Epílogo

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– ¿Por qué te enfadas conmigo? No fue mi culpa.

– Alice, no me importa de quién fue la culpa –dije mirando por el retrovisor hacia el asiento de atrás del auto– El punto está en que es la tercera vez que me llaman esta semana de tu colegio.

– Pero papá...

– No me des ninguna de tus escusas baratas –la corté antes de que intentara defenderse– Conozco todas esas estrategias de escabullirse de la bronca de los padres, porque créeme, yo lo usaba mucho. Pero esto no puede seguir así, hija.

– Solo fue una broma con la profesora, no creo que sea para tanto –dijo rodando los ojos hacia el cristal de la ventana.

– ¿Ah no? ¿Y qué hay de no hacer los deberes de matemáticas? ¿O de meterte en discusiones ajenas?

– Vale, lo siento.

– Si lo dices en serio, entonces has orgulloso a tu padre y no te enredes en más líos, ¿de acuerdo? –ella asintió y yo suspiré– ¿Y qué hay de ti, Jacob? ¿Qué tal tu día?

– Lo normal, nada relevante –me respondió sin apartar la vista de su tableta.

– ¿Relevante? ¡Cielos, hijo! Ya te he dicho que los niños de seis años no dicen cosas así –le recordé luego de unas veinte veces– Dicen que la pasaron genial, que el recreo fue divertido y que les leyeron un cuento pero definitivamente no dicen la palabra "relevante".

– Anja... –me respondió aún sin prestarme atención y apreté el volante del auto con fuerza.

– Bien, se acabó –frené el auto y me giré hacia atrás– Dame ese aparato.

– ¡Papá! –se molestó cuando lo quité de sus manos– ¡Estaba leyendo algo interesante!

– Y justo por eso es que conoces palabras como "relevante".

– Algún día te acostumbrarás a la idea de que tienes un hijo nerd –me dijo Alice con diversión.

– No me importa que use su inteligencia, me molesta que ignore al mundo.

Amo a mis hijos, en verdad lo hago, pero digamos que sus caracteres diferentes a veces me marean un poco.

Alice tiene el físico de su madre, pero en cierta forma su temperamento se parece al mío y eso es algo que me preocupa un poco. Aún es una niña pero debo comenzar a trabajar con su temperamento o de lo contrario pronto tendré a una chica rebelde en casa. Aunque tiene buenos sentimientos y eso se lo debe a Ana. Tiende a confiar mucho en las personas y con las que le agradan resulta ser muy cariñosa.

En cambio, Jacob es la copia exacta de mi físico cuando tenía su edad, y es de un trato más seco, como el mío. Solo que la intelectualidad de Ana se le sale por los poros. No me molesta eso, me molesta el hecho de que toda su vida se resuma en números. Mi hijo tiene que comprender que no es el maldito Einstein. Tiende a ser callado pero le doy crédito a sus chistes ingeniosos. A veces olvido que solo tiene seis años y cuando recapacito me recorre un escalofrío por todo el cuerpo. Ni siquiera sé en qué momento se convirtió en un pequeño cerebrito.

– Hola mamá –saludó Jacob una vez llegamos a casa– Papá me quitó mi tableta.

– Luego negociamos eso –dijo Ana guiñándole un ojo y él siguió su camino feliz.

– No se la daré –aseguré viéndola a ella– No quiero que mi hijo sea el próximo en hackear la NASA.

– Vamos, déjalo que sea feliz.

– Ese niño necesita una vida.

– Bueno, esa es su vida –negué con la cabeza y ella se quedó mirando hasta que una cabecita se asomó detrás de mí con cautela– Algún día tendrás que salir de ahí, Alice.

Contra Toda Evidencia ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora