Luego de aquella intensa pero necesaria noche, Castiel y yo volvimos a nuestra habitación con una serie de sentimientos encontrados. La tristeza seguiría ahí por un tiempo más, pero una nueva emoción similar a la tranquilidad comenzaba a hacerse presente. Sabía que eventualmente podría volver a reír, al igual que como lo había hecho tiempo después de la muerte de Piwi, pero en ese momento todo parecía demasiado.
Además, sabía que era cuestión de tiempo para que las voces volvieran a aparecer. Relacioné su desaparición a la inmensa conmoción emocional que había estado experimentando, y me aterré al pensar que, apenas me sintiera un poco mejor, tendría que volver a lidiar con ellas. Por otro lado, la reacción de mi madre ante la noticia me había dejado con mucho en que pensar, y una sensación de ansiedad por lo que estaba por suceder comenzó a abrirse paso en mi pecho.
Tratando de dejar de lado la situación, serené mi mente y cerré los ojos, acurrucándome en la cama. Probablemente llevaba cerca de una hora acostada, pero no lograba conciliar el sueño. Anteriormente había sido sencillo debido a lo exhausta que me encontraba, pero el haber descansado un poco había logrado que mi cerebro despertara, impidiéndome dormir.
Pasaron unos minutos, cuando lo escuché. Al no notarlo moverse, olvidándome de la inhumana capacidad de sigilo de los elfos, supuse que estaría dormido. Pero lamentablemente me equivoqué. Jamás me acostumbraría a escuchar a mis amigos llorar, y oírlo de un soldado tan aguerrido como Castiel no dejaba de sorprenderme.
Durante unos minutos me quedé congelada, sin saber qué hacer. El llanto de mi amigo era débil, pues probablemente trataba de ocultarlo y evitar despertarme. Pensar en ello me rompió el corazón, por lo que mis dudas no tardaron en desaparecer. Hoy nos habíamos despedido de nuestros compañeros, por lo que sabíamos, había un acuerdo implícito en cuanto a dejar de llorarlos apenas amaneciera.
Ante ello, podía entender que Castiel estuviera dejando ir sus últimas lágrimas y, tomando en cuenta su discurso, al parecer la muerte de nuestros compañeros no era la única pena que había estado conteniendo su rudo corazón. Me levanté de la cama tan sigilosa como él y una vez estuve en el suelo, le hablé.
—Castiel... ¿quieres compañía? —me limité a preguntar.
Sabía que estaba triste y desolado por lo cual preguntarle algo al respecto carecería de sentido. Tampoco quería que se sintiera mal, pensando que quizá estaba dejando ir demasiado sus sentimientos, por lo cual lo único que podía ofrecerle, era mi compañía en ese dolor que también me pertenecía.
—Merde, me descubriste... —bufó, con el rostro hacia la pared—. Siento haberte despertado.
—No te preocupes por eso, no he sido capaz de dormir —afirmé e hice una pequeña pausa—. Mucho en qué pensar, ¿no crees?
En la oscuridad pude ver como Castiel asentía débilmente con la cabeza, mientras se secaba las lágrimas. Por alguna razón, a mí ya no parecían quedarme... y ya que las había derramado todas, no podía dejar a mi amigo solo.
—Hazme un espacio —me limité a decir mientras me encaramaba para subir a la litera.
—¡Ey, ¿qué crees que haces?! ¡Yamato me matará si se entera! —gritó, volteándose hacia mí mientras me recostaba a su lado— Además, la lagartija es muy celosa, ¿no?
—Él sabe que no tiene de qué preocuparse, solo es dramático. Y si tengo que defenderte de mi padre lo haré... —le dije mientras me acomodaba, apoyada de lado en la cama para poder verle el rostro— Te has vuelto recatado ¿sabes? ¿Acaso no recuerdas lo efusivo que eras cuando estábamos en tu reino? ¡Literalmente te abalanzabas sobre mí!
Castiel rio por lo bajo, mientras, gracias a la luz de una pequeña ventana alargada sobre la cama, pude ver como las lágrimas aun descendían por su rostro.
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CDU 4 - La travesía de los Eternos [BORRADOR COMPLETO]
FantasyCon muy pocos meses restantes para obtener la aprobación de cuatro de las criaturas de Umbrarum, Ilora retoma su viaje con todo un plan trazado para descubrir aquello que no se le ha revelado. Ella sostiene que los Eternos son el objetivo correcto y...