Arranque de bozal

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Primero llegó la noche y nos sacó las verdades

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Primero llegó la noche y nos sacó las verdades. Me arrancó de a poquito esas frases de papel maché que había masticado tantas veces y nunca dicho. Tu respiración arrítmica me sopló una confianza y seguí contándote viejas nubes de hace un año, repletas de tu piel y mis dudas.

Antes de notar que el papel maché y las nubes habían salido de mí, tú ya estabas correspondiéndome con un timbre en la voz que no te conocía, y si no hubiera estado temblando del ansia me habría pellizcado.

Pero qué estaba pasando, si yo sabía que lo tuyo era un secreto, si yo sabía que quería estar con él. ¿Y por qué querer estar contigo tenía que implicar no quererlo a él? ¿en qué momento la libertad se convierte en pisotón?

De pronto éramos dos perros con bozal. Dos bozales de moral y miedo a lo nuevo, al cambio. Pero qué es un bozal de miedo cuando toda tú es un animal libre.

"No pienses", y te quité el bozal; te di las alas que tu espalda me pedía en silencio.

Descubrí que tus besos eran más ladeados que los suyos, más secos y voraces, más serios y hambrientos.

Tu labio superior era algo similar a su inferior; elástico y chicloso, pero más pequeño. Y el de abajo, para mi sorpresa, se dividía en dos. La escala entre mis labios y los tuyos era cerca de 3:1, a la inversa que nuestras velocidades. Mientras yo hacía este análisis saboreado, tú acelerabas y tomabas el control de la situación, de mi piel y mis pensamientos. Te metías debajo de ambos.

Cuando pensaba en cómo te haría entender los sudores fríos que veía venir, sentí que el momento estaba pasando por mí, no yo por el momento. Tú ibas junto a él como un rayo al viento, y yo el árbol en llamas me mareé. Los veía ir y venir como un sueño con matices reales, un sueño encima mío. Un sueño oceánico aplastante como ninguno; aplastante con los miedos de ambas y las ganas de ambas todo junto en un beso, en tres besos, en diez besos y puf. Ya iban solo tus ganas y mis miedos.

Te quería tanto que no podía soportarlo. No podía ver nuestra amistad de cartas, de distancia, de viajes y despedidas, de abrazos y risas resumida en un momento que pasó por encima mío. Comprimida en un árbol quemado y sus cenizas. En un maremoto y sus secuelas.

Tan rápido como llegó el rayo lo dejamos ir, quedarse unos días en el aire dentro de esa carpa guardada y en las marcas bajo mi bufanda, en el recuerdo y al final en el bus que te llevaba dentro.

Supiera el conductor que en vez de coronavirus llevaba dentro un pedacito de rayo dormido, esperando a otra persona, o quizá un buen soplo de viento para despertar.

Supiera el conductor que en vez de coronavirus llevaba dentro un pedacito de rayo dormido, esperando a otra persona, o quizá un buen soplo de viento para despertar

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