Mamoru se quedó con la boca abierta. Y la cerró de nuevo.
—¿Tu… hermana?
Usagi asintió y le quitó la fotografía de las manos. Él vio las lágrimas que le asomaban y la tristeza que sentía al acariciar la cara de la niña en la fotografía.
—Se llama Hotaru —le dijo ella.
Dejó la fotografía en la mesa y se fue a la cocina. Mamoru se dio cuenta de que le temblaban las manos al tomar una taza del armario y servirse un café. Cuando ella volvió al salón, se sentó a su lado.
—La última vez que la vi, todavía no tenía dos años.
A Mamoru le vinieron muchas preguntas a la cabeza, pero se quedó en silencio, esperando a que ella continuara.
—Mi madre se casó de nuevo un año después de que mi padre muriera, y nos mudamos con su marido a Carolina del Norte, después a Oregón y después a Arizona. Que yo sepa, ella todavía sigue allí.
Mamoru frunció el ceño, preguntándose por qué Usagi se había ido a vivir a Fairweather con su tía, si su madre estaba viva, y por qué Usagi nunca hablaba de ella.
—Todo iba bien al principio —continuó Usagi —. Después de que Sabio y mi madre se casaran. No me acuerdo mucho de los dos primeros años. Y cuando mi madre se quedó embarazada, empezaron a discutir. Mucho. No sé por qué discutían, solo sé que discutían todo el tiempo. Entonces nació Hotaru. Era tan diminuta, tan bonita… Pero las discusiones empeoraban, y Sabio… mi padrastro, bebía. Y cuando bebía, se volvía muy violento. Al principio fue solo verbal, pero después empezó a pegar a mi madre. Algunas veces también me pegaba a mí, aunque normalmente no me prestaba atención. Y yo intentaba que Hotaru no llorara, para que él no tuviera un motivo para gritar. No quería que también le pegara a ella. Cuando me hice mayor, se volvió más difícil esconderse de él. Cuando empezó a prestarme atención… me miraba, y me sonreía, y a mí me asustaba mucho. Había algo en sus ojos que no parecía normal. Algunas veces entraba en el cuarto de baño cuando yo estaba en la bañera, o en mi habitación cuando me estaba cambiando. Y me miraba.
Si yo cerraba la puerta con cerrojo, me pegaba. Y después empezó a tocarme.
Mamoru sabía que aquella revelación iba a llegar. Sin embargo, no pudo evitar un agudo dolor en el estómago, ni la rabia e impotencia que lo embargaron.
—Nunca… —ella tragó saliva—, nunca me violó, pero lo que hizo ya fue lo suficientemente malo.
Mamoru no sabía qué hacer ni qué decir. Se sentía destrozado al pensar que aquel hombre, en el cual Usagi debería haber podido confiar, había abusado de ella y había destruido su inocencia. Mamoru quiso decirle que aquello no era una razón para avergonzarse, pero sabía que cualquier palabra sería inadecuada. Solo quería abrazarla, pero no se atrevía a tocarla. No quería que ella se asustara y se alejara de él.
—¿Se lo contaste a alguien? ¿A tu madre?
Ella asintió.
—Lo intenté. No sabía cómo explicarle lo que estaba sucediendo, y ella no quiso escucharlo. Me dijo que solo las niñas que tenían secretos malos cerraban la puerta de su habitación con cerrojo. Y cuando le dije que no me gustaba cómo me tocaba, me dijo que solo me estaba demostrando que me quería y que…—le falló la voz, pero tomó aire y continuó—. Me dijo que yo debería estar agradecida porque él me quisiera como si fuera su propia hija.
—Dios mío —Mamoru no pudo esconder su furia por más tiempo—. ¿Cómo era posible que ella no se diera cuenta?
—No quería darse cuenta —Usagi intentó encogerse de hombros, pero estaba demasiado rígida—. Entonces la tía Ikuko trajo una vez de visita a Serena, por mi décimo cumpleaños. No creo que estuviera allí más de dos días cuando entendió la situación. Sabio me regaló un vestido nuevo por mi cumpleaños e insistió en ayudarme a que me lo probara. La tía Ikuko entró en mi habitación mientras estaba desnuda y lo encontró allí. Intentó hablar con mi madre sobre ello. Yo oí cómo discutían. Mi madre la llamó mentirosa, y le dijo que solo quería crear problemas.
ESTÁS LEYENDO
CORAZÓN BLINDADO (McIvers Libro 2)
RomanceBalas, incendios, bombas... Estaba claro que alguien la quería muerta. Usagi Moon había dedicado toda su carrera a proteger a otras personas, pero ahora era su propia vida la que estaba en peligro. La abogada pensaba que era imposible que las cosas...