♘ᴄʀɪᴘᴛᴏɢʀᴀꜰÍᴀ ᴅᴇ ʟᴏꜱ ꜱᴇɴᴛɪᴍɪᴇɴᴛᴏꜱ

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Miró a su alrededor asustado y nervioso, las malditas calles estaban hasta el tope de multitudes que intentaban comprar un boleto para el partido amistoso entre Japón y Rusia. No lo comprendía. No era como si estuviesen en un campeonato, no era para tanto, pero al parecer la gente de su país les gustaba muchísimo apoyarlos —por no decir que era fanatismo.

— Omi-Omi. —Se colgó del cuerpo del pelinegro haciendo que este pegara un salto en su lugar y se alejara rápidamente, por poco chocando con otras personas desconocidas—sin saber si tenían sus vacunas al día—. Lo miró con fastidio. Se arrimó a un rincón que quedaba cerca de la entrada del coliseo y sacó un alcohol glicerinado que solía llevar consigo. Atsumu lo miraba curioso; apenas se conocían—incluso cuando pertenecían al mismo equipo desde hacía tres años— y no lograba entender del todo a su compañero. Giró la cabeza y añadió—: Si sigues frotando tus manos tan seguido con eso— señaló el pequeño frasco con el líquido transparente y viscoso—, de seguro tendrás dermatitis en un mes—. Sonrió como solía hacerlo casi todo el tiempo, mientras Kyoomi le fulminaba con sus oscuros orbes, sin dejar de pensar que tenía razón; no en que debería dejar su alcohol glicerinado de lado, sino en la parte en la que señalaba que le daría dermatitis. 

La verdad era que ya tenía un leve levantamiento de piel alrededor de sus dedos y en la palma de sus manos.

Miró el cielo cuando Miya se acercó un poco hacia el rincón que lo protegía, manteniendo la distancia apropiada para que el pelinegro no se sintiera incómodo. Sakusa lo agradeció silenciosamente, aunque aquello no disminuyó el acelerado latido de su corazón y el sudor en sus manos.

Necesitaba un baño. 

Y hablar; el ambiente era, de cierta manera, extraño.

No tenía ni idea de cómo sacar conversación, ni de porqué sentía la necesidad de hacerlo, es decir, era Atsumu:  podría hablar de Spikes o cualquier cosa relacionada con el deporte, pero por alguna razón no se sentía correcto, con ello en mente, abrió la boca al menos tres veces.

Podría preguntarle porque estaba allí tan temprano; comentar acerca del clima; preguntar por su hermano tampoco era mala idea.

No obstante, las palabras no salían de su garganta...

¡Ni siquiera tenía una maldita idea del porqué!

Miya le miró de soslayo. Sakusa notó sus ojos cafés y decidió hacerse el loco.

¡¿Qué si le gustaba que le mirara?! ¡Era de las pocas cosas que soportaba de Atsumu Miya!  

Y el apodo por el que solía llamarle, como si se conocieran de décadas.

Jamás lo admitiría en voz alta, ni tampoco el hecho de que Atsumu le atraía en cierta forma.

O que a veces tenía sueños húmedos de los cuales despertaba temblando, sin saber si era por la emoción que le dejaba el sueño o por el asco que aún sentía.

Quizás si hubiera terminado la terapia de exposición no sentiría tanta controversia acerca del tema, pero su yo joven habia decidido que tenía que abandonar.

Cuando el psiquiatra tocó el tema de su madre, deseó no volver jamás a ese lugar. Y no lo hizo.

¿No se podían concentrar solamente en su misofóbico cuerpo?

Y, para rematar, aún no lo lograba descifrar completamente si se trataba simplemente de atracción física o emocional en cuanto al colocador. 

O ambas.

O ninguna.

Nunca, en sus cortos 24 años, había tenido que pensar en eso, pero tuvo que hacer su debut en los malditos Black Jackals y tener que aguantar a Miya durante el resto de su miserable vida. Así lo pensaba hacía ya algún tiempo atrás. Para ser exactos dos años atrás.

ᴋᴀɪʀᴏꜱ [ꜱᴀᴋᴜᴀᴛꜱᴜ] ~ •ʜᴀɪᴋʏᴜᴜ•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora