ᴜɴ ᴀÑᴏ ᴍÁꜱ, ᴜɴ ᴀÑᴏ ᴍᴇɴᴏꜱ

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—Samu. —sacudió el hombro de su gemelo que dormía como morsa a pesar de solo haber estado despierto cuatro horas seguidas en la tarde y haber pasado el resto del día en el mundo de los sueños sin interrupciones.

El día anterior habían tenido un partido, nada oficial uno amistoso, pero aun así, las cosas se pusieron intensas y terminaron jugando toda la tarde contra un equipo al que se tendrían que enfrentar en el torneo regional de Hyogo para los niños de primaria. No era tan prestigioso como los que organizaban para secundaria, pero algo era algo y Atsumu tomaría cualquier peldaño que lo acercara a su sueño.

Por esa misma razón, sus padres no tuvieron el corazón de despertar a Osamu de su infinita siesta—eso no era el simple favoritismo, no, para nada. Pero Atsumu tuvo que levantarse a mediodía y ser quien lavara los platos a pesar de que no era su turno ese día y que como mañana cumplirían años, su gemelo se salvaría dos días seguidos de su deber.

Era simplemente injusto.

No obstante, y a pesar de que pasó media tarde maldiciendo mentalmente a la morsa de su hermano, aun así, le compró un pequeño regalo con sus ahorros—más bien monedas que le robó a sus padres entre mandados—y ahora intentaba levantarlo con paciencia. Incluso diría que con cariño.

—¡Samu! —exclamó por lo bajo ya perdiendo un poco la paciencia. Si no se levantaba, se comería el chocolate y en la mañana le daría la basura como regalo—. ¡Osamu! —Nada. Suspiró y se sentó al borde de la cama.

De repente recordó la razón por la que Osamu ocupaba la cama de abajo: le tenía miedo a las alturas y mientras era un secreto bien guardado de sus amigos—nunca le dijo a nadie por miedo a que se burlaran de él—jamás intentó guardarlo de Atsumu y eso le hizo sentirse honrado y orgulloso. Ser el único—a parte de sus padres, pero se supone que tus padres saben absolutamente todo o al menos así se siente cuando se es pequeño—con ese secreto. Y ser capaz de guardarlo.

Con otro pequeño suspiro intentó llamar a su gemelo una vez más, esta era la definitiva—o eso se decía, pues la verdad era que llevaba más de veinte minutos en esas—y si no se despertaba, se podía ir despidiendo de su chocolate.

Comer dulce, a tan altas horas de la noche, era algo que debían hacer a escondidas de sus padres, pues si estos fuesen a enterarse, no solo no verían el dulce por el resto de sus vidas sino que también podían ir despidiéndose de cualquier tipo de dulce.

—¡Samu! —continuó y cuando empezó a creer que estaba muerto y que debía llamar a sus padres, Osamu abrió los ojos de a poco para luego cerrarlos de nuevo y sentarse al lado de Atsumu.

—Tsumu —dijo con su voz somnolienta y un bostezo—, ¿por qué eres tan ruidoso?

Atsumu estuvo a punto de comerse el chocolate ahí mismo en su cara y tirarle la envoltura, pero, por fuerzas divinas, no lo hizo y en su lugar lo empujo contra el pecho de Osamu y rápidamente salió de la habitación.

Quedando perplejo, Osamu apenas reaccionó cuando Atsumu ya había cerrado la puerta de un portazo y al mirar lo que sostenía en sus manos, supo que lo tenía que ocultar, pues era solo cuestión de tiempo que sus padres se despertaran asustados por el ruido y los irían a buscar. Sin embargo—en el pequeño momento antes de que sonara el rechinar de la puerta de sus padres—, fue capaz de analizar el dulce, las intenciones y el significado de todo ello.

Se puso a llorar.

Cuando sus padres entraron al cuarto de los gemelos, lo primero que vieron fue a Osamu llorando y Atsumu por ninguna parte.

El pánico se apoderó aún más de ellos cuando en medio de sollozos Osamu llamaba a Atsumu y le decía cuánto lo quería, así que mientras Hajime—el padre de los gemelos—debió quedarse atrás cuidando de Osamu mientras su madre buscaba al otro.

ᴋᴀɪʀᴏꜱ [ꜱᴀᴋᴜᴀᴛꜱᴜ] ~ •ʜᴀɪᴋʏᴜᴜ•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora