Capítulo once.

48 7 6
                                    

Habían pasado dos meses más, se había quedado en la casa de los Bisen luego de una gran discusión con Frank y una plática madura y paternal con Gerard y Chris. No quería ser un estorbo o una carga para ellos, sobre todo no quería molestar a Frank a quien, conforme más pasaban los días, menos comprendía.

Había días en los que era cariñoso, amable, divertido y la hacía reír mucho. La visitaba en las noches, cuando menos acordaba el chico estaba abrazándola, palpando su vientre abultado. Pero otros días era distante, estaba serio, algunas veces ni si quiera le hablaba o se comunicaba con ella, o, como en el último mes, regresaba tarde por la noche e iba directamente a su habitación y ella no se daba cuenta de nada hasta que su padre lo regañaba. Aquellas actitudes la confundían y molestaban, los últimos días no lo había visto, llegaba tarde por la noche, despertaba sólo para ir al rancho a trabajar, tomaba una ducha y se iba nuevamente. Algunas veces sólo se detenía a sobar un poco su barriga y se iba sin decir más.

Se había mantenido callada, no había dicho absolutamente nada acerca del tema, no había demostrado cuánto la molestaba, cuánto la confundía o cuánto la hacía enojar cada vez que eso pasaba. Sin duda ella no quería que sus hijos crecieran en ese ambiente, con sus padres distanciados, a veces hablando, a veces ignorándose como si no estuviesen en la misma casa.

Se adentró en la habitación de Frank, en los meses que había estado en la casa de los Bisen, trataba de ayudarles en, por lo menos, arreglar sus habitaciones y dejar la ropa en la lavadora. La habitación del menor era siempre la más desordenada. Comenzó a recoger las cosas que encontró tiradas en el piso, lanzó la ropa a la cama, toda estaba echa bola, así que tendría que doblarla antes de llevarla al cuarto de lavado.

Limpió tanto como su abultado vientre se lo permitió, arregló la cama y comenzó a doblar la ropa, sacudiendo las camisas, los pantalones... observó hacia abajo cuando escuchó el ruido de algo cayendo, justo a sus pies había una caja de condones. Los observó sin pensar en absolutamente nada por unos segundos, levantó la caja y observó en su interior; la caja anunciaba tres, y dentro sólo había uno. Dejó la caja en la mesita de noche y siguió sacudiendo, revisando los bolsillos, encontrando más envolturas de condones abiertas y pedazos de ellas, respiró hondo; con ella no usaba condones.

Salió, sintiéndose molesta y con más ganas de llorar que nunca. Llevó el cesto de la ropa sucia, no era demasiado pesado así que podía arrastrarlo por las escaleras, sentía sus ojos picando por las lágrimas, entró a la lavandería con las lágrimas casi desbordándose. Odiaba sentirse de esa forma, sobre todo cuando no eran nada, pero odiaba más sentirse así porque ella sí había comenzado a sentir cosas por el chico, aún con la forma en la que se comportaba.

Limpió las lágrimas de sus ojos justo antes de que Alice entrara, persiguiendo a Lia, la pequeña había comenzado a caminar e iba de un lado a otro por toda la casa, tenían que cuidarla para que no hiciera travesuras o tuviera un accidente.

— Agua —dijo Lia, señalando la lavadora.

— Agua —respondió, sonriendo.

— Puede ver chocolate y seguirá diciendo que es agua —dijo Alice, sonriendo.

— Aprenderá a hablar rápido, hay demasiadas personas aquí hablando siempre.

— Espero que sí —Alice la miró—. ¿Pasa algo Kelly?

Negó, sabía que Alice era su amiga y que siempre estaba ahí para ella, pero también sabía que tenía muchas cosas en su mente, no quería darle más preocupaciones.

El timbre sonó. Caminó hacia la puerta con Lia detrás de ella. Sostuvo su mano cuando abrió la puerta. Frente a ella estaba el chico que Max le había recomendado para arreglar las cosas de la casa de su abuelo, le permitió pasar.

K E L L Y  #PGP2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora