Un domingo en la mañana

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Las reflexiones son distintas a la mañana siguiente (una mañana a las 5:10 pm), con el picor del humo que pasó por dentro, con las frases que no salieron ni con latas aplastadas por tacones

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Las reflexiones son distintas a la mañana siguiente (una mañana a las 5:10 pm), con el picor del humo que pasó por dentro, con las frases que no salieron ni con latas aplastadas por tacones.

Frases que sí, que ahora saldrán a punto de tinta azul, pintauñas ya gastado y una caña que me tira los pelos de a uno.

No creo que le cuente esto a mi abuela, que me mira a través de su tejido. Apenas me cuento esto a mí, apenas lo guardo en zonas distorsionadas del recuerdo y lo escribo para que no termine de alejarse.

Escribo unas manos temblorosas como la visión de nuestro futuro. Escribo emoción comprimida que se resiste al big-bang, caminos separados que coincidieron una noche más. Luces, diplomas. Lágrimas y mascarillas en fuga.

Escribo un autoestima remendado, cosido con cabellos cortados a máquina.

Escribo un collar delgado en mi cuello delgado, abrochado por manos gruesas y toscas de padre.

Escribo otras manos gruesas pero no tan toscas (esas temblorosas), y mientras las escribo sobre la libreta ellas se deslizan sobre mi cintura, aparecen tan curiosas y asustadas como las letras que las describen. Y no así como sus letras, se congelan. No son sintéticas como su tinta y el miedo les pasa factura.

Quisiera continuar, y edificar con estas frases una noche diferente, escribir mis manos ayudando a las suyas y mi almohada apartada de su uso somnífero. Escribir un amor consumado y no consumido en secreto como lo fue.

Escribo hasta líneas incómodas, de ebriedad medio exagerada medio en serio, de un paseo que intentó ser un comienzo y un río sonando amplificado por el efecto de unos ojos rojos. Letras aletargadas, resignadas, luego.

Continuar escribiendo la segunda mañana siguiente (una mañana a las 10:35 am esta vez) es ya un poco más lejano, un poco menos fatal, un poco más a ruido de motores, olor a despedidas y a tubos de escape.

Los pulmones dejan de arder acunados en el abrazo de mi abuela, mi mano derecha alcanzando al codo izquierdo entre sus omóplatos; ardor de pulmones intimidado por el dolor acostumbrado de otros más viejos. Pestañeos que cierran etapas.

Ahora, luego de esa noche y de la noche siguiente, noto a medias el significado del diploma y del aura de adiós que me ha cubierto.

Cambio de ruta, alas por orejas. Se viene un salto al vacío que tal vez llene otro vacío, y no hay nadie que dé el paso por mí.

Es curioso,

escribir sobre un final

y no saber cómo terminarlo.

Ojo, a veces las palabras, por emotivas que sean, sobran en los abrazos

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Ojo, a veces las palabras, por emotivas que sean, sobran en los abrazos.

Felices fiestas,

Jo.

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