Capitulo 19

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El viaje a Denver fue rápido. Megan apreció el paisaje, en paz, parecía segura y despreocupada. Esperaba conseguir el divorcio de forma simple, como los hermanos le sugirieron. Pero, inconscientemente, se preguntaba si Mason realmente la dejaría tan fácilmente.
Cuando aparcaron en frente del hotel, Megan se quedó impresionada. Miró a Liam con una sonrisa traviesa en los labios. Levantó una ceja.
—No habría pensado que se iban a quedar aquí. En el centro de la ciudad.
Él sonrió.
—No somos campesinos salvajes. No nos malentiendas. Nos sentimos más cómodos fuera de la ciudad, pero pensábamos que te gustaría esto, y la oficina de Cal no queda lejos.
—Y estamos cerca de las tiendas —dijo Louis inclinándose hacia adelante—. Podrás hacer todas las compras que necesitas y te acompañaremos.
— ¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos? —preguntó Megan.
—Algunos días —contestó Liam, mientras abría la puerta—. Creo que todos apreciaremos un descanso.
Megan, Harry y Louis esperarón mientras Liam, se registraba. Algunos minutos más tarde, regresó y les buscó en el jeep.
—Vamos a entrar, para refrescarnos y comer algo.
— ¿Un filete, quizá? —preguntó Megan con esperanza. Su boca salivaba solo al pensar en un buen y jugoso filete.
Harry se rió.
— No nos tenemos que preocupar por si se integrará.
Salieron, y Megan tembló por el frio que había. Harry la abrazó con un brazo y la acercó, mientras se apresuraban hacia la entrada.
Entraron en el ascensor y Liam presionó el botón del último piso. Salieron y fueron hasta el final del pasillo. Liam abrió la puerta y Megan entró en el cuarto.
Ella suspiró apreciando la gran suite. A la derecha, un baño con Jacuzzi y ducha, a la izquierda, dos habitaciones.
Había una confortable sala con un sofá y dos sillas, una televisión de pantalla grande y bar de cóctel.
— ¿Quieres que te prepare un baño? —le preguntó Louis.
Ella negó, y entró en una habitación.
—Me daré solo una ducha rápida. Me estoy muriendo de hambre.
Ella entró rápidamente en el grande baño y encendió la ducha. Sacó de su maleta un par de vaqueros, una camisa y ropa íntima. Sonrió, tanto sus bragas como el sujetador eran blancos. Cuando se iría de compras, la lencería era una de las primeras cosas que compraría.
Treinta minutos más tarde, salió del baño y les encontró mirando la TV.
— ¿Listo? —preguntó ella.

Se levantaron y salieron. Abajo, se acercaron al Land Rover, y entraron.
—Cerca, hay un buen restaurante —dijo Liam —. Tiene una buena atmósfera.
—Suena bien—dijo entusiasmada.
La verdad era que no le importaba donde iban. El pensamiento de un jugoso filete la hacía salivar. Si no tenía cuidado, tendría que secarse la baba de la barbilla.
Entraron en un atestado aparcamiento. Era una construcción antigua, adaptada de una cabaña de madera de cedro y un porche delantero con sillas mecedoras desiguales.
Megan caminó hacia la entrada, con los brazos en torno de las cinturas de Harry y Louis. Ésa era su primera excursión con los tres, y se sentía cohibida, pero al mismo tiempo, deliciosamente feliz. ¿Qué mujer no se pondría verde de envidia? Estaba con tres hombres maravillosos y atractivos.
Liam dio su nombre a la mujer de la reserva y en pocos segundos, fueron llevados a una mesa, en la otra extremidad del restaurante.
Harry empujó una silla hacia ella, y Megan se sentó cerca de Liam. La camarera se acercó y ellos pidieron las bebidas, mientras miraban el menú.
Liam se volvió y acarició suavemente la mano de Megan. Ella amaba su toque. Amaba que él la tocase frecuentemente. Todos ellos la tocaban. Esto la confortaba de un modo que las palabras jamás podrían.
Ella se apoyó en la silla y observó el ambiente. En medio de la sala, un grupo tocaban canciones bonitas, las sonrientes parejas se deslizaban por la pista de baile.
— ¿Quieres bailar? —preguntó Harry con un lento y sensual movimiento.
Ella arqueó una ceja con sorpresa.
— ¿Tu bailas?
Él le dio una mirada herida.
—Mi madre me enseñó, decía que era necesario para agradar a una dama.
Megan se rió y se levantó.
—Claro, quiero bailar. Yo no sé casi nada, pero si tu madre te enseñó, me puedes enseñar.
Harry la llevó hacia la pista, sus manos se encorvaron posesivas alrededor de sus caderas. Los dedos descendiendo para la curva de su culo. Él la acercó hacía él, hasta que ella se ajustó perfectamente en su ingle.
— ¿No estamos demasiado cerca para bailar? —murmuró ella.
— ¿A quién le importa? —Gruño él en la oreja—. Solo quiero agarrarte así.
Sintió la verga hinchada contra su barriga, y un disparo de excitación corrió por su sistema. Sus rodillas se derritiendo. Tembló contra él y abrazó su cintura.
Anidó el rostro en su pelo y sopló suavemente en su oreja.
—Eres malo —susurró ella—. No pienses que no me vengaré.
—Eso espero.
Ella se rió. Sintiéndose intrépida, deslizó una mano entre sus cuerpos, pasando los dedos por el cinturón de sus vaqueros, hasta la dura verga.
—Jesús, mujer.
Acercó más sus cuerpos, y ella se volvió a reír.
— ¿Tienes miedo de que alguien pueda vernos?
En respuesta, hizo fundir ardientemente los labios a los suyos. Le faltaba de aire cuando Harry se dio un festín hambriento de su boca. Cuando se alejó, sus ojos relucían con deseo, lava derretida preparada para estallar.
— ¿Eso contesta a tu pregunta?
Un tirón a su cintura, la impidió responder. Giró y vio a Liam, con una expresión arrogante en el rostro.
—Mi turno, hermano.
—Más tarde, muñeca —prometió Harry, con fuego en los ojos.
Liam la abrazó, con una sonrisa malvada en el rostro.

La Mujer de Nuestras VidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora