Capítulo 13

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Usagi oyó las sirenas en la distancia. Abrió las puertas de la salida principal del juzgado y salió a la noche. Los camiones de bomberos pasaron a toda prisa con todas las luces encendidas y las alarmas a todo volumen. Ella tuvo una sensación heladora en la espalda. El olor a humo que asaltó sus fosas nasales hizo que se le revolviera el estómago.

Cuando llegó hasta la multitud reunida en la acera bajo su edificio, se quedó mirando fijamente, horrorizada, fascinada, mientras los bomberos luchaban contra las llamas que se escapaban por las ventanas del apartamento del tercer piso.

Sus ventanas.

«Vas a arder en el infierno».

Veía el mensaje tan claramente como si lo tuviera en la mano.

Sacudió la cabeza, intentando librarse de aquel pensamiento. Quería creer que era solo una coincidencia, pero sabía que no era cierto.

Aquello era algo personal, y estaba aterrorizada.

El calor que desprendían las llamas le quemaba la cara y el humo le hacía arder la garganta. Miró a su alrededor y dejó escapar un suspiro de alivio cuando vio a la señora Dempsey en bata, con Rocky en brazos, junto al resto de los vecinos. Cuando Usagi vio a Samuel McClain, el casero, se acercó lentamente a él.

—¿Está todo el mundo fuera del edificio? —le preguntó, gritando para hacerse escuchar por encima del estruendo.

Samuel se volvió, con expresión de alivio, y asintió.

—Ahora que usted está aquí, ya hemos contado a todo el mundo —tenía un cansancio infinito en la mirada.

—¿Se sabe qué ha ocurrido?

Él sacudió la cabeza.

—Parece que ha empezado en el piso de arriba, pero se ha extendido tan rápido que todavía no lo saben.

Lo único que pudo hacer Usagi fue asentir. Tenía los ojos irritados por el humo, por la pena, por la culpa. Y todo lo que le quedaba era la ropa que llevaba puesta: unos vaqueros, un jersey, una chaqueta, unas zapatillas de deporte y el teléfono móvil. Pero no era la pérdida lo que más la preocupaba, sino el miedo. No solo por sí misma, sino por las demás personas que vivían en el edificio. Sabía que el fuego había empezado en su apartamento, y sabía que había sido un acto deliberado.

Y también sabía que si alguien hubiera resultado herido, habría sido responsabilidad suya.

Sintió que alguien la empujaba para hacerse paso: era un equipo de televisión que venía a cubrir la noticia del incendio. Para ellos era solo eso, una noticia. Para ella significaba algo mucho más importante.

Había perdido el control de su vida.

Usagi fue a casa de Serena. Sabía que su prima se preocuparía mucho si veía el incendio en las noticias, así que se apresuró a ir a verla. Serena hizo café y Darien le puso un buen chorro de whisky en la taza. Sentir su cariño hizo que Usagi sonriera, a pesar de todo.

De repente, llamaron a la puerta de atrás, pero antes de que Darien o Serena se levantaran a abrir, Mamoru había entrado en la cocina. No prestó atención ni a su hermano ni a su cuñada, levantó a Usagi  de la silla y la abrazó. La abrazó tan fuerte que casi no podía respirar, pero ella se sentía bien porque él estuviera allí.

—¿Por qué no me has llamado? —le preguntó él—. He ido a tu edificio. Tu apartamento… —no pudo completar la frase—. Dios, Usagi. Pensé que podrías haber estado allí y…

Ella le puso la palma de la mano en la mejilla y lo reconfortó con sus caricias.

—No te preocupes, estoy bien —sus labios se curvaron en una sonrisa irónica—. No tengo casa, pero estoy bien.

CORAZÓN BLINDADO  (McIvers Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora