La Mejor Compañía

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Desde ese día en el parque, Juliana y Valentina se fueron haciendo amigas.

Mientras estaban sentadas en esa banca, conforme se fue haciendo tarde en la plática, disfrutando el delicioso pastel de naranja, Valentina le contó que su color favorito era el azul en todas sus variantes y matices, que prefería el verano al invierno, probablemente porque nació en la primavera, que dormía mal casi todas las noches y que no le gustaba madrugar, le contó que no tenía mascotas, pero, de tener una, preferiría un gato, le contó también que tenía un hermano que vivía lejos. Juliana le contó, que su color favorito era el violeta, que, aunque había nacido en verano, amaba el invierno, tal vez porque los postres que más le gustaban se disfrutan mejor con chocolate caliente, le contó que era una persona de la mañana y que disfrutaba enormemente levantarse antes del alba y la quietud de la ciudad a esa hora de la mañana, que había tenido un perro que vivió 15 años, su mamá se lo regalo días después que su papá se fue y que lo amaba con toda el alma, pero que lo tuvo que dormir porque era viejo y estaba enfermo y ella odiaba verlo sufrir, le contó, que no tenía hermanos y que siempre quiso uno, porque se sentía muy sola.

Luego, mientras paseaba por el parque disfrutando el fresco de la tarde, se iban conociendo más, de una forma tan orgánica y natural que ninguna se dio cuenta como Valentina se desprendía, al menos por un rato, de su coraza, esa que puso alrededor de sus emociones para no sentir y Juliana hablaba con confianza, esa que nunca había tenido al hablar con personas que apenas conocía. Juliana estaba dejando entrar a la artista y la artista la estaba dejándola entrar a ella.

Fue así como Juliana supo que Valentina era pintora, que su estudio estaba cerca del café, que le habían hecho una propuesta para participar en una colección privada, que hace meses que se siente desconectada de su arte, y que justo ese día había retomado una pintura sobre campos de flores. También supo que su papá había muerto hacia algunos meses.

Valentina se enteró que Juliana era muy joven, que aún vivía con su mamá, que aprendió a preparar pasteles con su tía Milagros, que su hora de entrada era a las 6 de la mañana y que lo que más disfrutaba en el trabajo era preparar el postre especial del día, supo que fue becada en la universidad ya que las dificultades económicas no le permitían costearse por sí sola la carrera de gastronomía. También supo que su papá las había abandonado a ella y a su madre desde que Juliana era muy niña.

Cuando más enfrascadas estaban en su conversación, y cuando parecía que el tiempo se había detenido y el resto del mundo desaparecido, el teléfono de Juliana empezó a sonar, sacándolas de la burbuja en la que se encontraban. Era Lupita quien llamaba, como siempre, porque estaba preocupada, Juliana nunca había tardado tantas horas en volver a casa luego del trabajo. Mientras Juliana hablaba con su madre, Valentina aprovecho para verificar la hora en su teléfono, y descubrió que, efectivamente se había hecho tarde, asombrada pensó en como las horas se les habían ido en un suspiro, no recordaba haber tenido esa sensación antes aparte de cuando tenía sus arrebatos de inspiración mientras pintaba, hablar con Juliana le producía una sensación muy similar. Descubrió también que tenía varias llamas perdidas de Lucho, sintió una pequeña oleada de culpa, seguía sin contactar con él, hizo una nota mental para llamarlo luego de dejar a Juliana.

Ninguna de las dos quería irse todavía, pero eran conscientes que esa llamada había marcado el punto final a su fortuito encuentro. Juliana se disculpó y dijo que tenía que irse, Valentina le ofreció llevarla hasta su casa, y la chef, por su necesidad de seguir estando cerca de la artista, aceptó. A pesar de todo lo que hablaron en el parque, el viaje fue silencioso, aunque el silencio no se sentía incómodo, fue raro, era como si cada una empezara a ser consciente de lo que había pasado en ese parque.

Valentina no podía creer que se hubiera abierto así a una desconocida, que pudiera hablar con tanta honestidad de cómo se sentía respecto a su trabajo, a su arte, ella era tan reservada a ese respecto, su estudio era su santuario y lo que pasaba dentro o las pinturas con las que estaba trabajando eran exclusivamente de su conocimiento y no solo era eso, era poder expresar la desazón que sentía últimamente, la falta de inspiración, en la pintura y en su vida en general, se dio cuenta de lo bien que se sentía el poder hablar de eso con alguien, el haber conectado de esa manera, Juliana le inspiraba confianza, le transmitía paz, escuchaba tan atentamente, como si no hubiera nada más interesante en el mundo que lo que ella tuviera que decir, había comprensión en sus ojos, empatía por como ella se sentía, todo eso hizo sentir a Valentina especial, como si por fin hubiera encontrado a alguien con quien podía hablar de todo, con quien poder compartir sus más profundos pensamientos, y los secretos que guardaba en las profundidades de su corazón.

El Color De Tus BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora