Capítulo 1

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La luz de la lámpara de aquella sala molestaba mis ojos, tenía una jaqueca terrible. Llevaba más de media hora sentada en una silla apoyando los codos sobre la mesa, mientras agitaba los pies al ritmo de las palpitaciones de mi corazón. Sentía una voz lejana pero no captaba nada. Mi mente daba vueltas.

Recuerdos...

No quiero recordar, quiero ser capaz de olvidar. Necesito olvidar...

Anabel... Anabel... Anabel. ¿Me escuchas?

Pude mirarla, pero otra vez no entendía nada. Sus labios se movían pero su voz era inexistente para mí.

Llegué a mi límite...

– ¡¿Pero por qué no me deja en paz de una vez?! –golpeé la mesa con fuerza y ella se sobresaltó ante mi tono de voz– ¿No se da cuenta de que ya he sufrido suficiente? ¿Por qué insistes en recordármelo? ¡Déjeme tranquila de una maldita vez!

1 MES ANTES

Todo era perfecto, nada mejor que salir de excursión con tu clase. Vamos, que llevábamos un semestre de película. Pensé que por ser el último año del Instituto todo sería más fácil, pero los profesores estaban más pesados que nunca, dejaban demasiadas tareas y cientos de trabajos. Aquello nos vendría bien, despejaríamos un poco. Sería apenas una semana pero parecía que valía la pena.

Lo único que lograba molestarme era que también iría Edward. ¡Qué fastidio!

Edward era mi exnovio y el único que había tenido en mis 17 años de vida. Habíamos terminado el año anterior pero al parecer él no lo superaba. Digo que desde entonces estaba más pesado que nunca, la palabra intensidad le quedaba muy corta. Al principio era muy lindo y todo, pero luego comenzó a ser un infierno. No me dejaba en paz, me perseguía a todos lados, de hecho, seguía haciéndolo. Era de los chicos que te celan por todo, y yo sinceramente odiaba eso.

La verdad es que nunca estuve enamorada de él, fue más por el embullo de mis amigas. Así que sí, me arrepiento de eso todos los días, y desde entonces prometí no dejarme envolver nunca más.

Pero claro, él estaba en mi clase, así que tenía que aguantarlo diariamente y también durante el viaje. Deseé con todas mis fuerzas que por alguna razón sus padres no le dieran la carta de permiso pero no funcionó. Terminó por importarme un infierno, no iba a dejar que él me arruinara ese viaje.

– Anabel. ¿Ya lo tienes todo? –gritó mi madre desde la sala.

– Sí, en un segundo bajo.

Terminé de cerrar la maleta, salí de mi habitación y bajé las escaleras corriendo con una tonta sonrisa en el rostro. Estaba muy emocionada.

– Bueno, creo que ya estoy.

– Bien, pues vamos.

– ¿Y papá? –me dio una sonrisa leve y lo entendí de inmediato– Otra reunión. ¿Cierto?

– Me dijo que te diera un beso de su parte y que lo sentía mucho pero estará ahí para recogerte de vuelta.

– Está bien, no importa –me encogí de hombros– Solo será una semana.

Subimos al coche rumbo a la escuela, de allí saldría nuestro autobús hacia el aeropuerto. Fui todo el camino escuchando música y fantaseando sobre el viaje, a duras penas le prestaba atención a las indicaciones de mamá. Ya tenía pensado cientos de cosas que quería hacer y estaba emocionada por ver a mis amigas.

Cuando llegamos me despedí de mamá y salí del auto con mi maleta para acercarme a los de mi clase que si no me equivocaba, ya estaban todos allí.

No, no, no, no. ¡Qué horror! Los padres de Edward están aquí. ¡Qué no me vean, qué no me vean, qué no me...!

Contra Toda Evidencia ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora