A la mañana siguiente, Usagi se levantó exhausta y con ojeras. Después de despertarse de su pesadilla, no había intentado volver a dormir. Había tenido pesadillas parecidas desde que Molly y Kelvin Osaka habían sido asesinados, pero su papel se había limitado al de observadora. Hacía años que ella no era una víctima en sus sueños.
Fue a la cocina a hacer café. Iba a necesitar una buena dosis de cafeína después de no haber dormido más de dos horas.
Fue hacia el baño y se dio una ducha de agua fría. Después de diez minutos, salió del baño con la piel de gallina y la mente funcionando a medio gas. Siguió el aroma del café hasta la cocina, con la esperanza de que la cafeína hiciera el resto.
Se estaba sirviendo una segunda taza cuando oyó que llamaban a la puerta enérgicamente. Miró la hora en el reloj del microondas: solo eran las ocho y media.
No se le ocurría nadie que pudiera visitarla tan temprano un sábado por la mañana.
El corazón le dio un vuelco al recordar la pesadilla de la noche anterior y las cartas que había estado recibiendo. Se dirigió decididamente hacia la puerta, negándose a ser víctima de su imaginación hiperactiva. Seguramente, sería Luna Dempsey, que necesitaba alguna cosa para hacer más galletas.
Pero cuando miró a través de la mirilla, vio que no era la señora Dempsey. Era Mamoru.
Usagi se puso la mano sobre el pecho, en el lugar donde el corazón le había empezado a bailar. Más tarde o más temprano, se prometió a sí misma, dejaría de reaccionar así cada vez que lo viera. Tenía la esperanza de que fuera pronto. Quitó el cerrojo y abrió la puerta.
Antes de que pudiera decir «hola», antes de que pudiera decir nada en absoluto, Mamoru la rodeó entre sus brazos y le dio un beso.
Usagi no estaba preparada para todas las emociones que sintió, así que se limitó a cerrar los ojos y a abandonarse a aquel beso.
Oh, Dios, aquel hombre sabía besar.
Sus labios la devoraron, la devastaron.
Oyó que se le escapaba un gemido de alguna parte de su propio cuerpo, y todo lo demás desapareció. No había nada excepto Mamoru, y no importaba el resto.
-Buenos días -dijo él, cuando levantó la cabeza.
Ella pestañeó, intentando ordenar el mundo de nuevo.
-Buenos días -respondió por fin, con la voz ronca.
-Eso -dijo él, besándola de nuevo, ligeramente-, ha sido por lo de anoche.
-¿Anoche? -repitió ella, preguntándose por qué no le funcionaba la mente.
-Darien y Serena llegaron a casa antes de que pudiera robarte un beso de buenas noches.
Ella carraspeó e intentó recordar los límites que había impuesto.
-Yo creía que habíamos acordado que no habría más besos.
Él sonrió.
-Yo nunca he acordado semejante cosa.
Ella luchó por recordar su conversación de la noche anterior, pero no pudo. De todas formas, estaba segura de que había puesto objeciones a los besos. No había forma de establecer una amistad si él continuaba besándola de aquella manera, y la amistad era todo lo que ella podía ofrecerle en aquel momento.
-De hecho, tenía la esperanza de que quizá acabaras de salir de la cama y pudiera convencerte de que volvieras a ella.
Ella no iba a admitir que su proposición le resultaba tentadora. Límites, se recordó a sí misma.
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CORAZÓN BLINDADO (McIvers Libro 2)
RomanceBalas, incendios, bombas... Estaba claro que alguien la quería muerta. Usagi Moon había dedicado toda su carrera a proteger a otras personas, pero ahora era su propia vida la que estaba en peligro. La abogada pensaba que era imposible que las cosas...