9. 𝔓𝔢𝔮𝔲𝔢ñ𝔬𝔰 𝔪𝔞𝔤𝔬𝔰.

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Luego de los exámenes, el alumnado partió de Hogwarts; muchos de ellos conseguirían empleo en el Ministerio de Magia, otros se dedicarían a lo que más les apasionase y otros tantos repetirían los exámenes el año siguiente. Lo cierto era que, Hogwarts se quedaría con el personal que residía en el castillo; algunos profesores, elfos domésticos, Draco Malfoy y yo.

—¿Te divertiste con Pansy? —aventuré con mofa en la estación de Hogsmeade, despidiendo a Neville con la mano.

El rubio chasqueó la lengua. —Ni te imaginas.

—Oh, vamos, ¿No era tu novia?

Su rostro giró lo suficiente para mirarme sobre su hombro con una de sus rubias cejas levantadas, así que levanté los hombros para deslindarme de responsabilidad por el rumor. Volvimos por el pueblo hasta las Tres Escobas, donde bebimos un par de cervezas de mantequilla antes de tener que regresar al castillo.

Las miradas que Madame Rosmerta le dedicaba a Draco se encontraban cargadas de resentimiento por algo que yo desconocía, sin importar la razón, el rubio se removía incómodo sobre la silla.

—No sabía que eras bueno en posiones —señalé acusadoramente—, ¿Cuando ibas a decírmelo? ¿Cuando necesitara auxilio?

Ladeo su sonrisa. —Cuando perdieras la voz repentinamente.

—Comienzo a creer que está en tus planes hacerlo, ¿Lo sabes, no?

Negó divertido. —Me gusta escucharte hablar sin parar —admitió asintiendo—. Es como escuchar la radio todo el día.

—Lo tomaré como un cumplido, hurón saltarín.

¿En qué momento se familiarizó el mote entre nosotros? No estaba segura, pero no era parte del plan. De cualquier forma, Draco ya no se molestaba al escucharlo, por lo que ya habría superado tal humillación para verla como una graciosa experiencia del pasado.

Pagué la cuenta antes de que lo hiciera él, cosa que no le agradó y por la que me amenazó con dejarme muda si no lo dejaba pagar la próxima vez. Accedí a sabiendas de que mentía, tanto él como yo, pues ni él se atrevería a hacerlo ni yo le dejaría pagar.

—¿Estás emocionada? —aventuró en nuestra travesía hacia el castillo— Hoy enviaremos las cartas a los pequeños magos.

Chillé de emoción. —¡Lo sé! Cuando recibí mi carta, mi madre horneó un delicioso pastel para la celebración y mi padre me regaló un bonito diario en el que quería que escribiera sobre la experiencia, aunque para ser sinceros, lo que quería era saber si me molestaban en la escuela —reímos—. Neville estaba más emocionado que yo y ni hablar de la abuela, la mujer lloraba del orgullo —suspiré ante el vívido recuerdo—, ¿Qué me dices de ti?

—Mi carta llegó directamente a mí, de una lechuza hermosa —comenta, con lo ojos brillosos—. Cuando mi madre la vio, me envolvió en un abrazo y besó mi frente, asegurándome que sería una maravillosa experiencia y, también, que probablemente encontraría a la bruja con la que me casaría al terminar el colegio —negué con diversión mientras apartaba una roca del camino de una patada—. Mi padre se molestó muchísimo porque él quería enviarme a Durmstrang; ya sabes, más exclusivo en cuanto a pureza de la sangre. Aunque, en retrospectiva, creo que pretendía educarme en las artes obscuras para el regreso de Voldemort.

—Bueno, el lado positivo es que terminaste en Hogwarts.

El rubio sonrió tristemente. —Claro, mis padres tuvieron una fuerte discusión esa misma noche después de arroparme —su tono se ha vuelto seco—. Mi madre amenazó a su esposo con separase de él si no compartía la idea de permitirme asistir a Hogwarts. Quizás las cosas habrían sido diferentes, no lo sé —admitió con melancolía—. Lo cierto es que mis padres se aman más de lo que admitirían y, por mucho que me niegue a creerlo, Lucius Malfoy siempre pondrá a mi madre por encima de cualquier cosa.

¿Por qué no podía plicar la misma regla a su hijo? No cabe duda que los padres no nacen con el instructivo de cómo criar a un niño.

Una ráfaga otoñal golpeó contra nosotros, provocándome escalofríos y obligándome a esconder mis manos dentro de los bolsillos de mi capa. Ya sé, un tanto absurdo después de haber estudiado en Rusia. Sin embargo, Draco se desprendió de su bufanda, colgándola sobre mi cuello y depositando un golpe con sus dedos en mi frente.

—Te dije que te abrigaras.

—Cállate, hurón saltarín —ataqué con simpleza—. Viví en Rusia durante 4 años, yo sé lo que es el frío.

Su típica sonrisita venenosa y su mirada sobre el hombro lo hicieron acreedor a un golpe, que no le hizo ni cosquillas. De cualquier manera, terminamos de llegar al castillo, conduciéndonos con maestría hasta la gárgola del despacho donde Minerva McGonagall nos esperaba para comenzar con el envío de las cartas.

—Toma —me deshice de la abrigadora bufanda y la tendí en su dirección—, gracias.

Draco la miró sin interés. —Quédatela, tengo otras.

Y sin más, mencionó la frase que nos dejaría subir a la oficina de mi tía. Dejé que subiera para colocarme nuevamente el accesorio sobre el cuello, permitiéndome inhalar el delicioso aroma de su colonia que se quedó impregnado en la prenda. Si tan sólo hubiera más tiempo...

Una vez dentro del despacho, tomamos asiento frente al escritorio donde ya había una serie de sobres y pergaminos desplegados, listos para recibir la información sobre el próximo inicio de clases, a la espera de las direcciones de entrega en las que residían los pequeños magos; algunos de ellos ya conscientes de su destino y otros tantos por recibir una magnífica sorpresa. Tanta ilusión en un trozo de pergamino.

—Ya que están aquí —inicia McGonagall—, podemos dar comienzo al dictado de datos. Asegúrense de poner la dirección correcta, no queremos retrasar la llegada de los estudiantes por ningún motivo. ¿Listos?

Draco me retó con la mirada, un reto que no iba a dejar pasar. Levanté la varita al mismo tiempo que él, encantando la pluma que escribiría los sobres, mientras que el rubio se encargaría de las misivas mismas.

Minerva McGonagall no hizo pausa alguna en el dictado, cosa que agradecimos porque así el desafío era mucho mayor. Escribimos cuando menos 100 cartas, que saldrían en cuanto las llevásemos a la torre de las lechuzas, ya estaba terminando de caer el atardecer, de forma que nos apresuramos para que las cartas se entregasen oportunamente y los pequeños magos, o brujas, que provinieran de familias muggles fueran visitados por un bruja o mago que les explicaría el proceso.

—Debemos ir a cenar, insecto —aseguró Draco, saltando el último escalón de la torre y tendiendo su mano para ayudarme de forma dramática—. Mañana llegarán los resultados de las pruebas, ¿Te sientes confiada?

Negué. —Lo siento por ti, pero tranquilo, un «supera las expectativas» será suficiente para que seas mi colega, hurón saltarín.

Reímos, apostando por nuestros resultados y teniendo una competitiva charla durante la cena. Hasta que la profesora Sybill apareció por la puerta con un papel arrugado entre sus manos; sin dudarlo, lo agitó para llamar mi atención. Me disculpé con Draco, levantando mi trasero del banco cual resorte, corriendo hasta la mujer bajo la curiosa mirada del rubio, quien nos siguió todo lo que pudo. Finalmente, atravesamos las puertas del gran comedor y puedo jurar que sentía que su intensa mirada me perseguía todavía, incluso a través de las paredes.

Despejé mi mente de falsas inquietudes, concentrándome en el asunto de importancia.

𝔗𝔯𝔞𝔦𝔡𝔬𝔯 𝔞 𝔩𝔞 𝔰𝔞𝔫𝔤𝔯𝔢 | 𝔇𝔯𝔞𝔠𝔬 𝔐𝔞𝔩𝔣𝔬𝔶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora