«𝕮𝖔𝖑𝖊𝖌𝖎𝖔 𝕳𝖔𝖌𝖜𝖆𝖗𝖙𝖘 𝖉𝖊 𝕸𝖆𝖌𝖎𝖆 𝖞 𝕳𝖊𝖈𝖍𝖎𝖈𝖊𝖗í𝖆»
Si dijera que las labores de reconstrucción fueron sencillas, sería mentira. Definitivamente merecía un reconocimiento el gran esfuerzo de las brujas y magos voluntarios.
Por otra parte, el momento más duro llegó cuando tuve que informar a mi mejor amiga sobre su tío: Severus Snape. No fue nada grato escuchar cómo se quebraba y el llanto le impedía continuar hablando, además, fui yo quien lo comunicó a la hermana de Snape, Muriel, que estaba listo para un entierro digno. Minerva y Muriel tuvieron un desacuerdo en cuanto al funeral, no obstante, terminaron por determinar que se celebraría un homenaje en su nombre, gracias a la intervención de Harry Potter.
Poco a poco, día tras día, el colegio retomaba su imponente forma; con mucha suerte, lograríamos el objetivo antes del próximo agosto.
—Aunque luzca como antes, no se siente como antes —murmuró Neville, admirando la fachada principal.
Apreté su mano. —Todo será mejor, ya verás.
Se retiró hacia la sala común de Gryffindor, misma que acababa de ser restaurada un día antes. Las labores pronto terminarían, nuestros amigos de las otras escuelas se marcharían, El Profeta tendría que buscar un nuevo blanco de la primera plana, los padres de los alumnos más jóvenes no decidirían si enviar a sus hijos de vuelta todavía y los E.X.T.A.S.I.S estarían siendo reprogramados para Hogwarts debido a las circunstancias.
Neville estaba en lo correcto, no volvería a ser como antes.
Me moví por el castillo, guiada por el mapa de los merodeadores; un curioso artefacto que Ron Weasley me obsequió. Según cuenta Hermione, el mapa le perteneció al padre de Harry, James Potter y sus amigos, luego pasó a los gemelos Weasley y finalmente a Harry. Lo encontraba fantástico.
Llegué a los terrenos de Hagrid, descendiendo por la colina. La última vez que lo vi, se encontraba deshaciéndose de los cadáveres de las acromántulas, descendientes de Aragog. Estaba muy triste, así que le preparé unas cuantas empanadas de calabaza y una tarta de arándanos para animarlo un poco.
Toqué a su puerta un par de veces y esperé a que abriera.
—¡Por las barbas de Merlín!
Giré, buscando el origen del potente sonido y lo encontré, saliendo del bosque. Llevaba ramitas atoradas en su barba, restos de hojas secas en el cabello, uno que otro rasguño en el rostro y cargaba una pala en su mano izquierda. Me lancé a su encuentro, propinándole un efusivo abrazo.
—¡Creciste tanto desde la última vez!
Afirmé con la cabeza. —En efecto —señalé la canasta—, te he traído un obsequio. No soy la mejor horneando, pero tampoco te provocaran alguna intoxicación.
—Entremos a probarlos.
La cabaña de Hagrid lucía tan acogedora como la recordaba de mi niñez, cuando solía visitar a mi tía y Dumbledore me dejaba recorrer el castillo bajo supervisión de Argus Filch; siempre lo ayudaba con sus tareas, aliviando un poco el mal humor que le causaban los otros alumnos y Peeves.
—¿Ya aplicaron los E.X.T.A.S.I.S? —aventuró Hagrid, sirviendo dos tazas de té— ¿Te uniras a los aurores por fin?
Negué. —Cambié de parecer hace unos años, quiero enseñar Transformaciones.
—¡Excelente! Tus padres deben sentirse orgullosos. ¿Cómo se encuentra Henry Urquart? ¿Se retiró ya?
Limpié los restos de mermelada que se aferraron a mis labios antes de responder. —Por supuesto que no.
—¡Tendrían que arrancarlo con todo y su oficina! —repetimos los dos entre risas.
Conversamos sobre las extrañas criaturas que vi en Rusia, me contó sus anécdotas favoritas de los últimos años; siendo la mejor aquel año en que, gracias al Torneo de los Tres Magos, Hogwarts recibió a los dragones que envió Charlie Weasley para la primera prueba. ¡Rubeus Hagrid y su eterno amor por los animales fantásticos!
Escucharlo relatar sus aventuras con animales que no podían ser mascotas, te contagiaba de energía; su pasión y respeto por toda criatura solo podía ponerme en mente a Newton Scamander. No tuve el honor de conocerlo en persona, pero sus descendientes conservaban sus registros y no dudaban en compartir los mejores recuerdos y aventuras del hombre.
¡Estos magos eran excepcionales!
—Debo irme —anuncio, dejando en orden la mesa—, prometí que ayudaría en la preparación del banquete de agradecimiento. Estarás ahí, ¿Cierto?
—¡No me lo perdería, Bowtruckle!
Abandoné la cabaña con una enorme sonrisa plantada en la cara. Inhalé el húmedo aire durante mi ascenso y una vez pisando el colegio, me conduje hasta las cocinas para informar a los elfos domésticos sobre el plan que Minerva McGonagall aprobó expresamente.
—Edrielle, cariño —saludó Minerva al encontrarnos en el gran comedor—, ¿Dónde te has metido?
—Fui a visitar a Hagrid —comenté con alegría—, quería asegurarme de que disponer de las acromántulas no lo deprimiera. Después de todo, él crió a Aragog con mucho cariño.
La bruja asintió. —Espero que recuperar su empleo como profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas lo ayude a superar su pérdida —comentó con esperanza—, hablando de eso, quiero verte en el despacho para hablar sobre la plaza de la que te conté, ¿De acuerdo? —su atención se desvió hacia George y Seamus un poco más allá— ¡No prendan fuego a las banderas!
Se movió con rapidez para atrapar a los sinvergüenzas y yo solo pude atinar a reír cuando George desapareció, dejando a Seamus en las garras de McGonagall. Suspiré de alivio, viendo que el comedor se llenaba paulatinamente y las conversaciones abundaban entre grupos de amigos conformados de estudiantes provenientes de las escuelas hermanas. Mis ojos volaron de mesa en mesa, deteniéndose al fondo, en una esquina, donde un chico rubio, comía el contenido de su plato, demasiado inmerso en sí mismo.
¡Por las barbas de Merlín! Ese individuo fue con quien colisioné en el puente días antes.
Me acerqué a Neville, sentándome junto a él y llamando su atención. —¿Quién es él?
Sus ojos buscaron al aludido. —Ah, es Draco. De Slytherin. Sus padres fueron mortífagos y hoy fueron juzgados, no estoy seguro de cuál fue el veredicto.
—¿No tiene amigos?
La pregunta se escapó de mis labios tan rápido que me sorprendió la rudeza con la que fue expresada. Neville casi se atraganta, tuve que auxiliarlo con palmaditas en la espalda y me disculpé. Por su parte, me dedicó un breve recuento de razones por las que el tal Draco no era popular entre el alumnado fuera de Slytherin.
—Todos tenemos problemas que nos obligan a actuar de determinada forma, ¿Sabes?
Neville le restó importancia con un gesto de hombros. —Finalmente él jugó un papel importante —reconoció mi primo—, supongo que tomó una decisión correcta porque le convenía.
La respuesta me dejó con un mal sabor, pero no lo exterioricé. Si Neville tenía esa impresión tras 7 años conviviendo en los pasillos, supongo que tenía bases para fundamentar su percepción; sin embargo, yo no poseía argumentos en su contra, de manera que no había objeción para que no le hablase.
Todos cometíamos errores, todos lidiábamos con problemas invisibles para terceros y, lo más importante, todos merecíamos una segunda oportunidad.
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𝔗𝔯𝔞𝔦𝔡𝔬𝔯 𝔞 𝔩𝔞 𝔰𝔞𝔫𝔤𝔯𝔢 | 𝔇𝔯𝔞𝔠𝔬 𝔐𝔞𝔩𝔣𝔬𝔶
Fanfiction《Las ruinas del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería; vestigio de la caída del señor tenebroso》━El Profeta; 05 de mayo 1998. Durante los meses posteriores al suceso histórico, Hogwarts fue blanco de atención del mundo mágico; recibiendo apoyo de o...