ROTA

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* Escenas de violencia *

Ver a Jack golpeado fue el último golpe psicológico que necesitaba. La impotencia de no poder moverme por las heridas, las ganas de abrazarlo pero las cadenas me detienen. Es que ni siquiera lo golpearon delante de mí para poder decir que intenté soltarme con toda la fuerza que me quedaba, no. Solo me mostraron cómo estaba y se lo llevaron. Dejando que me atormente en mi propia imaginación de lo que le pueden estar haciendo.

Y fue lo último. Iba a pasar de nuevo.

Vamos... Sueña con él.

Me rompieron, me hicieron pedazos y lo sabían.

Las pesadillas constantes parecían que me quemaban el cerebro.

Jack muerto en mis brazos.

Sangre en mis manos.

Golpe tras golpe.

La voz de Glassman la escucho muy a lo lejos y amplificada— Solo un par de veces más. No la mates, aún.

Un cosquilleo pasa por mi cuerpo, los gritos de Killean y Eros me ensordecen, y yo lucho por abrir los ojos. El cosquilleo anterior se intensifica para despertarme de golpe. Tengo a mis dos amigos enfrente atados a una silla y yo sigo atada de las manos. Mis pies están helados por el cubo de agua en donde están y el cuerpo me tiembla como una hoja. Jairo se acerca despacio con dos cables pelados y los tira al agua. La electricidad me recorre el cuerpo. Me agarró con fuerza de las cadenas y me sacudo.

— ¡Basta! —la voz de Killean retumba.

Sacan los cables. Y de un monitor minimizan los voltios de electricidad.

Mi cuerpo pierde la energía y se desploma. Me queda un tic en uno de mis hombros. Me siento mareada y con ganas de vomitar, pero ya no tengo nada en mi estómago. Eneas se acerca y por fin me desata de las cadenas, y mi cuerpo cae como peso muerto a sus brazos. Me tomó de la espalda y piernas, para sentarme en una esquina.

Tira de otra cadena con un círculo de hierro que cierra en mi tobillo.

— Eneas, mi amor —esa voz dulce... La doctora.

¿Mi amor?

Trato de mirar en la dirección del sonido y ahí estaba ella, apoyada en el marco de la puerta con una bandeja de comida o eso creo.

— Glassman dijo que coman —lo deja en la mesada.

No parece la mujer que vi en nuestros suministros. Esa era dulce, un poco entrometida pero dulce. La que está delante de mí ahora tiene la mirada perdida como asustada pero a la vez fría. Cosa contrario a su rostro, es frío y seco, casi sin expresiones.

De estar colgados al techo con cadenas, pasamos a estar sentados en sillas oxidadas con las muñecas y tobillos amarrados con soga. Mi espalda aún lastimada no la puedo ni apoyar contra el respaldar.

Hubo un par de días en los que la Doctora - que ahora sé que se llama Gina- venía dos veces por día para alimentarnos y muchas veces se quedó conmigo hasta tarde curando mis heridas de la espalda. Siguen sin sanar.

Las torturas son lo suficiente para desmayarnos del dolor. No nos dejan sanar las heridas, solo nos dejan descansar lo necesario para que después vuelvan y abran de nuevo las mismas. Una, y otra, y otra vez.

— Sele... —la voz de Eros me hace abrir los ojos.

La oscuridad del cuarto acostumbró a nuestros ojos a vernos en la negredad del ambiente.

— No te rindas por favor —la súplica de mi amigo me removió el pecho.

— No puedo hacer nada Eros... Ya no sé qué hacer. —rompo a llorar.

S.O.S: "El purgatorio" [COMPLETA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora