Capítulo 34

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– Gracias, Ana –le dijo la inspectora mientras salían de la sala de interrogatorios– Creo que ya puedes ir a casa.

Ella asintió y salió andando. Ni siquiera miró a su alrededor, solo siguió de largo. Se acercó a sus padres y se marcharon juntos sin esperar siquiera un segundo más.

– Arriba, malandrín –me llamó la inspector–- Te toca.

Esto iba a ser insoportable. ¿Por qué demonios me interrogaban si ya Anabel había contado todo? Mejor que acabaran de tomar las medidas necesarias y todos contentos. Porque a mí la verdad es que me importaba un infierno lo que hicieran.

– Siéntate allí, en el sitio por el que ha pasado todo tipo de maleante –me indicó con un dedo la silla que estaba del otro lado de la mesa.

– Qué atento de su parte –ironicé y ella me sonrió del mismo modo.

– Bien, comencemos a hablar.

– ¿Le gusta el cotilleo, inspectora?

– Aquí quien hace las preguntas soy yo, ¿de acuerdo? –levanté ambos brazos fingiendo rendirme y callé mi boca con un cierre imaginario– El estruendo que escuché hace rato fue obra tuya, ¿no es así?

– Bueno... Digamos que me dio un ataque de rabia.

– ¿Dónde están tus padres?

– ¿Dónde están los suyos? –le pregunté de vuelta y ella resopló.

– Joshua, ¿Podrías responder a mis preguntas con el menor sarcasmo posible?

– Podría si usted dejara de hacerme preguntas con la mayor estupidez posible.

– Escúchame –dijo elevando el tono de voz– Esto no es como las veces que te has saltando un par de semáforos en la moto, o como cuando vas a una velocidad mayor de la permitida. No es como todas esas veces que te han llevado a la estación por tonterías de chiquillo rebelde, esto es de verdad. Así que necesito que dejes de bromear y me respondas lo que pida.

– Bien.

– ¿Lo harás?

– Se lo juro por Snoopy –sonreí levantando mi mano derecha y ella rodó los ojos, sabía que yo era un caso perdido.

– Entonces... quiero escuchar tu historia.

Ahí comenzó la tortura. Me hizo contarle cada detalle como un maldito narrador de fútbol y confirmar todo lo que Ana ya le había dicho. Aprovechó para burlarse de mí cuando llegamos a esos pequeños momentos en los que mi cariño por esa niña actuaba por encima de mi mal genio... ¿Por qué no podía atender este caso un inspector que no me conociera? ¡Qué humillante! Estaba perdiendo mi reputación.

– ¿No me va a preguntar qué hacía ese día con el cuerpo de Alice? –indagué una vez que dio por alto ese tema.

– No necesito que me lo digas, lo sé.

Genial. Ella lo sabía y Ana no. No era tan difícil descifrarlo, de hecho era más que entendible. ¿Entonces por qué desconfió de mí? ¿Por qué no preguntó siquiera? ¿Acaso le lavaron el cerebro? ¿O es que nunca me creyó? Lo peor de todo es que eso me dolía como el infierno.

– Vale, ahora háblame de lo que sucedió el último día.

– Waylon se suicidó. Levantó su pistola y se apuntó en la sien. No lo pensó, simplemente apretó el gatillo y calló allí mismo.

En aquel momento me permití cerrar los ojos por unos segundos y pensé: se suicidó por mi culpa. Quizás si no le hubiera hablado de esa forma no lo hubiera hecho. Después de todo era un infeliz.

Pero no, no fue mi culpa. Se suicidó por cobarde. Porque después de todo, sabía que lo que había hecho era imperdonable, sabía que yo tenía razón y esa fue la mejor salida que encontró. Si me preguntan, hubiera preferido que se pudriera en la cárcel.

– Continúa, por favor.

Suspiré. Recordar todo aquello no era tan fácil como pensaba. Hasta el corazón más duro se quebraría con algo así. Es muy fácil escucharlo, pero fue muy difícil vivirlo.

– Nos quedamos allí, descolocados, perdidos. Bella sobre el cuerpo sin vida de Jacob, Ana con la vista clavada en Waylon, y yo pidiéndole al cielo que todo aquello no fuera más que una maldita pesadilla –me reí con fuerzas y ella frunció el ceño– Eran tantas las cosas que pasaban por mi mente que por un momento la idea de morir no parecía un mal plan.

– Estás bromeando, ¿verdad?

– Diablos, sí. Por supuesto que bromeó –me reí aún más– Si en realidad lo que me apetecía era montar una fiesta y emborracharme hasta las trancas.

– ¿Te parece divertido? –golpeó la mesa y fingí un sobresalto– ¿Crees que estoy aquí para hablar tonterías contigo?

– Bueno, entonces no me pregunte tonterías, maldita sea –contesté de mala gana– ¿Nunca se ha sentido tan mal que desea morir? ¿Nunca a deseado que todo acabe, echar todo por la borda y mandar el mundo a volar?

Ella se pasó las manos por la cara intentando mantener la calma, luego volvió a mirarme.

– Sigue.

Continué con la historia, con todo el infierno mental por el que estaba pasando, me dediqué a contarle lo que ella quería: Me levanté del suelo rápidamente cuando me di cuenta de que allí no había nada más, corrí al cuerpo de Waylon. Tomé el teléfono que tenía en su bolsillo, lo encendí para entrar en los contactos y buscar alguno que pudiera ayudarnos. No habían muchos, pero encontré el número del lugar en el que nos hospedamos cuando llegamos. Hotel "Sobrevivientes". ¡Qué irónico! Pedí ayuda. No pasó mucho tiempo hasta que llegó un helicóptero para trasladarnos. Nadie puede imaginar la satisfacción que sentí cuando ví desde arriba, cómo la Isla se iba haciendo más pequeña a medida que nos alejábamos.

– Y supongo que eso es todo –dije y ella asintió– Luego volvimos y usted ni siquiera nos ha dejado poner un pie en casa. Bella se ha desmayado, y a mi y a Ana nos ha acribillado a preguntas.

– ¿Todo salió bien con el traslado hasta aquí? –preguntó ignorando la forma graciosa con la que le había hablado.

– Supongo, de lo contrario ya usted lo sabría.

– Pregunto porque yo no estaba allí –dijo tratando de tenerme paciencia.

– Que sí, que todo estuvo bien.

– Tu actitud por este tipo de cosas serias me pone enferma.

– ¿Prefiere que llore?

– Ya vete, Joshua –dijo con un suspiro– Fuera de aquí.

– Era hora –le dije con una sonrisa– ¡Ah! Y recuerde siempre una cosa: –me volví hacia ella una vez que llegué a la puerta de la salida– Nunca confíe en los que parecen tontos.

Eso yo lo había aprendido de sobra.

Contra Toda Evidencia ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora