16. 𝔏𝔞 𝔱𝔯𝔞𝔪𝔭𝔞.

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La trampa para Rookwood estaba tendida; acordamos encontrarnos durante la noche del último día de octubre, aprovechando la celebración del colegio para la furtiva desaparición de Draco, de quien, daba la casualidad, nadie supo más después de aquella noche.

Muchos fueron los rumores sobre su huida ante un posible juicio por participación activa entre los mortífagos, pero Minerva se encargó de aclarar eso e impuso severas reglas en el colegio sobre la divulgación de rumores falsos.

¿Qué si sabía dónde estaba él? ¡Por supuesto que lo sabía! El rubio se encontraba recluido junto a su familia en Nurmengard; un lugar excelente, seguro y protegido hasta la médula por el Ministerio de Magia. Llevarlo hasta ahí fue sencillo, sólo tuve que lanzarle un encantamiento aturdidor después de devolverle sus recuerdos robados y transportarlo hasta el castillo mediante la red flú conectada entre Hogwarts y Nurmengard especialmente para la ocasión.

A Lucius Malfoy no le agradó mucho encontrarse en un sitio semejante a Azkaban, pero Narcissa pareció complacida de tener un millón de encantamientos rodeándola y protegiendo a su familia. Ni hablar de Draco, pues según Harry, apenas despertó exigió salir de su encierro para ayudar en lo necesario, tomándolo de mala manera cuando se le explicó que no nos arriesgaríamos a que arruinase el plan por no pensar objetivamente.

Le escribí todos los días desde entonces, pero no obtuve respuesta; esta vez era seguro que no me escribía, pues las comunicaciones no podían ser intervenidas.

—¿Estás lista? —Neville me sorprendió, mirando por la ventana de la habitación de Draco en Hogwarts— ¿De verdad quieres hacer esto?

Miré mi atuendo, me quedaba grande y casi ridículo, pero sería útil una vez hubiese ingerido la poción multijugos. Me abracé, aspirando la colonia impregnada en su ropa; quise fijar el aroma en mi mente por si algo salía mal.

Suspiré. —No voy a dejar que nadie amenace a nuestra familia nunca más, Neville.

—Puedes dejar que Harry se encargue —argumentó, sin poder deshacerse de su expresión angustiada—, es buenísimo en combatir a magos peligrosos.

Sonreí, admirando su persistencia. —Puedo luchar por los nuestros —aseguré, abrazándolo—. Además, no estaré sola. Mi padre estará listo para repeler cualquier ataque.

—Siempre has estado loca, ¿No?

Ambos reímos con el pésimo cumplido, disfrutando del momento. Mi tía Minerva arribó unos minutos más tarde, indicando que la hora llegó. Fui escoltada por ambos hasta el despacho de la directora, donde ya se encontraba esperando Shaklebolt para irnos.

—Cuídate mucho —suplicó McGonagall—, sal de ahí ante cualquier indicio de que las cosas podrían superarte, por favor.

Tan sólo llegar al Ministerio, mi estómago se apretó. Los nervios amenazaban con hacer de las suyas, pero no lo permití; me aferré a las riendas del control para garantizar el mejor resultado. Escuché con atención al Primer Ministro dando las órdenes y explicando el plan de acción, dejando claro que el objetivo era capturar a Rookwood, a Fenrir y a cualquier otro cómplice que se coludiera con ellos.

Aunque se prefería capturarlos vivos para ser juzgados y condenados, el grupo de aurores que participarían en la captura tenían la autorización de neutralizarlos porque representaban un gran nivel de peligrosidad.

—Todavía estás a tiempo de ceder tu lugar a alguien del departamento —comentó Harry, tendiéndome una licorera con poción multijugos en su interior.

—Estoy lista —aseguré, apretando el metálico recipiente con mi mano—. Moriré defendiendo a mi familia si es necesario.

Sin más palabras, nos bebimos el líquido y partimos. No estaba cómoda con la decisión de último momento que Harry se adjudicó para tomar el lugar de Lucius; los Weasley me odiarían si resultaba herido de cualquier forma.

𝔗𝔯𝔞𝔦𝔡𝔬𝔯 𝔞 𝔩𝔞 𝔰𝔞𝔫𝔤𝔯𝔢 | 𝔇𝔯𝔞𝔠𝔬 𝔐𝔞𝔩𝔣𝔬𝔶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora