XVI: Hacer el amor.

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La forma en que sus grandes palmas tibias acarician los costados de su piel bajo su camisa le hacen suspirar. La forma en que sus labios húmedos barren la extensión su cuello provoca que se aferre a la nuca de Sebastian, ladeando la cabeza con ligereza para exponer la piel a su disposición.
Desliza sus manos por su espalda, acariciando su cuello, sus hombros anchos y bajando al primer botón de la camisa gris que viste el de cabello negro.
Mientras sus dedos se esmeran en desabotonar la camisa, con los ojos cerrados abrumado en sensaciones placenteras y cálidas, su contrario también le desviste con suavidad, experimentando cada roce de sus dedos, de la tela como una corriente magnífica que va directo a su pecho acelerandole el corazón. Sus besos cautelosos y tiernos se tornan en pasión y se vuelven calientes.
Mientras sus manos pequeñas se deslizan por la piel del pecho de Sebastian ya sin la estorbosa camisa de por medio, siente la húmeda lengua del mayor deslizándose por su labio inferior causándole enterrar con suavidad los dedos en sus hombros, abriendo ligeramente la boca para darle paso a la sin hueso que le recorre la boca con paciencia, mientras sus temblorosas manos se deshacen completamente de la camisa del mayor.
Sebastian le toma de la espalda alzando su cuerpo para deshacerse de su camisa también. Con sus brazos desnudos rodea el cuello del de ojos rubí. Se miran a los ojos por un tiempo eterno, con demasiadas palabras atoradas en la boca, con demasiados sentimientos desbordándose. Sin embargo, nada fue necesario para aclarar que aquello reflejado en sus ojos era amor.
Sus labios volvieron a buscarse, sus dientes tirando de los húmedos labios de su pareja, sintiendo su lengua presionando en la separación de su boca pidiendo el permiso para poder acceder nuevamente, jadea sal sentir como el músculo se frota contra el suyo en su cavidad, y como se desliza por el interior de su boca, explorando hasta el más pequeño rincón.

-¡Ah! Sebastian.- Gime contra los labios ajenos al sentir las palmas presionando su pelvis contra la cama con cierto poderío e impaciencia.
Sebastian le coge la ropa inferior deslizandola por sus piernas, y el azabache desconocía el erotismo que poseía la simple acción de un pantalón deslizándose por unas delgadas piernas cómo las de su amante.
Arrodillado sobre la cama, entre sus piernas, le mira alzarse ante sus ojos, sabe que le está mirando, que está recorriendo cada centímetro de su piel desnuda, y su mirada deslizándose por su cuerpo es como una caricia tibia que le hace estremecerse y suspirar con los labios entreabiertos.
Sebastian le coge de los brazos, observando las costras en líneas en la piel de sus brazos, y pensando que sería regañado, que le miraría mal o enfadado, su corazón da un vuelco en su lugar al sentir la suave y gentil presión de sus labios contra las marcas.

-Te quedarán cicatrices.- Dice suavemente el de ojos rubí, besando en ascenso todas las heridas de su brazo hasta llegar a su hombro desnudo, donde continúa su camino hasta su cuello donde muerde, dejando tatuados sus dientes y marcas de besos hechos limpiamente con su boca.
De su garganta se escapan suspiros entrecortados y agitados, su propio pecho que sube y baja con cierta fuerza, se ve envuelto en frágiles caricias húmedas hechas por los labios finos de Sebastian, y se deshace en espasmos sintiendo su caliente lengua rozando sus pezones, y sus grandes manos acariciando sus piernas, deslizando las yemas de sus largos dedos por sus muslos.
Sebastian se alza, tomando su tobillo, deslizándose en un imaginario camino, besándole desde los pies, ascendiendo por su piel pálida, acariciando sus muslos, deslizando los labios por su cadera, mordiendo suavemente la piel de su estómago.
Ciel gime, enterrando los dedos en la superficie de la cama, cerrando sus ojos. Todo su ser tiembla de anhelo, sus caricias cargadas de amor y ternura hacen que su corazón lata excitado.

-En el cajón... Hay-Hay vaselina...- Su tono de voz es bajo, suave y entrecortado. Sebastian sonríe con los labios pegados en la piel de su vientre, y sabe que jamás va a experimentar sensación mas maravillosa.

Sebastian se estira sobre su cuerpo a la mesita de noche, retirando del interior un pequeño botecito de vaselina como su amante le había indicado. El frasquito está completamente lleno, y lo deja reposando junto a la cabeza del de ojos azules. El pelinegro se vuelve a hacer sobre su delgado cuerpo, acariciando sus costillas, repasando con sus dedos cada centímetro de piel, haciéndolo sentir valioso, como la persona mas atesorada del universo.
Le coge desde la nuca, abrazándose a su cuello con la necesidad de volver a sentir sus labios contra los suyos. Y es correspondido en su deseo, siendo besado de forma lenta y apasionada, sintiendo puro gusto de oír el chasquido entre sus bocas húmedas cada que se apartan por algo de aire, hasta volver a comenzar con esa danza de cautelosos pasos y pasionales roces provocadores.
De entre sus bocas unidas se escapan los suspiros, y sin cortar tan exquisito contacto, Sebastian coge a tientas aquél botecito, abriéndolo y untando los dedos en la mezcla viscosa que aunque le desagrada al tacto, no le toma demasiada importancia cuando un gemido le pone en blanco los pensamientos.
Desliza sus manos con sumo cuidado por entre el camino en su zona baja, exponiendo el cuerpo ajeno a sus toques,  deslizando suavemente los dedos en el interior del joven que jadea ante la intromisión.

Reflejo-Sebasciel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora