Capítulo 12

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– ¿Está bien si no te doy todos los detalles? –pregunté y ella negó sonriente– Es solo que considero que hay cosas que no tienen por qué decirse.

– ¿Como lo que acabas de contarme?

– Por ejemplo –asentí.

– No, así estamos bien –dijo haciendo click una y otra vez con el boli– Aunque no lo creas, cada detalle cuenta, cada pequeña cosa es un hilo del que tirar, algo que nos servirá más adelante. Aún hay cabos sueltos y cosas que poco a poco comprenderemos juntas y verás al final que cada pieza va encajando en su lugar y todo va cobrando sentido.

– Nada de eso tenía sentido. –murmuré y cuando ella intentó explicarse la corté– Sé a lo que se refiere, es solo que... es difícil encontrarle sentido a algo así.

Porque como ya había dicho, no lo tenía, era algo que jamás lograría comprender. Por mucho que pasaran los años, eso no tenía una forma de justificarse. Lo único que le pediría en silencio al tiempo de ahora en adelante, sería que me dejara olvidar.

Tal vez sí, tal vez pueda hacerlo, tal vez logre olvidar algún día. Pero quien estaba hace unos minutos detrás de esa puerta... ¿Podría? ¿Conseguiría olvidar? ¿Conseguiría deshacerse de todos esos recuerdos?

No lo creo...

19 DÍAS ANTES

No sabía si debía sentirme así, no sabía si era permisible, no sabía si estaba correcto, pero esa noche dormí como la persona más feliz del mundo y ni siquiera sabía por qué.

¿A quién quiero engañar? Sí lo sabía, por lo menos mi corazón lo tenía bien claro. Solo que no se atrevía a compartirlo con mi cerebro porque si se convertía en un pensamiento, entonces se haría mucho más real y no podía negar que eso me espantaba.

– ¡Que pesada es Gaby! –la voz enfadada de Mónica interrumpió mis pensamientos mientras se acercaba a la cubierta del Yate donde yo estaba hablando conmigo misma a escondidas– ¡Ay, perdona! No sabía que hubiera alguien aquí.

– No te preocupes –le aseguré con una sonrisa– Sé que este pedacito del Yate es un buen lugar dónde refugiarse y hablarte a ti misma.

Por su sonrisa medio avergonzada supuse que pensó que me estaba burlando de ella, pero no era nada de eso, lo que dije fue porque lo sabía por experiencia propia. Si ella no me hubiera interrumpido, hubiera seguido allí dándome autoterapia.

– ¡Es solo que a veces no puedo con ella!

– ¿Gaby? –pregunté asumiendo que hablaba de ella por los gritos de hace un momento.

– ¡Te juro que podría extrangularla ahora mismo!

– ¿No se supone que es tu mejor amiga?

– ¡Exacto! ¡Ese es el problema! –terminó haciendo aquello mucho más inentendible, y para cuando quise volver a preguntar me cortó bruscamente– ¿Tienes una mejor amiga? ¡Porque si es así será mejor que te deshagas de ella! ¡Al final siempre acaban traicionándote!

Terminó marchándose mientras daba enormes y feroces sancada. Pasó junto a Bella y Alice y ni siquiera lo notó. Ellas se me acercaron confusas mientras yo rodaba los ojos.

– Menuda bronca la que lleva esa. –dijo Alice, como siempre, muy directa– ¿Qué ha pasado?

– Nada especial, me ha aconsejado que me deshiciera de ustedes. –respondí casualmente.

– ¿Por qué ella te diría eso? –preguntó Bella con el ceño fruncido.

– No es en serio, olvídenlo –sonreí por menuda estupidez– ¿Me buscaban?

– Nosotras no, pero Steve sí.

– ¿Para qué?

Ambas se encogieron de hombos y no me quedó más remedio que levantarme de allí y dirigirme hacia donde habíamos establecido nuestra "zona de pesca" hacía apenas un par de horas. Todo gracias a los celos de algunos chicos de que yo haya cenado pescado anoche.

Uhmmm... si lo miras así, el ser acosada constantemente por un imbécil tiene sus ventajas.

– ¿Que pasa? –pregunté llegando hasta Steve.

– Ah, eres tú –dijo medio distraído por su trabajo.

– Bueno sí, soy yo ¿A quién esperabas? ¿A la porrista descerebrada esa por la que babeabas tanto?

– Muy graciosa –me dio una mueca.

– Me emociona alegrarte el día. Ahora ¿Me dirás de una vez qué demonios quieres?

– Esta noche queremos hacer una fogata un poco más grande –comenzó pero por alguna razón su pausa no me indicaba nada bueno y me desesperaba así que le asentí para que continuara hablando– Mañana... ya sabes... mañana habrán pasado los tres días y... tú me entiendes.

– Continúa.

– Queremos sentarnos todos juntos y reir por última vez con los que quedamos.

– Te aseguro que si te detienes una vez más...

– Necesitamos a todos los hombres posibles, necesitamos traer troncos y colocarlos alrededor de la fogata.

– ¿Y me ves cara a mi de hombre?

Rápidamente fijó su mirada en mí y me observó descaradamente de arriba abajo. ¿Qué pasa contigo Steve? ¿Se te olvidó la porrista o qué?

– Para nada.

– ¡Corta el rollo! Dime de una vez lo que quieres.

– Solo quiero que convenzas a Joshua de ayudar. ¡Listo! Ya está, lo dije. –respondió atropellando las palabras y luego suspiró aliviado– Me he quitado un gran peso de encima.

– ¿Que quieres que yo haga qué? –dije casi en un grito– ¿Y por qué demonios me pides eso a mi? Díselo tú solito.

– Me mandará al infierno antes de que logre decir media palabra, es mejor no arriesgarse.

– Claro, poniéndome a mi de carnada. –crucé los brazos y negué con la cabeza.

– Hazme ese favor... ¿si? Por alguna razón desconocida por esta humanidad, él a ti sí te escucha, somos pocos y necesitamos toda la ayuda.

– Eso da igual –me encogí de hombros– Al final el hace lo que le da la gana. Por mucho que le suplique si dice que no, es no y punto.

– Eso no lo sabremos hasta que no lo intentes.

Lo miré dejando claro que quería matarlo y que me debía una por lo que estaba haciendo.

Cielos, ¿qué estaba haciendo?

Al Joshua que no hace favores, el que no ayuda a nadie, el que se enfada por todo, el chico más terco del universo... justo a ese, era al que yo iba a pedirle algo.

Igual y no sabía por qué lo estaba haciendo. Si no quería ir no tenía un por qué hacerlo. ¿Entonces por qué mis pies caminaban tan deprisa hacia aquel árbol dónde descansaba plácidamente aquel imbécil?

– Joshua –lo llamé pero no me contestó, seguía tirado en la arena con los ojos cerrados al igual que esta mañana– Joshua, te estoy hablando.

Nada, ninguna respuesta... ¿Podría ser que? No, eso es imposible

– ¿Joshua? ¿Me escuchas?

En un impulso deseperado por comprobar que mi cerebro se equivocaba, me arrodillé junto a él y coloqué mi mano sobre su pecho con el temor de no obtener ninguna respuesta del otro lado de su piel, justo donde debería estar el corazón.

Me congelé. Su corazón... su corazón latía... pero latía deseperadamente, como si tuviera demasiada vida, como si quisiera salirse de allí dentro.

– ¿Lo sientes? –dijo con la voz ronca y sin abrir los ojos.

– Menudo imbécil.

¡Me había dado un susto de muerte! Lo golpeé e hice el intento por levantarme pero él me agarró de la muñeca, tiró de mí rápidamente y terminé apoyando la cabeza sobre su pecho nuevamente.

– Es tu culpa que lata así –terminó en un susurró.

Contra Toda Evidencia ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora