huyendo de las primeras luces del alba. Sus padres nos miraron con lástima. Aunque con varias costillas fracturadas y sin incisivos, ellos tenían a su hija viva. —Acompáñenme —nos pidió un hombre que había estado en el umbral de la puerta. Era policía.
48. —No entiendo —dije en cuanto salimos del cuarto—. Los jóvenes chocaron con un autobús de pasajeros. Tres de los cinco, fallecieron. ¿Y la sexta persona? ¿Dónde está? —No había ninguna sexta —aseguró el policía mientras caminábamos rumbo a la salida—. El testimonio de Rosa es inconsistente. Por ejemplo, dice que llevaban la música a todo volumen, pero el coche no tenía aparato de sonido. Para mí que Saira nunca subió a ese auto. Recen porque así sea. —¡Pero yo la vi! —aseguré—. Claro que subió. También el abuelo la vio. Iba en el asiento delantero. —Pues ella no estaba en el sitio del accidente. Ya revisamos las inmediaciones. Papá y yo salimos del hospital como caminando en un piso flotante. Olvidamos nuestras diferencias y comenzamos a intercambiar ideas. —¿Tú qué opinas? —¿Rosa dijo que antes del choque, Paul dio un volantazo horrible y el carro giró. A lo mejor en ese momento Saira salió disparada por la capota abierta. —Pero ya oíste al policía. Inspeccionaron el sitio y no encontraron nada… —¿Por qué no vamos nosotros? Camino al punto del accidente me di cuenta de cuán caótico era mi universo. A donde volteara había destrucción. La sociedad estaba en decadencia y su ruina arrastraba consigo a mi familia. Encontré una nueva razón para estudiar: saber muchas cosas que me permitieran huir del caos, apartarme de la gente, construir una muralla que me separara de los demás. Imaginé saliendo del lodo y alejándome de quienes me lastimaron, viviendo para mí mismo. Pero aún en esos sueños de escape estaba equivocado. No entendía que el anhelo de encumbrarme por encima de la gente, le quitaría todo el sentido a mi labor. En realidad estudiamos para trabajar y trabajamos para dar algo a los demás. Los principales beneficiados de nuestro trabajo son otras personas. De hecho mientras más necesidad tenga el mundo de nuestros servicios, mejores profesionistas seremos. Por muy confundidos que nos sintamos, como yo me sentía aquella tarde, conviene elegir una ocupación que nos ofrezca oportunidades de ejercer. Pensemos en nosotros actuando a favor de otros, y soñemos a miles de personas haciendo largas filas para pagarnos dinero a cambio de lo que podemos darles. Es bueno mirar alrededor, desarrollar una aguda capacidad de observación y decidir en dónde podrá haber más oportunidades de empleo o negocios. Elijamos una profesión con alto grado de necesidad social. Mi padre y yo no hablamos mientras íbamos camino al lugar del accidente. Al fin llegamos a una curva comprometida de la carretera. —Aquí fue. Tuvimos que dejar nuestro auto en la recta siguiente para evitar propiciar otra desgracia. Aunque estaba oscureciendo, todavía pudimos distinguir las marcas del reciente choque sobre el pavimento. Las inmediaciones estaban llenas de vidrios y piezas sueltas. Deambulamos por el acotamiento, arriesgándonos a ser atropellados por algún despistado. No nos importó. Sin hablar, exploramos los matorrales adyacentes en busca de indicios de Saira que a la vez queríamos y no queríamos encontrar. A los pocos minutos se hizo de noche. Las luces de los vehículos eran, en efecto, deslumbrantes. Después de casi una hora, regresamos al auto, desanimados, agotados. Antes de que mi padre echara a andar el motor, lo vi contraerse como si tuviese un cólico.
49. —¿Estás bien? —No. Le toqué el antebrazo con timidez tratando de hacer contacto con él. Se erizó como lo haría un gato silvestre. Me miró. Su rostro parecía más arrugado y ojeroso que de costumbre. Ambos estábamos sufriendo por el mismo motivo. Juntos en el pesar, como suelen estarlo padres e hijos, quizá podríamos llegar a comunicarnos. Lo intenté. —¿Te puedo preguntar algo? —Eh. No sé por qué formulé ese cuestionamiento, pero cuando me di cuenta ya era tarde para omitirlo: —¿Tú me quieres, aunque no sea tu hijo verdadero? —Ahora lo que importa es Saira. Insistí: —¿Por qué nunca me has hecho un elogio ni me has dicho una frase cariñosa? ¿Por qué siempre la que importa es Saira? Arrancó el coche y comentó: —Tú necesitas un psicólogo. Fue la última vez que reclamé su afecto.
ESTÁS LEYENDO
Decision Crucial
Fiksi RemajaMediante una novela hipnótica, el lector podrá vislumbrar nuevos planes de vida para llegar a “hacer lo que le gusta y que le paguen por ello”. Contiene también un análisis de profesiones y GUÍA DE ESTUDIO.Siempre quiso ser profesionista, pero todo...