Capítulo 2

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A Mamoru no le había pasado desapercibido el respingo de Usagi. Preocupado, entró en el apartamento y cerró la puerta. Ella tenía los ojos bien abiertos y fijos en el suelo. Siguiendo su mirada, él se inclinó a tomar el sobre del suelo. No tenía sello, ni dirección, ni remite. Nada, excepto el nombre de Usagi escrito en tinta roja. Nada que explicara la inquietud que se apoderó de él, y el deseo instintivo de protegerla.

—¿Siempre te pasan el correo por debajo de la puerta? —le preguntó sin darle demasiada importancia, mientras le tendía el sobre.

Usagi  parpadeó y miró la carta.

—No —carraspeó—. Normalmente no.

Ella fue hacia la cocina y dejó el sobre en el mostrador, como si no tuviera interés. Pero él había visto el miedo en sus ojos. Parecía que ya sabía lo que decía aquella carta.

—¿No vas a abrirla? —le preguntó.

Usagi intentó sonreír, pero sus labios temblaron y no se curvaron.

—Probablemente es de mi casero. Hay un nuevo inquilino en el piso de abajo, y se ha estado quejando del ruido —ella desvió la mirada y carraspeó de nuevo—. El casero ha estado repartiendo mensajes de advertencia… para que el nuevo esté contento.

Mamoru supo que estaba mintiendo, y no pudo evitar preocuparse más aún.

Usagi  no se asustaba fácilmente. Tenía mucha confianza en sí misma, y era fuerte e independiente. Él reprimió un suspiro y se preguntó qué demonios estaría ocurriendo en su vida. Deseó irse, pero sabía que no era capaz. Suavemente, le puso una mano sobre el hombro, y ella saltó como si le hubiera dado un pellizco. Entonces él dejó caer la mano.

—¿Estás bien?

—Claro, muy bien —dijo Usagi, y se separó de él—. ¿Por qué no iba a estarlo?

—Por la carta de tu casero. No te está molestando mucho por esa queja del ruido, ¿verdad?

—No, Samuel es un buen chico.

Él quiso insistir, pero ella ya estaba llenando la cafetera de agua. Así que se limitó a apoyarse en el mostrador y mirarla, y casi olvidó todas las preguntas sin respuesta que lo fastidiaban desde la mente.

Era baja y esbelta, con curvas sutiles en los lugares apropiados. Puso la cafetera al fuego y él notó que se le secaba la boca cuando vio cómo se desabotonaba la chaqueta. Llevaba una blusa, pero aun así, ver como deslizaba los brazos fuera de las mangas le pareció tan… íntimo. Ella dejó la chaqueta en el respaldo de una silla y se volvió hacia la nevera.

Mamoru tragó saliva e intentó no fijarse en la forma en que la seda de la blusa moldeaba la curva de sus pechos. Entonces, Usagi abrió la nevera y se agachó para tomar la lata del café. La falda negra se estiró tentadoramente sobre la curva de sus nalgas bien torneadas.

Él apartó la mirada.

¿Qué le pasaba? Aquella era Usagi, alguien que casi pertenecía a su familia.

También era una mujer increíblemente atractiva. Aunque él nunca había sido ciego a sus encantos, aquella súbita y fiera atracción lo preocupó.

¿Por qué había tenido que sugerir que subieran a su apartamento?

¿Por qué no había podido haber respetado su deseo de quedarse sola?

Porque era viernes por la noche y no quería estar solo.

No quería salir e ir a un bar lleno de humo con los de siempre e intentar que pareciera que estaba embelesado con Beryl Jones, una administrativa del juzgado con la que había salido varias veces durante aquel año. Estaba cansado de todo aquello, y por eso había la oportunidad de cenar con Usagi.

CORAZÓN BLINDADO  (McIvers Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora