11.- Pesadillas

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Las clases aún no empezaban y tenían tan sólo una noche para volver a acostumbrarse a vivir en lo que antes había sido su hogar. El enorme castillo no estaba muy diferente, con cambios que no podías notar realmente a menos que conocieras el lugar. Pero eran el peso de las memorias lo que te dejaba con un nudo en la garganta. Afortunadamente, los primeros y segundos años eran muy jóvenes para llevar esa carga en sus pensamientos, pero el resto eran conscientes de lo que había ocurrido y seguía fresco en sus mentes cómo había ocurrido. 

No era fácil volver, pero allí estaban, en una torre reservada para ellos solos por McGonagall. Y extrañamente, era un espacio más bien vacío. Esperaban la réplica de alguna sala común o tal vez un par de camas aventadas en cuatros habitaciones, pero al parecer eso habían sido expectativas muy altas. Después recibieron el mensaje de que serían ellos quienes se encargaran de 'decorar' la fría torre.

Pero aquel día era ya demasiado tarde como para mover nada y seguramente sólo tendrían tiempo hasta  el siguiente fin de semana. Entonces debía ocurrírseles alguna idea para pasar la noche, porque aparentemente la directora no sería de mucha ayuda.

Había habitaciones vacías, claro, dos de ellas. Pero las ventanas no servían de mucho, pues hacía más frío en dentro que en el exterior. Y los baúles se encontraban amontonados contra una pared sin ninguna clase de orden, por lo que realmente tampoco estaban asignadas a nadie en específico.

Después de una larga y silenciosa cena, lo único que todos querían era descansar, por lo que en un acuerdo mudo, se separaron, en chicos y chicas. Era un poco tonto hacerlo de esa forma, pero era lo más fácil de organizar por el momento.

Cada quién llevó su baúl hasta una habitación y se cambiaron la túnica del uniforme por algo más cómodo. Pero aunque las pestañas les cayeran sobre sus ojeras, ninguno tenía ganas de dormir. Era algo que compartían, mantenerse despiertos lo más que se pudiera, para evitar el momento en que dejaran de tener poder sobre su cerebro y los malos pensamientos atacaran. Además, no es como si alguno se quedara dormido apenas tocaba la almohada, ese proceso solía tomar largos, largos minutos.

Pero cuando por fin lo hacían, cuando era imposible prolongar el momento en el que cerraban los ojos.

Caías lento, en el mundo de la inconsciencia. Perdiéndote entre el sueño tan delicadamente como una pluma impulsada por el aire. Era suave y cálido, no te dabas cuenta de que ya no estabas despierto. Y realmente daba igual, porque jamás te consideras lo suficientemente despierto como para diferenciar. 

Nada era extraño. No habría porqué serlo, es sólo un sueño. Estás durmiendo, así tendría que ser. 

De repente, el sueño comenzaba a cambiar, muy ligeramente, apenas lo notabas, y nunca te dabas cuenta de que algo estaba mal, porque no era así. Todo era tan normal. Hasta que dejaba de serlo. Hasta que los recuerdos de cualquier cosa te encerraban. Pero no gritas, no lloras, no haces nada. Estás atrapado , confundido. Hay un hueco en tu cabeza que no puedes comprender. ¿Deberías hacer algo?, ¿Qué está pasando?, ¿Qué está mal? Nada, nada está mal, hasta que todo lo está. Hasta que el sueño se vuelve violento, de la nada, pero tu no sientes los efectos de esa violencia, sigues ahí, sin poder moverte porque no sabes cómo hacerlo. Y hay algo que comienza a generar emociones. Ansiedad, miedo, pánico. Y buscas algo. A alguien. Una salida, quizás. Pero no hay nada. Y aunque la hubiera, aún no puedes moverte.

Y todo se detiene.

De la nada. 

Despiertas, aparentemente paralizado del miedo, sudando, con la respiración agitada. 

Y es entonces que recuerdas porqué. Un recuerdo simple, alegre, tranquilo, se convierte en algo que oprime tu pecho lentamente hasta que dejas de respirar.

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