Escucharla hablar de los que fueron mis compañeros y profes, hizo que toda esa tromba marina de recuerdos en la que esta cuarentena me tiene revuelta se volviera más sólida, menos onírica. Me di cuenta de muchas cosas, como que nunca más voy a verlos a todos juntos en una sala, y a pesar de que en su momento fueron solo una carga en mi vida, se me aprieta la guata al pensarlo...
Mientras más segundos pasan, también me doy cuenta de lo enganchada que estaba de él, aunque me negara profundamente a mis sentimientos (trauma legado del colegio); de lo incrustado que tenía el anzuelo en mi carne.
Quisiera volver a esas horas (el tiempo se vuelve elástico cuando lo recuerdo) en la pieza de él y Joaquín, las paredes de la cabaña reflejando silencios, y el resto afuera, ajenos a nuestro ladrillo de vidrio temporal. Uno en cada cama, acostados mirando el techo, hablando de sueños, expectativas, pasado y futuro, nunca presente. Nuestras almas atisbando, olfateándose. Risas y no risas, yo rehuyendo su mirada y sintiéndome dentro de una fotografía, o del sueño de un gigante. Atesoraba el momento por si llegaba a ser el gigante un día.
No recuerdo si me giré a mirarlo o no, no quiero manipular el momento. Pero pongámosle, por un segundo, que sí lo miro, y de pronto estamos sentados lado a lado en la cama pegada a la pared. Siempre estuvimos ahí y siempre lo estaríamos. Con palabras cruzábamos los sueños, aunque éstos no significaban nada; eran solo dibujos en arena. Con nuestros ojos confesábamos nuestros miedos, y pestañeábamos de entendimiento. Las almas se nos escapaban y se daban cuenta de que ya se conocían, saltaban a la alfombra y bailaban desenfrenadas, mientras nuestras manos no se atrevían a tocarse. No "podíamos" ser tan libres como ellas; vivíamos eternamente en una fotografía, o en un sueño.
El gigante se remueve inquieto al borde de la cama. Alguien abre la puerta y me trago el alma, cual tallarín enaceitado. Aunque me duela. Quién sabe cómo escondió él la suya.
Garras incorpóreas salen de mis orejas para tirar de mis mejillas, obligándome a forzar una sonrisa desesperanzada. La fotografía se guarda en un cajón empolvado y el gigante cae de la cama. Nuestras manos nunca se tocaron ni en el sueño ni en esa cama, pegada a la pared.
Esa puerta abriéndose fue el fin de algo que nunca fue, excepto para las ánimas.
Aún de vez en cuando saco la foto del cajón y duermo, sintiéndome gigante.
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Pensamientos de carretera
PuisiMis marañas comenzaron en una carretera y terminaron en este poemario. 🔸¡1° lugar en #breve! 18/07/2020 🔸¡1° lugar en #verso! 03/08/2020 🔸¡1° lugar en #carretera! 30/09/2020 Lugar en #poesía: 🔸24° 30/09/2020