Mamoru no tuvo tiempo de pensar. Actuó por puro instinto. Saltó de su silla y rodó con Usagi por el suelo, mientras los cristales saltaban a su alrededor.
—¡Ay! Demonios —ella se frotó la parte de atrás de la cabeza, con los ojos abiertos como platos por la confusión—. ¿Qué estás haciendo?
Él sintió que ella se movía. Aquel sutil movimiento le permitió notar todas las curvas del cuerpo que tenía inmovilizado bajo el suyo, y provocó que reaccionara de un modo predecible.
—Estate quieta.
—No puedo ir a ningún sitio contigo encima de mí.
Él se quedó maravillado por el hecho de que ella pudiera hacerlo sonreír en un momento como aquel.
—No te muevas —le dijo, levantándose lentamente.
Los cristales crujieron bajo sus pies cuando se agachó al lado de la ventana y miró al exterior con cautela. La gente estaba empezando a arremolinarse en la acera de abajo, intercambiando preguntas y explicaciones con voces agitadas y gestos frenéticos. En la distancia, Mamoru oyó la sirena de la policía.
Se acercó a Usagi y le ofreció su mano para ayudarla a levantarse.
—¿Estás bien?
—Eso creo. ¿Qué ha pasado?
—Alguien ha disparado a través de tu ventana.
—¿Un disparo? —su tono de voz era más de sorpresa que de preocupación.
—Ha sido una escopeta —le explicó él, observando cómo se quedaba sin color en las mejillas—. ¿Qué creías que era ese sonido?
—El tubo de escape de un coche.
—Esto es la realidad, no una película.
—Esto es Fairweather, no Filadelfia —replicó ella—. ¿Por qué iban a disparar a mi ventana?
—Estoy seguro de que la policía te lo va preguntar —dijo Mamoru, mientras las sirenas se oían cada vez más cerca.
Cuando ella se apartó el pelo de la cara con la mano, los dedos le temblaban.
Bajó la mano y se la metió rápidamente en el bolsillo de los pantalones.
—No pasa nada porque estés asustada —le dijo él suavemente—. Ni tampoco porque lo admitas.
Usagi se encogió de hombros.
—Tengo que llamar al casero para que arregle esa ventana.
Él reprimió una maldición. ¿Por qué Usagi no se abría a él? ¿Por qué no confiaba en él? Decidió cambiar de táctica.
—¿Quieres quedarte en mi casa hasta que te pongan el cristal nuevo?
—Esa es una que nunca había oído antes.
Él sonrió.
—Ya he tenido el placer de que te retuerzas bajo mi cuerpo, pero creo que la próxima vez deberíamos probar un sitio más cómodo que un suelo cubierto de cristales.
—Normalmente, para conseguir tener a las mujeres en posición horizontal, ¿las derribas violentamente?
—No —admitió él—. Y tampoco tengo que usar el chantaje para quedar con ellas. Parece que tú me das la inspiración para probar nuevas tácticas, Usagi.
—¿Eso debería impresionarme?
—Puede que te haya salvado la vida.
—Y haberme causado una conmoción cerebral, en el proceso —gruñó ella.
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CORAZÓN BLINDADO (McIvers Libro 2)
RomanceBalas, incendios, bombas... Estaba claro que alguien la quería muerta. Usagi Moon había dedicado toda su carrera a proteger a otras personas, pero ahora era su propia vida la que estaba en peligro. La abogada pensaba que era imposible que las cosas...