13. ℭ𝔦𝔱𝔞 𝔠𝔩𝔞𝔫𝔡𝔢𝔰𝔱𝔦𝔫𝔞.

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Mi madre siempre dijo que el destino era un enemigo inteligente, muy astuto, el menos predecible y voluble como sólo él podía, sin embargo, todas las criaturas, tanto mágicas como las no mágicas, estaban destinadas a grandes cosas; lo que significaba que, sin importar si eran buenas o malas, debíamos cumplir con ellas. A veces, nos lanzaría a enfrentar grandes e inesperadas pruebas, mismas que debíamos afrontar con la frente en alto, con valentía y, sobre todo, sabiduría.

Escuchar sobre ello a los 12 años no hace mucho sentido, al menos para un mago o bruja común, pero para un mago o bruja con el don de ver el futuro, es una interesante interpretación según la percepción de alguien quien vive el momento, esperando lo mejor.

Jamás le conté a mis padres sobre mi extraordinaria capacidad para adivinar los acontecimientos próximos, pues sabía que me convertiría en un maravilloso caso que atraería la atención de todo tipo de magos y resultaría peligroso; tanto para mi familia como para mí. No obstante, ahora que al fin había podido reunir las piezas del rompecabezas que representaba mi propio destino, sentía una pena inmensa al saber que, sin importar cuánto me esforzara en intentar cambiarlo, el resultado sería el mismo.

Me acomodé en la cama, girando con cuidado de no despertarle, hasta quedar de frente a Draco, quien dormía profundamente, con el cabello cayéndole sobre los ojos. Su respiración armoniosa elevaba y descendía su pecho al compás.

—Es por tu bien, hurón —murmuré, alcanzando mi varita de la mesita de noche y apuntándola hacia él—. ¡Obliviate!

Me esforcé por disfrazar su encuentro con Rookwook, poniéndole recuerdos falsos sobre una tarde juntos en el bosque prohibido, alimentando a los thestrals y una amena conversación en la cena.

Con la información obtenida, abandoné la habitación de Draco en medio de la noche con objeto de enviar una carta a Kingsley, Harry y, ya era tiempo, a mi padre también para acordar un plan de acción en el que dejásemos fuera al acongojado rubio.

—¿Puedo saber dónde estabas, Edrielle? —toparme con Minerva McGonagall a las afueras de mi habitación abierta me originó un susto, mismo que me obligó a pegar un brinco al verme inmersa en mis pensamientos.

Sonreí. —Insomnio.

—Llevo muchos años en este colegio, Edrielle —argumentó mi tía, señalándome con el dedo—. Estabas con el joven Malfoy, ¿Cierto?

No se lo negué. —Tenemos que hablar de algo importante, tía.

Su expresión severa se suavizó mientras la invitaba a entrar y aseguraba la puerta en medio de la obscuridad, asunto que rápidamente solucionó McGonagall, agitando la varita suavemente, encendiendo la chimenea.

Tomamos asiento en el sofá de dos plazas, empezando a relatarle lo que Draco me contó y lo que pude ver mediante legeremancia cuando el profesor de Defensa contra las Artes Obscuras se rindió al sueño por el cansancio. Mi tía se vio afectada conforme mi narración iba avanzando, dando un salto fuera de su asiento cuando escuchó mi propuesta de acción.

—¡Es importante coordinar esfuerzos con Kingsley en seguida! —determinó, dando vueltas por la estancia— Es mejor que lo llamemos, considero que nos perdonará la premura en cuanto escuche sobre esto.

Asentí, limpiando mis mejillas mojadas. —Avísame en cuanto se encuentre en tu oficina, ¿Sí?

—¡Ni lo dudes!

La despedí en la puerta, viéndola recorrer los pasillos a prisa. Mientras tanto, preparé algo de té, escribí algunas anotaciones en mi diario, agregando algunas muestras de plantas que conseguí en el Bosque Prohibido. Me encontraba guardando el diario en su sitio cuando Filch llamó a mi puerta, indicándome que la directora me buscaba con urgencia.

𝔗𝔯𝔞𝔦𝔡𝔬𝔯 𝔞 𝔩𝔞 𝔰𝔞𝔫𝔤𝔯𝔢 | 𝔇𝔯𝔞𝔠𝔬 𝔐𝔞𝔩𝔣𝔬𝔶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora