12. 𝔙𝔢𝔯𝔞 𝔳𝔢𝔯𝔱𝔬.

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Mi primera clase de Transformaciones con Gryffindor marchaba perfectamente; los niños de segundo grado demostraban ser altamente capaces de seguir instrucciones precisas y no presentábamos percance alguno, salvo la alergia de Nora hacia el gato de Tom, su compañero de asiento.

—De acuerdo, te pondré con Mel —anuncié, cambiando a las chicas—. Diana, siéntate aquí, cariño. Gracias.

—¿Ya vamos a intentarlo? —aventuró Tom, emocionado.

Sonreí. —Todavía no, querido Tom, ten paciencia —el cuervo que elegí para la demostración se posó con gracia sobre el escritorio, empuñé la varita con seguridad y suspiré— ¡Vera verto!

La ola de murmullos sorprendidos no tardó en recorrer el aula entera, dejando a los hijos de padres muggles alucinando. Los hijos de magos estaban acostumbrados a convivir con adultos que empleaban la magia para casi cualquier cosa, por lo que no se impresionarían tan fácilmente.

—Si ponen esfuerzo y dedicación a sus clases, pronto podrán transformar cualquier clase animal en el objeto que ustedes deseen, sin importar cuán grande sea.

Mel abrió sus ojos como platos. —¿Hasta un elefante?

—Sí, hasta un elefante.

Las sonrisas y cuchicheos cesaron cuando pedí por un voluntario para hacer el intento; Alecto Fletcher saltó de su asiento con determinación, acercándose al escritorio con su pequeña rata en mano.

—Recuerda hacer movimientos suaves —recomendó Draco, recargando su peso contra el marco de la puerta.

Me acerqué al rubio, quien imponía a mis estudiantes una mezcla de temor y nerviosismo. Observé a Alecto asentir ante la encomienda de Draco y morder su lengua, buscando concentración.

Lo que vino a continuación sucedió tan rápido que, de no ser por los hábiles reflejos que desarrollé en Koldovstoretz, Draco Malfoy podría haber terminado convertido en una bonita copa transparente. O al menos eso creo, pues jamás intenté aplicar este hechizo en humanos.

De alguna macabra manera, mi cuerpo terminó sobre el del profesor Malfoy, quien me miraba entre divertido y burlón.

Dejé caer mi cabeza sobre su pecho. —Eres lento.

—Creo que tienes más problemas que yo —anunció el rubio, aguantando la risa—, Filch te matará.

Levantando la vista hacia lo que Draco miraba tan divertido, me topé con la Señora Norris, víctima del hechizo. ¿O debía decir media señora Norris? La gata tenía intacto la mitad trasera del cuerpo, pero la cabeza y patas delanteras eran una extraña boca de copa peluda.

—Oh no, no, no, no... —gemí, retirando el vestigio de cualquier mala praxis con mi varita.

La gata me bufó con fastidio, saliendo disparada por el pasillo en busca de su amo, seguramente.

—Me encantaría pasar el resto del día sirviéndote de tapete, pero tengo una clase de Defensa contra las Artes Obscuras que impartir, insecto —murmuró el chico, tendido bajo de mí.

Le sonreí con inocencia, levantándome de un salto y ayudándole a que imitase la acción. Lo vi sacudirse el elegante traje negro, acomodarse el cuello del suéter gris y negar con diversión.

—Más vale que aprendan a dominar sus varitas —advirtió Draco, poniendo una expresión severa—, de lo contrario, les restaré 10 puntos en mi clase.

Me guiñó antes de salir del aula, dejando asustados a los Gryffindors. Puse los ojos en blanco, con una sonrisa en mis labios. Seguramente eso lo copiaría del profesor Severus Snape.

Continuamos el resto de la clase practicando el movimiento de la varita, sin la varita y con la puerta cerrada.

Más tarde, durante la comida, Neville recibió una carta del Ministerio de Magia; lo que me dejó claro que la consulta con Harry se realizó exitosamente. Asentí en silencio cuando me la tendió por debajo de la mesa, murmurándole un agradecimiento totalmente sincero.

—¿Ya descubriste a tus mejores jugadores? —preguntó Neville, metiéndose el último trozo de empanada en la boca.

Deposité la copa sobre la mesa, confundida. —¿Jugadores?

—Del equipo de quidditch —agregó Draco con superioridad—. Slytherin está listo para patearle el trasero a cualquiera.

—¿Qué clase de árboles ocupan aquí para el juego?

Neville casi se atragantó con lo que masticaba en ese momento y Draco me miró curioso, esperando que se tratase de una broma, sin embargo, yo no entendía por qué estaban actuando tan raros. Traté de auxiliar a mi primo, palmeando su espalda hasta que consiguiera restablecerse.

—¿Árboles? —aventuró Draco, entrecerrando los ojos antes de levantar una ceja, inquisitivo.

Neville se limpió los labios. —Edrielle está acostumbrada al quidditch de Koldovstoretz —informa—, se juega con árboles en lugar de escobas.

Emitiendo un gesto con sus labios, se vio sorprendido ante la declaración. —Usamos escobas, Urquart.

—Las pruebas serán la siguiente semana, sólo espero que la señora Hooch no sea demasiado exigente.

Draco sonrió con malicia. —Debe serlo si quieren formar equipos que puedan darle pelea en el campo a Slytherin.

Neville procedió a relatarme los grandes eventos desastrosos que ocurrieron los últimos 7 años durante los partidos de Gryffindor; si no fuera bruja, pensaría que alguien tremendamente osado pudo maldecir el equipo de Gryffindor específicamente.

Malfoy escuchaba con atención, dejando una expresión neutra reflejada en su rostro. Tras concluir con la comida, los tres nos retiramos hacia nuestra siguiente clase, prometiendo volver a encontrarnos para la cena.

Draco ya había hecho costumbre, acompañarme hasta las afueras de mi aula correspondiente, despidiéndose con un beso en la mejilla. No obstante, esta vez no lo hizo inmediatamente, sino que se tomó su tiempo, debatiendo algo en su interior; podía notarlo en su manera de observarme.

—¿Quieres que hablemos de algo?

El rubio sonrió. —Será después, tengo que irme. Buena suerte, insecto.

—No me molestes —amenacé en broma—, o le contaré a tus alumnos sobre tu honorable título, increíble hurón saltarín.

Puso los ojos en blanco, negando en repetidas ocasiones mientras avanzaba por el pasillo, alejándose rápidamente. Saqué el aire de mis pulmones, despejando mis pensamientos antes de adentrarme al aula junto a mi siguiente grupo.

Esa noche, Draco no asistió a la cena. No le tomé gran importancia porque Minerva McGonagall había estado llamando docentes para comunicarles las nuevas reformas dictadas por el Ministerio de Magia. Todavía no leía la carta de Harry, sin embargo, mi estómago se revolvía de tan sólo pensar en ella.

Mis recursos comenzaban a limitarse, así que jugaría mi última carta asistiendo al Bosque Prohibido buscando a Firenze; con un poco de suerte, su ayuda brindaría el rayo de luz que necesitaba en medio de toda mi obscuridad.

—Me iré a dormir —informé a mi primo, bostezando exageradamente—. Te veré mañana, buenas noches.

Planté un beso en su frente antes de retirarme del Gran Comedor, atravesando el vestíbulo y recorriendo los desiertos pasillos en dirección al Bosque, rogando por no encontrarme con algún colega en el trayecto.

Parada en el perímetro, solté todo el aire, percibiéndolo en forma de vaho. Asegurándome de que nadie me siguiese, me adentré con determinación en la búsqueda por una resolución definitiva. 

𝔗𝔯𝔞𝔦𝔡𝔬𝔯 𝔞 𝔩𝔞 𝔰𝔞𝔫𝔤𝔯𝔢 | 𝔇𝔯𝔞𝔠𝔬 𝔐𝔞𝔩𝔣𝔬𝔶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora