Alopecia intencionada

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Me encanta la canción que les dejé arriba, y pega con mis sentimientos. Me la dedico, y a todas las voces internas de ustedes. 

Mis pelos quieren escapar, civilizadamente y a voluntad

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Mis pelos quieren escapar, civilizadamente y a voluntad.

Sí, ya tienen todo listo y meticulosamente planeado. Han redactado un contrato de separación de bienes y todo; glándulas sebáceas para mí, folículos pilosos para ellos. Me exigen educadamente su libertad. Al principio me ofendí,

"Traición. Ni mis pelos me respetan ya." 

Pero luego,

"¿Cómo decirles que no?, ¿cómo negarles la huida de estos terrenos en conflicto en los que viven?" 

Ya he abusado suficiente de su paciencia, y ellos, por mucho cariño que me tengan, han priorizado su propia seguridad antes que la de su querida (aunque aproblemada) huésped. 

Se me han emancipado los pelos, qué se le va a hacer.

Solían aguantar estoicamente mi pugna interna, los gritos a través de paredes de piel, y las ventanas rotas los peores días. Se miraban unos a otros con cara de pena, impotentes, sin saber qué hacer. Seguían abrigándome del frío, erizándose frente al peligro y los de la cabeza incluso pasándole a las neuronas papelitos con citas esperanzadoras. 

Pero no fue suficiente.

"Ah, ingrata, ¿por qué nuestro fiel cuidado no le basta?, ¿amor, pide? ¿y qué le damos nosotros si no es eso?"

Y yo, cegada, los tiraba con mis uñas, cómplices de mi exasperación (ellas son otro cuento). Solo pudieron dejarse tirar, y dudar del propósito de su existencia.

—Ay, pelitos. Tarde me arrepiento, de nuevo. Pero acepto sus condiciones, que no pretendo llevar un régimen dictatorial. Esperen, voy a buscar mi lápiz... Mamá, ¿has visto el lápiz?

Pero se quedaron, se quedaron melancólicos, se quedaron dolidos y confusos, dejando el tiempo correr. Buenos amigos, ellos, pero infravalorados.

Obediente, el tiempo corrió. Y yo, absorta en mí y mi eterno sufrimiento, mi autocrítica infinita y perenne victimización, me olvidé de ellos. Además, en cuarentena ya nadie más los vería.

"¿Para qué?, cepillo. ¿Para qué?, peinados. Espejo, mejor ya ni me miro en ti, o te ensuciaré de palabras."

Dos, tres, cuatro meses. Cinco, seis, siete centímetros crecieron ellos en la miseria. 

Hasta que, sumidos en un trance de tonos sepia, escucharon algo que los sacudió un poco; los dientes castañeaban de miedo en silencio (¿en silencio?), y eso no era normal. Habían oído en al almuerzo la historia de mi abuela, que por no cuidarse debidamente, sufrió una severa descalcificación de sus dientes y los perdió. Nunca nada volvió a ser lo mismo. Ellos murieron lentamente, ella los reemplazó a medias con una dentadura postiza.

Nuevamente se miraron, los pelos, pero esta vez con un brillo de procedencia desconocida. Vieron su futuro en los dientes, que estaban viendo su futuro en mi abuela. Recordaron que seguían siendo conscientes, y que tenían derecho a una opinión política en el asunto. Después de todo, eran los únicos y legítimos pobladores de la región de La Calvicie, y tenían aliados en el resto de mi cuerpo, también.

Cuadraron sus espaldas y llamaron a la sabia, la albina; la única cana, cuya naturaleza era divina e inexplicable, debido a la edad de la portadora. Ella accedió a cierta cantidad de sebo y miradas aprobatorias y se puso a escribir el contrato. También se había sentido debilitada los últimos tiempos, pero ese brillo (el de procedencia desconocida) renovó sus fuerzas.

Y aquí están, con miradas burocráticas que intentan esconder las sentimentales. También me extrañarán.

—Mejor no me miren, que no quiero mojar a las pestañas, están haciendo sus maletas. Ya encontré el lápiz.

—¿No te vas a disculpar?

—Crujirían mis articulaciones al arrodillarme, ya no tengo fuerzas. Además, nada sería suficiente, soy una mierda.

Hey. Cada vez que piensas eso nos chupas la sangre, a nosotros y a ti misma.

—¿Ustedes no eran parte de mí?

—Aún lo somos. Pero si firmas el contrato estarás, aunque salvándonos, deshaciéndote de otra de las partes de ti que aún te aman.

—Quiero amarme, pero no sé cómo.

—Quema el contrato, y abrázate, que te mereces una disculpa. Te lo dice tu única cana; has sufrido suficiente a manos del verdugo en quien te has convertido.

—No sé...

—Hazlo.

—Hmm... Lo siento, "Yo".
Siento no haberte respetado como respeto a los demás, y haber chupado tu sangre cuando se traslucían tus huesos.
Siento haber sido tu villana, sabiendo que no tenías el autoestima para contraatacar como superheroína.
Te he usado de entretención sádico-masoquista, clavando alfileres en tu talón de Aquiles, cuando claramente, a ninguna nos divertía.
No sé por qué te hice esto. Si sigo me iré contigo a la tumba, y nuestro último susurro arrepentido hará eco en las paredes del cajón, metros bajo cualquier otro oído humano. 

—Lo sé, no tenías que decirlo; soy tú, siento lo que sientes.

—¿Quieres comenzar de nuevo? Mañana es jueves, y sé que te gustan los jueves.

Oh, y ustedes, ¿quieren probar un nuevo shampoo? Lo compré hace meses y se borró la fecha de vencimiento, pero creo que es bueno.

Oh, y ustedes, ¿quieren probar un nuevo shampoo? Lo compré hace meses y se borró la fecha de vencimiento, pero creo que es bueno

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Quién diría que llegaría tan voraz hoy, la inspiración. Es lo más largo que he publicado en este libro, y lo primero que tiene diálogos. Necesitaba escribirlo, aunque no me diera cuenta. Se los comparto, para que se diviertan un rato (no sé si es algo divertido jajaj) y adviertan el peligro metafórico de padecer alopecia areata universal por tratarse mal a ustedes mismas. ¡Quiéranse! O inténtenlo, como yo.

Pueden preguntarme todo lo que quieran, siempre.

¿Qué tal los banners?, he estado haciendo un par para cada capítulo, así que, si pueden y quieren, quiten este libro de sus bibliotecas y vuélvanlo a poner, para poder ver los cambios.

Les acaricio el pelo mentalmente,

Jo.

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