37 - DUDAS Y DIAMANTES

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"a veces hay días soleados, y luego empieza la tormenta."

Josué  se puso como loco por los moretones en el rostro de Pablo.

Tampoco parecía contento de verme nuevamente. Tuve un breve vistazo de sus dientes afilados antes de que me condujera apresuradamente a una esquina en el gran vestuario, fuera de peligro. La seguridad se quedó afuera, dejando que pasaran únicamente los invitados al sagrado interior.

El espectáculo era en un salón de baile de uno de los grandes hoteles de lujo en la ciudad.

Brillantes candelabros y satén rojo, grandes mesas redondas repletas de estrellas y de las personas bonitas que las acompañaba. Por suerte, me había puesto un conjunto decente que consistía en una falta corta y pegada de color negro junto a una top color rojo, y un par de balerinas pulidos que Paula había pedido. Odiaba esos zapatos porque si me descuidaba me hacían resbalar en el brillante suelo del hotel.

Fernanda, la chica bikini, la vieja amiga de Pablo, estaba al otro lado de la habitación, llevaba un vestido rojo y el ceño fruncido.

Tendría arrugas pronto si seguía con eso.

Afortunadamente, se aburrió de ponerme mala cara después de un tiempo, y se alejó. No la culpo por estar enojada. Si hubiera perdido a Pablo, yo estaría molesta también.

Las mujeres rondaban cerca de mi esposo, esperando por su atención. Quería chocar las palmas con alguien por la forma en que él las ignoraba a todas.

No había señales de Tomas.

Guido estaba sentado con una impresionante chica asiática en una rodilla y una rubia tetona en la otra, demasiado ocupado para hablar conmigo.

Y aún no conocía al cuarto miembro de la banda, Diego.

Hola -saludó mi esposo al llegar junto a mí e intercambió mi copa intacta de champagne por una botella de agua- Pensé que preferirías esto, ¿todo bien?

Gracias, sí, todo, está bien.

Él era un hombre maravilloso, sabía que no me había recuperado lo suficiente de Las Vegas para arriesgarme con el sabor del alcohol.

Asintió y pasó la copa de champagne a un camarero. Luego empezó a quitarse su chaqueta de cuero. Otras personas podían ponerse trajes de etiqueta, pero Pablo se mantenía en sus pantalones vaqueros y converse. Su única concesión a la ocasión era una camisa negra con botones.

Hazme un favor y ponte esto.

¿No te gusta mi ropa?

Claro que sí. Pero el aire acondicionado es un poco frío aquí -dijo, envolviéndome la chaqueta por los hombros-

No, no lo es.

Me dio una sonrisa ladeada que habría derretido al corazón más frío.

¿QUÉ PASÓ AYER? - PABLIZZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora