Para escribir sobre personas reales, primero tienes que ver personas reales. Y no, no solo verlas. Observarlas, analizarlas, comprenderlas, ponerte en su lugar. Tienes que saber lo que van a hacer y cómo van a reaccionar. Para comenzar a escribir, debes construir personajes, de la nada, aunque estén basadas en alguien real, es alguien completamente distinto e individual a quien incluyes en la historia.
Esta habilidad, o práctica, se usa también para el dibujo, o la fotografía. Tienes que capturar en una imagen, un momento, una escena, todo lo que pasa por su mente y lo que siente su corazón, pero sin la necesidad de explicarlo realmente. Aunque use palabras, o gestos faciales muy específicos, es de otras maneras en las que realmente se puede expresar qué está pasando.
Eso era lo que Harry se había propuesto hacer cuando comenzó a ir a aquella cafetería. Se alejó de ellas lo más que pudo, porque no iba a ser el típico escritor aburrido que llegaba todas las mañanas con su computadora portátil a mirar a los demás y no dejaba de teclear hasta que llegaba la hora de partir. Trató yendo a parques, bares, edificios concurridos, pero en todas partes, estaba muy fuera de lugar. Entonces fue cosa de tiempo terminar allí.
Y lo que más le fastidió fue que funcionó. Sus personajes eran más reales y más independientes, cada uno tenía distintos puntos de vista, formas de hablar, de pensar, de caminar incluso, y eso los había mucho más creíbles y fáciles de reconocer como parte de la historia. Tenían una profundidad que no les había podido dar nunca, incluso en movimientos simples como morder la goma de un lápiz se notaban tintes de toda esa personalidad compleja debajo de sólo una descripción física.
Generalmente, se enfocaba en transeúntes que no volvería a ver en toda su vida, se fijaba en ellos, los analizaba por momentos, anotaba algo interesante y se movía a la siguiente persona. Pero sí, había empezado a ver otros clientes frecuentes y su curiosas rutinas.
Estaba la joven alta y alegre de lentes que aunque era muy extrovertida, parecía ligeramente incómoda con cualquiera que hablara. Iba casi todos los días, a las nueve de la mañana, y pedía un café, diferente en pequeñas cosas como el sabor o el tamaño, pero nunca probaba uno dulce. Hacía conversación con quien sea que tomara su orden y se iba de ahí apenas le entregaran el pedido.
También había una mujer, tal vez en sus cuarentas, que se arreglaba el cabello cada dos minutos. A veces venía con un niño pequeño, cinco años más o menos, muy quieto y tímido, pero cuando algo le emocionaba, lo hacía notar hasta que la mujer volteaba y comentaba algo al respecto. Ella pedía un café americano al que agregaba un sobre de azúcar. Para su pequeño acompañante, compraba leche tibia y una simple galleta de chispas del chocolate. Lucía como una mujer ocupada y no muy paciente, pero que sabía controlarse, pues a veces, respondía una llamada mientras esperaba y cuando el niño le hablaba, ella se tomaba un momento, forzaba una sonrisa hacia sí misma y luego ponía atención a la persona en el teléfono y al niño, al mismo tiempo.
Los Jueves, venía a media mañana un hombre alto y delgado que recogía un té de limón que la chica en la caja tenía listo de antemano. El se retiraba con una sonrisa y se sentaba afuera de la cafetería hasta terminarlo.
Pero quien había llamado su atención era el rubio que había comenzado a ir un par de días después de él. Supo que no había estado ahí antes porque se pasó un tiempo considerable mirando las opciones que el lugar ofrecía. Pero aparentemente, había sido de su agrado, pues asistía más frecuentemente. No había un día ni hora específico en que lo hiciera, pero no faltaba su presencia al menos una vez cada dos semanas.
Eso no era nada extraño, había muchos que, se dio cuenta, tenían una relación similar con el lugar. Pero fue el quien atrajo toda su atención.
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Historias cortas
FanfictionUna compilación de one-shots escritos por mi con distintas writing prompts sobre Drarry/Harco.