Capítulo 8

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A la mañana siguiente, Usagi se levantó exhausta y con ojeras. Después de despertarse de su pesadilla, no había intentado volver a dormir. Había tenido pesadillas parecidas desde que Molly y Kelvin Osaka habían sido asesinados, pero su papel se había limitado al de observadora. Hacía años que ella no era una víctima en sus sueños.

Fue a la cocina a hacer café. Iba a necesitar una buena dosis de cafeína después de no haber dormido más de dos horas.

Fue hacia el baño y se dio una ducha de agua fría. Después de diez minutos, salió del baño con la piel de gallina y la mente funcionando a medio gas. Siguió el aroma del café hasta la cocina, con la esperanza de que la cafeína hiciera el resto.

Se estaba sirviendo una segunda taza cuando oyó que llamaban a la puerta enérgicamente. Miró la hora en el reloj del microondas: solo eran las ocho y media.

No se le ocurría nadie que pudiera visitarla tan temprano un sábado por la mañana.

El corazón le dio un vuelco al recordar la pesadilla de la noche anterior y las cartas que había estado recibiendo. Se dirigió decididamente hacia la puerta, negándose a ser víctima de su imaginación hiperactiva. Seguramente, sería Luna Dempsey, que necesitaba alguna cosa para hacer más galletas.

Pero cuando miró a través de la mirilla, vio que no era la señora Dempsey. Era Mamoru.

Usagi se puso la mano sobre el pecho, en el lugar donde el corazón le había empezado a bailar. Más tarde o más temprano, se prometió a sí misma, dejaría de reaccionar así cada vez que lo viera. Tenía la esperanza de que fuera pronto. Quitó el cerrojo y abrió la puerta.

Antes de que pudiera decir «hola», antes de que pudiera decir nada en absoluto, Mamoru la rodeó entre sus brazos y le dio un beso.

Usagi no estaba preparada para todas las emociones que sintió, así que se limitó a cerrar los ojos y a abandonarse a aquel beso.

Oh, Dios, aquel hombre sabía besar.

Sus labios la devoraron, la devastaron.

Oyó que se le escapaba un gemido de alguna parte de su propio cuerpo, y todo lo demás desapareció. No había nada excepto Mamoru, y no importaba el resto.

-Buenos días -dijo él, cuando levantó la cabeza.

Ella pestañeó, intentando ordenar el mundo de nuevo.

-Buenos días -respondió por fin, con la voz ronca.

-Eso -dijo él, besándola de nuevo, ligeramente-, ha sido por lo de anoche.

-¿Anoche? -repitió ella, preguntándose por qué no le funcionaba la mente.

-Darien y Serena llegaron a casa antes de que pudiera robarte un beso de buenas noches.

Ella carraspeó e intentó recordar los límites que había impuesto.

-Yo creía que habíamos acordado que no habría más besos.

Él sonrió.

-Yo nunca he acordado semejante cosa.

Ella luchó por recordar su conversación de la noche anterior, pero no pudo. De todas formas, estaba segura de que había puesto objeciones a los besos. No había forma de establecer una amistad si él continuaba besándola de aquella manera, y la amistad era todo lo que ella podía ofrecerle en aquel momento.

-De hecho, tenía la esperanza de que quizá acabaras de salir de la cama y pudiera convencerte de que volvieras a ella.

Ella no iba a admitir que su proposición le resultaba tentadora. Límites, se recordó a sí misma.

CORAZÓN BLINDADO  (McIvers Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora