Capítulo 11

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Se dice que cuando las personas te miran fijamente es porque te están estudiando, es porque quieren analizarte a fondo. Pero ella, más que analizarme quería influirme confianza, que yo me viera con la libertad de contarle cada detalle. Lo estaba haciendo porque así debía ser, no porque estuviera cómoda con la situación, porque en un mes donde solo viví desconfianzas, se fue la fe que antes era capaz de tenerle a cualquiera.

Y es que sencillamente descubrí que "cualquiera" te engaña, te miente, te destruye.

Por mucho que me cueste aceptarlo, Joshua siempre tuvo razón. Yo era una muñeca, por lo menos para este tipo de cosas. Era incapaz de ver lo que estaba delante de mí, no escuchaba lo que decía mi cerebro porque prefería hacerle caso a mi corazón, no percibía el olor a podrido aunque estuviera a centímetros de mi, no decía lo que creía correcto porque yo misma me negaba a aceptarlo, no levantaba mi mano para señalar el error y no utilizaba mis pies para patearlo.

Así, exactamente como una muñeca que no puede ver, escuchar, oler, hablar ni usar sus manos y pies. Y eso se sentía terrible, porque me hacía arrepentirme de tantas cosas...

Lo único en lo que una muñeca no puede parecerse a mí, es que yo si tengo corazón.

Y justamente ese fue el problema...

– Inspectora –volvió a interrumpir un guardia de afuera– Haremos un traslado al hospital.

– ¿Por qué? –preguntó ella.

El sujeto se le acercó para hablarle al oído. Claramente no tenía intención alguna de hacerme saber de qué se trataba, pero aun así logré escuchar la última parte: "... acaba de desmayarse"

– ¿Quién? –indagué, ellos me miraron pensando en si deberían responderme o no, ya que había escuchado, pero no estaban seguros– ¡Contésteme! ¡¿Quién se ha desmayado?!

20 DÍAS ANTES

– Quieres hablar... ¿Conmigo? ¿Estás seguro de que quieres hablar conmigo? –dije vacilante y fruncí el ceño mientras caminaba por todo el espacio de aquella pequeña cocina, sus ojos no dejaban de seguirme a todos lados– Porque ayer preferiste gritarme...

– Lo siento –dijo sin siquiera dejarme terminar– Sé que metí la pata, pero lo siento.

– ¿Te acabas de disculpar? –no me creía lo que había escuchado– El Joshua que yo conozco jamás se disculpa.

– Estoy intentando cambiar.

– Eso es bueno, pero el hecho de querer matar a Edward aún no ha cambiado.

– ¡Ni cambiará! –exclamó– Él es un imbécil, ni siquiera entiendo cómo lo soportaste por tanto tiempo. Y ya que estamos en ello ¿Me dirás de una vez por qué lo dejaste?

– ¡Demonios, Joshua! ¿De eso querías hablar? –su capricho en esa pregunta me ponía de los nervios.

– No, solo surgió el tema.

– Pues cuando se disipe me avisas –salí de allí molesta por su estúpida insistencia.

Todo estaba bien, me había pedido disculpas y estaba dispuesta a aceptarlas. ¿Por qué siempre tiene que acabar arruinándolo todo?

– ¡¿Te quedarás sin el pescado?! –sentí su voz de lejos.

– ¡Buen intento pero esta vez no va a funcionar! –le devolví el grito con una mueca y vi como rodó los ojos.

¡Maldición! Sí que quería ese pescado, pero si para ello tengo que caer en su estúpido juego, paso de ello.

Necesito que olvide de una vez ese tema. ¿Tan difícil es? ¿Por qué se aferra tanto a eso? ¡Ahhh! Joshua es un dolor de cabeza. Me pregunto si él no se cansará de sí mismo.

Contra Toda Evidencia ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora