16 - FINES DE INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

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Le di un tiempo para enfriarse, y luego lo seguí a la playa.

La luz de la mañana era cegadora, cielo claro y azul todo el camino. Era hermoso. El aire salado del mar aclaró un poco mi cabeza. Las palabras de Pablo plantearon más preguntas que respuestas. Esa enigmática noche consumía mis pensamientos.

Llegué a dos conclusiones. Ambas me preocupaban:

La primera, era que la noche en Las Vegas era especial para él; mi impertinencia y el cómo yo intentaba trivializar la experiencia le molestaban.

La segunda, sospechaba, era que esa noche él no estuvo tan borracho; sonaba a que él sabía exactamente lo que hacía, en cuyo caso, ¿cómo diablos debió sentirse la mañana siguiente? Yo lo rechacé, a él y a nuestro matrimonio, completamente.

Debió sentirse decepcionado y humillado.

Hubo buenas razones para mi comportamiento, considero, pero viéndolo desde su lado, he sido increíblemente desconsiderada. No conocía a Pablo entonces. Pero estaba empezando a hacerlo ahora; y mientras más hablábamos, más me gustaba.

Pablo se encontraba sentado en las rocas con una cerveza en la mano, mirando al mar. Un viento fresco del océano sacudía su abundante cabellera. La tela de su camiseta dibujaba firmemente su espalda. Tenía las rodillas flexionadas hacia el frente, con un brazo alrededor de ellas. Lo hacía parecer más joven de lo que era, más vulnerable.

Hola -le dije, en cuclillas junto a él-

Hola -con los ojos entrecerrados por el sol, me miró con sus ojos cautelosos-

Lo siento por presionarte.

Él asintió, y luego miró hacia el agua del mar.

Está bien.

No quise molestarte -seguí-

No te preocupes por eso.

¿Seguimos siendo amigos?

Ante eso, dejó escapar una carcajada, de esas bonitas que no iban acompañadas de ninguna emoción negativa.

Por supuesto.

Me senté a su lado, tratando de averiguar qué decir para arreglar las cosas entre nosotros. Nada de lo que podía pensar en decir iba a compensar lo de Las Vegas.

Necesitaba más tiempo con él.

El tic tac del reloj de los papeles de divorcio se hacía más fuerte a cada minuto. Me ponía nerviosa, pensando que nuestro tiempo juntos sería corto. Que en breve todo terminaría y entonces no volvería a verlo o hablaría con él de nuevo. Que no llegaría nunca a armar el rompecabezas que éramos. Mi piel se puso de gallina, y no por la brisa del viento.

Mierda, tienes frío -dijo pasando un brazo alrededor de mis hombros, acercándome más a él-

Y yo feliz acepté el contacto.

¿QUÉ PASÓ AYER? - PABLIZZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora